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28 de abril de 2024

Escultura de Benedicto XIII en Peñíscola por Sergio Blanco Rivas

Escultura de Benedicto XIII en Peñíscola, por Sergio Blanco Rivas

De Peñíscola a Escocia pasando por Aviñón, la historia del Papa Luna

En 1413 una bula del Papa Luna, un aragonés considerado antipapa y hereje por la Iglesia, permitió la fundación de la Universidad de Saint Andrews en Escocia, la más antigua del país y la tercera en habla inglesa

En el verano de 1411, llegó un nuevo inquilino al imponente castillo templario de Peñíscola, en el reino de Valencia. Su nombre era Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, un noble perteneciente al linaje aragonés de los Luna, que por entonces era más conocido como Benedicto XIII, santo pontífice para unos y, al mismo tiempo, antipapa de Peñíscola para otros. ¿Cómo acabo el Papa Luna en un pueblo de Valencia? Y, más intrigante todavía, ¿Cómo pasó de ser el Papa al antipapa?
Hay que situarse en una Europa inmersa en la guerra de los Cien Años que enfrentó a Francia e Inglaterra, y en un momento convulso para la Iglesia católica. A principios del siglo XIV, el Papa Clemente V se enfrentó a una gran oposición en Roma, por lo que decidió cambiar la capital papal a la pequeña ciudad de Aviñón, en la costa sur de Francia. Seis pontífices la utilizarían como nueva sede de la Iglesia durante casi 70 años.

Hubo 40 años en los que tres papas distintos, entre ellos el papa Luna, se enfrentaron en una lucha por conseguir el poder pontificio

En este contexto, nació el aragonés Pedro Martínez, que estudió en la universidad de Montpellier y dio clases de derecho canónico durante sus primeros años como sacerdote. En 1375 fue nombrado cardenal por el Papa Gregorio XI y viajo a Aviñón, donde ocupó varios puestos importantes en la curia. Al año siguiente, el Santo Padre regresó a Roma acompañado de Pedro con la intención de recuperarla como sede de la Iglesia. Los disturbios que asolaban la ciudad hicieron cambiar de parecer al papa y tomó la decisión de regresar a Aviñón, pero murió de forma repentina antes de emprender el viaje. Esta situación generó una de las mayores crisis que ha vivido el papado, conocida como el Gran Cisma de Occidente: 40 años en los que tres papas distintos, entre ellos el papa Luna, se enfrentaron en una lucha por conseguir el poder pontificio.

Tres papas para una misma Iglesia

Los cardenales debían escoger al próximo pontífice, algo sencillo en apariencia, pero que se complicó cuando los ciudadanos de Roma exigieron al cónclave que votaran a un papa romano o italiano. Incluso, la muchedumbre romana entró donde estaba reunido el cónclave y amenazó con matarlos a todos si no se cumplían sus exigencias. Querían evitar que la sede papal regresara a Francia, o a manos de un extranjero.
Al final, la fumata blanca salió en favor de Bartolomeo de Prignano, arzobispo de Bari, que utilizó el nombre de Urbano VI. De aquella decisión fue testigo Pedro Martínez, que meses después se reunió en Anagni, cerca de Roma, con los cardenales franceses para denunciar que el nombramiento papal era contrario al derecho canónico al realizarse bajo coacción y quedaba invalidado.

Durante los siguientes 16 años la cristiandad tuvo dos papas: Urbano VI en Roma y Clemente VII en Aviñón

En 1378 eligieron a Roberto de Ginebra para portar su propia tiara con el nombre de Clemente VII. El cisma había comenzado. Durante los siguientes 16 años la cristiandad tuvo dos papas: Urbano VI en Roma y Clemente VII en Aviñón. En esos años, Pedro estuvo viajando por Europa para conseguir el apoyo de los diferentes reinos europeos para Clemente VII, al que consideraba como verdadero pontífice. Pero, si este escenario ya era difícil de comprender, la situación se complicó todavía más en 1394, cuando Clemente VII murió.
Miniatura del siglo xv de un manuscrito de las Crónicas de Jean Froissart, que representa el Gran Cisma de la Iglesia católica iniciado en 1378

Miniatura del siglo xv que representa el Gran Cisma de la Iglesia católica iniciado en 1378

Por fin, era su turno. Ese mismo año, los cardenales reunidos en Aviñón elevaron a Pedro Martínez de Luna al papado. Una decisión mucho más polémica que la elección de los anteriores pontífices porque su origen peninsular no gustó ni a italianos ni a franceses. A pesar de todo, el aragonés aceptó el cargo con el nombre de Benedicto XIII. Ya desde el principio tuvo que defender su legitimidad, porque solo consiguió que lo apoyaran Escocia, Aragón y Castilla y Navarra. En contra tenía principalmente a los cardenales y la monarquía francesa.

Tres papas seguían disputándose el poder, por lo que Segismundo de Hungría decidió tomar cartas en el asunto e impulsó la celebración del concilio de Constanza para reunificar la Iglesia

En 1398 el rey francés bloqueó con su ejército el palacio papal de Aviñón para presionar y conseguir la abdicación de Benedicto XIII, aunque pronto retiró las tropas. A principios del nuevo siglo, el «antipapa» aragonés viajó a Nápoles y consiguió que Sicilia reconociera su legitimidad. Tres papas seguían disputándose el poder, por lo que Segismundo de Hungría decidió tomar cartas en el asunto e impulsó la celebración del concilio de Constanza para reunificar la Iglesia. Se declaró hereje a Benedicto XIII y antipapa a Juan XXIII. Para favorecer la solución del conflicto papal, Gregorio XII renunció al cargo. Solo habría un papa oficial: Martín V. El cisma terminó oficialmente en 1417, pero Benedicto XIII, ahora solo Pedro Martínez de Luna, se «mantuvo en sus trece» (una expresión que nació de su obstinación) defendiendo su derecho papal.
Tras pasar por varias ciudades, en 1415 Alfonso V de Aragón le regala al Papa Luna el castillo de Peñíscola, que convertirá en su residencia y sede papal no reconocida. Pero seguía teniendo muchos enemigos. El 13 de julio de 1418, dos de sus sirvientes intentaron envenenarlo con arsénico que habían colocado en un sorbete de limón.
Por suerte, el médico personal de papa Luna, Gerónimo de Santa Fe, consiguió revertir los efectos del químico. Según descubrieron después, el legado papal de Martín V estuvo detrás del intento de asesinato. El Papa Luna vivió plácidamente en su castillo frente al Mediterráneo durante cinco años más, hasta que falleció a los 95 años el 23 de mayo de 1423.
Castillo de Peñíscola

Castillo de Peñíscola

Si la vida del Papa Luna no dejó indiferente a nadie, su muerte tampoco. Sus restos fueron venerados en Aragón como si fueran los de un santo. El cuerpo estuvo unos años en Peñíscola y en 1537 lo trasladaron a Illueca, su ciudad natal, donde estuvo expuesto hasta que Juan Porro, un sacerdote italiano, golpeó los restos con su bastón porque consideró que se estaba enalteciendo a un «antipapa». No fue el último incidente que sufrió, en el 2000 unos jóvenes robaron el cráneo del Papa Luna del Palacio de Argillo, en la localidad zaragozana de Sabiñán, pero la policía lo recuperó en pocos meses. Tras pasar varios años en el Museo Provincial de Zaragoza, el cráneo regresó a su urna en Sabiñán donde permanece desde hace tres años.
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