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04 de mayo de 2024

Icono conmemorativo del Primer concilio de Nicea

Icono conmemorativo del Primer concilio de Nicea

Picotazos de historia

Así se resolvió el debate sobre la naturaleza de Jesucristo: el Credo de Nicea

La discusión sobre la naturaleza de Jesucristo dio lugar a los dichos en español de: «Discusión bizantina», cuando se discute largamente por cosas de poca o nula importancia y «armarse la de Dios es Cristo»

El Emperador Constantino I (274 – 337) convocó un Concilio Ecuménico (reunión de todos los obispos para definir asuntos de Fe controvertidos o indicar nuevas directrices morales) con idea de resolver ciertas disputas que se habían originado en el seno de la Iglesia entre los que discutían la consustancialidad del Padre y del Hijo. Este conflicto también debilitaba al estado y por ello el interés del Emperador era solucionarlo cuanto antes.
El Concilio fue convocado y tuvo lugar en el palacio imperial de Constantinopla entre el 19 de junio y el 25 de julio del año 325 d. C. La tradición dice que el número de obispos que asistieron fue de 318, la mayor parte representantes de la Iglesia de Oriente; la de Occidente estaba infrarrepresentada ya que solo tenía cinco representantes, entre ellos el obispo Hosio de Córdoba.
Fresco de la Capilla Sixtina que representa el Concilio de Nicea I

Fresco de la Capilla Sixtina que representa el Concilio de Nicea I

La postura intransigente de Arrio y de Eusebio de Nicomedia molestó a la mayoría más moderada. Esta votó y aprobó el llamado Credo Niceno que establecía la doctrina de la consustancialidad del Padre y del Hijo (misma sustancia, mismo origen). En los debates sobre este importante asunto brilló Arrio defendiendo la idea de que Cristo no compartía la sustancia con Dios y que fue creado por este.
Por el lado más ortodoxo, Atanasio de Alejandría fue el principal baluarte de lo que se considera el Credo de Nicea. La tradición también nos muestra a san Nicolás, obispo de Myra –el bueno, dulce san Nicolás, adorado por los niños y a quien se identifica con la Navidad y con los regalos– no tan ducho en las artes de la oratoria como Arrio y que cuando se encontró sin argumentos le soltó una sonora bofetada a Arrio.

Resoluciones del Concilio

El Concilio se clausuró con la solemne declaración de Fe conocida desde entonces como el Credo Niceno. Además, se reiteró la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, frente a las doctrinas gnósticas que negaban todo o parte de estos hechos. Los defensores más acérrimos del Arrianismo fueron anatemizados. Se prohibió la automutilación –algo habitual entre ciertos monjes en la zona de Oriente–, la presencia de mujeres en las casas de los clérigos, la obligatoriedad de celebrar dos sínodos al año en cada provincia, la prohibición de la práctica de la usura por parte de los obispos y clérigos, la prohibición de arrodillarse durante la liturgia dominical y otros temas menores.
Arrio tomó el camino del exilio tras los sínodos de Tiro y Jerusalén que le pusieron las cosas más difíciles. Años después, en el 336, Constantino declaró que Arrio podía regresar de su exilio. De hecho, pidió al obispo Alejandro de Alejandría, gran enemigo de Arrio, que le diera la bienvenida.
Arrio

Arrio

Sócrates Escolástico, otro de los grandes detractores de Arrio, nos dejó una más que detallada relación de la vuelta y muerte de Arrio. Llena de mala leche y delectación en el mal ajeno. Según él –y tomando con reservas sus palabras– Arrió salió del palacio imperial y fue reconocido por la gente que se acercó a saludarlo. Al llegar al Foro de Constantino notó lo que el narrador denomina «una relajación violenta de las entrañas» (vulgo: apretón) por lo que se encaminó a la parte trasera del Foro, donde se ubicaban unas letrinas públicas.
Puesto en faena sufrió un desmayo. Tuvo una fuerte hemorragia y un prolapso rectal (salida del intestino por el ano) que le condujo a la muerte. Para Sócrates Escolástico, quien se regodeaba de una manera muy poco cristiana en los detalles más indignos del suceso, todo fue una prueba de la desaprobación de Dios.
La discusión sobre la naturaleza de Jesucristo dio lugar a los dichos en español de: «Discusión bizantina», cuando se discute largamente por cosas de poca o nula importancia y «armarse la de Dios es Cristo».
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