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24 de abril de 2024

Alexander Fedorovich Bekovich-Cherkasskiy

Alexander Fedorovich Bekovich-Cherkasskiy

Picotazos de historia

La desdichada expedición del príncipe Cherkassky

Las altas temperaturas, la sed y las tribus nómadas que merodeaban a la búsqueda de rezagados a quienes expoliar y asesinar, hicieron del viaje un verdadero infierno para el príncipe y sus soldados

Uno de los sueños del zar Pedro I de Rusia, compartido por muchos de sus sucesores, era el de establecer relaciones diplomáticas y comerciales con los fabulosamente ricos imperios de Cathay (Imperio chino) y del Gran Moghul (India). Durante el reinado de Pedro I, el Imperio ruso se expandió por la zona norte: Siberia, península de Kamchatka y Alaska; pero encontró problemas para hacerlo en la parte del Asía Central, controlados por los kanatos Uzbekos del turquestán (Jiva, Samarkanda y Bujará). Esta zona, desértica y áspera, estaba controlada por estos tres kanatos y eran la zona de tránsito de las caravanas que provenían de la India, a través del legendario paso del Kyber y Kabul, y de la ruta de la seda, que conectaba con China.
En 1716, el zar Pedro, encargó al príncipe Aleksandr Bekovich Cherkassky (? - 1717), la construcción de fuertes en el área de los uzbecos, hacer prospecciones mineras en busca de yacimientos auríferos, localizar un río navegable que desembocase en el mar Caspio y llegar a acuerdos con el kanato de Jiva. Charkassky era un príncipe de origen circasiano (en la Gran Kabardia, en el Caúcaso norte, ribera norte del Kubán), originariamente musulmán que abrazó la ortodoxia al ponerse al servicio del zar. Por este motivo y su conocimiento del tipo de guerra que realizaban y sus costumbres, fue puesto al mando de una expedición formada por unos cuatro mil soldados de infantería, caballería y artillería.
En febrero de 1717, Cherkassky inició el avance desde los fuertes de Alexandrosk y Krasnovodsk, que había construido en territorio bajo control del kanato de Jiva. Con todo, no alcanzaron el desierto hasta mediados de junio. Las altas temperaturas, la sed y las tribus nómadas que merodeaban a la búsqueda de rezagados a quienes expoliar y asesinar, hicieron del viaje un verdadero infierno. Pero volver, comunicando al zar el fracaso de la expedición, estaba completamente descartado.
Jiva

JivaWikimedia Commons

En agosto se encontraron a poca distancia de la capital: Jiva. Habían combatido contra las tropas del kan, más numerosas de lo calculado, lo que influyó en que Cherkassky adoptara una postura «diplomática». Se enviaron mensajes y costosos regalos, asegurando las pacíficas intenciones de los rusos, solo interesados en el comercio. Shir Gazi Kan, señor de Jiva, respondió con regalos y salió a recibir a los visitantes. Tras exageradas e hiperbólicas cortesías y muestras de contento, invitó a Cherkassky y a su Estado mayor a alojarse en el palacio real de Jiva. El resto –aconsejó– debería alojarse en diferentes localidades, alrededor de Jiva. Ya que –se lamentó– no tenían suficiente para alojar y alimentar a tantas personas.
Cherkassky decidió hacer lo que aconsejaba su anfitrión, en contra de la indignada opinión del comandante Frankenburg, segundo al mando de la expedición. Y entró en la capital junto con todos sus oficiales de Estado mayor y quinientos soldados de escolta. El resto se distribuyó en cinco grupos. Esa misma noche fueron asesinados todos.
De la matanza solo se salvó un pequeño grupo de unos cuarenta soldados. Cuando, rodeados, estaban a punto de ser despedazados por la multitud, un hombre santo –un líder espiritual de la comunidad– se interpuso entre ambos grupos y previno a sus conciudadanos. «Esta victoria se ha conseguido por medio de la traición. La matanza de prisioneros solo empeora el crimen a los ojos de Alá».
La vida de los soldados fue respetada. Algunos fueron vendidos como esclavos, al resto se le permitió volver, por sus propios medios, por donde habían venido, atravesando el desierto. Unos pocos lo consiguieron. Gracias a ellos conocemos el desdichado final de la expedición del príncipe Cherkassky.
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