
SMS Adler , atropellado en la playa, 1889
Picotazos de historia
La estúpida crisis de Samoa o el falso orgullo mata
En 1889 se avecinaba un tifón y lo que demandaba el sentido común y un mínimo conocimiento marinero era salir del apiñado puerto. Pero ni el Imperio alemán ni Estados Unidos quiso ser el primero en retirar sus embarcaciones
Samoa es un archipiélago de la Polinesia, que si nos puede dar la sensación que está en el quinto pino y no interesa a nadie estaremos muy equivocados. En el siglo XIX fue el centro de la denominada «Crisis de Samoa», un impasse político que duró dos años. Permítanme que se lo explique.
En 1886, en el archipiélago de Samoa, territorio libre e independiente pero bajo el interés de naciones hegemónicas, se encontraba en una guerra civil con motivo de la sucesión a su corona, entre varios miembros de la dinastía Tapua Tamasese. Estados Unidos de Norteamérica había adquirido, hacía pocos años, una estación de aprovisionamiento y carboneo en el puerto de Pago Pago, en las islas de Tutuila. Por otra parte, el Imperio alemán había echado el ojo al archipiélago y estaba deseando adquirir derechos y concesiones en el puerto de Apia, en la isla de Upolu, y en otras islas. EE.UU. y el Imperio alemán, cada uno por su cuenta, apoyaban a diferentes pretendientes, así que solo afirmaban sus aspiraciones cuando, en 1887, cada uno envió al puerto de Apia –capital del archipiélago– naves de guerra. Este matonismo, típico del siglo XIX, dio lugar a un punto muerto que prolongó la presencia de los buques de guerra durante dos años (1887 – 1889). Exactamente hasta el 15 de marzo de 1889.

Un dibujo de un testigo presencial tomado de un boceto de un oficial en el Calliope
El puerto de Apia, ciudad más poblada del archipiélago y capital, está abierto al mar. Esto quería decir que contaba con poca protección frente a los vientos y grandes olas y, dentro de su rada, se apiñaban una decena de mercantes, tres buques de guerra norteamericanos, otros tres alemanes y uno británico, para observar y supervisar a todos.
Nadie quería ser el primero
Al poco del amanecer el cielo fue adquiriendo un color ominoso y se fue cargando de pesadas y altas nubes, al tiempo que los barómetros mostraban como el mercurio bajaba más y más. Todos los marinos, samoanos y extranjeros, sabían qué significaba ello: estaban en época de tifones y se avecinaba uno. Lo que demandaba el sentido común y un mínimo conocimiento marinero era salir del apiñado puerto para afrontar el ciclón a mar abierto y esto estaba presente en todas las mentes de los marinos que se encontraban en el puerto. El problema fue que nadie estaba dispuesto a ser el primero que lo abandonara. Se había convertido en una cuestión de honor, de orgullo nacional y de estupidez humana. Lo que sucedió a continuación fue definido como «un error de juicio que por siempre permanecerá como una paradoja de la psicología humana». Viéndose frente a la destrucción de sus naves por acción de los elementos, los comandantes de estas, se negaron a tomar las medidas para asegurar su supervivencia.
Otro ángulo de los barcos de guerra destrozados
El tifón golpeó a los buques del puerto con vientos que sobrepasaron los 180 km/h. Los barcos rompieron sus amarres o perdieron sus anclas, agitándose de manera enloquecida a merced de la tormenta, para terminar chocando entre si, hasta deshacerse y hundirse, o siendo embarrancados en las playas.
El oficial al mando de la corbeta británica HMS Calliope, tras evitar por los pelos el ser abordada por el USS Trenton, decidió que la tontería había ido demasiado lejos y dio orden de abandonar el puerto a toda maquina. Pero la fuerza del ciclón era tal que apenas alcanzó a hacerlo a una velocidad de menos de un nudo, cuando la potencia de sus calderas le permitían alcanzar los quince con holgura. Al final, dos cañoneras alemanas (el SMS Adler y SMS Eber) naufragaron y la corbeta SMS Olga quedó embarrancada. Los americanos no tuvieron mejor suerte, con dos hundimientos (USS Vandalia y USS Nipsic) y otro arrojado a la playa (USS Trento). Solo entre las tripulaciones de los buques de guerra hubo ciento treinta y cinco muertos. Todo por una cuestión de orgullo mal entendido. Eso sí, la llamada crisis de Samoa desapareció de un plumazo.