La misteriosa muerte del hijo de la emperatriz Sissi
Rodolfo de Habsburgo fue el heredero de una de las coronas más importantes de Europa. Todavía hoy se sospecha que o bien pudo ser un suicidio o un asesinato político
La noche del 30 de enero de 1889 murieron el archiduque Rodolfo y su amante María Vetsera en el antiguo pabellón de caza de Mayerling. Hijo de los emperadores de Austria-Hungría, Francisco José I e Isabel –conocida como Sissi–, era el heredero de una de las coronas más importantes de Europa. Todavía hoy se sospecha que o bien pudo ser un suicidio o un asesinato político.
Rodolfo de Habsburgo (1858-1889), único hijo varón del emperador de Austria, fue educado en una rígida corte vienesa para llegar a ser un digno sucesor de su padre. Alejado por sus tutores de los lujos y comodidades superfluos, siempre se le recordó su alta cuna, destino y obligaciones futuras. Su madre nunca tuvo capacidad para influir en su programa de estudios, a cargo de militares y políticos fieles a su marido. Fruto de esa rigidez y alta exigencia fue su rebeldía, demostrada en su acercamiento a movimientos liberales y anticlericales ante el escándalo de su padre y de los sectores políticos más conservadores del Imperio. En 1880 publicó La nobleza austríaca y su misión constitucional donde expuso sus ideas progresistas.
Al heredar el inconformismo y encanto personal de su madre, el archiduque Rodolfo manifestó un enorme poder de seducción con las damas de la corte y prostitutas de lujo. Pronto el personal de la Casa Imperial pensó en calmar su angustia existencial, estabilizando su carácter, mediante un meditado matrimonio.
Y así, por razones de Estado, se le buscó una novia joven que fuera una princesa católica y una adecuada consorte imperial, recayendo esa responsabilidad en la princesa Estefanía de Bélgica. Ambos tuvieron solamente una hija, Isabel, ya que Rodolfo contrajo una enfermedad venérea que contagió a su esposa provocando su esterilidad. Pero, además, la infección le produjo al archiduque unos terribles dolores de cabeza que sus médicos trataron de curar con morfina y cocaína, que, entonces, consideraban medicamentos inofensivos y manejables.
En 1888, Rodolfo de Habsburgo conoció a una joven de 16 años, la baronesa María Vetsera, hija del barón Albin de Vetsera, un diplomático húngaro afincado en la corte vienesa, y su esposa Elena Baltazzi, miembro de una de las familias de banqueros griegos más importantes del Imperio otomano. María se enamoró profundamente del heredero sumido en una profunda depresión, aunque mantuvo su relación en secreto. Según la versión oficial, Rodolfo comenzó a pensar en suicidarse, pero, ante el miedo a morir solo, propuso a su joven amante quitarse la vida juntos, a lo que ella accedió. Días antes de su muerte, María escribió cartas de despedida para sus padres y hermanos, mientras recibía, como regalo de su amante, un anillo con la leyenda «Unidos en el amor hasta la muerte».
El 13 de enero de 1889, la joven fue al estudio de su fotógrafo en Viena y, a continuación, redactó su testamento. Ambos se trasladaron al pabellón de caza de Mayerling, a unos 40 kilómetros de Viena, y en la noche del 29 al 30 de enero se desencadenó la tragedia. Aparecieron los dos cuerpos muertos, pero el informe oficial sólo habló de uno de ellos, el del archiduque, mientras el cuerpo de la baronesa Vetsera era trasladado y sepultado discretamente en el pequeño cementerio contiguo a la abadía de Heiligenkreuz.
Una investigación frustrada
El Vaticano ordenó una investigación sobre la muerte del archiduque, herido de bala, pues el emperador Francisco José I deseaba enterrarle en la cripta imperial de su dinastía, pero si se demostraba que había sido un suicida la autoridad eclesiástica lo impediría. En Roma, el cardenal Rampolla –secretario de Estado vaticano– se negó a autorizar el entierro sin previa investigación.
El informe pontificio señaló finalmente que el heredero había muerto del disparo de un arma de fuego, que había sido encontrada, siendo utilizada sólo una vez. La sospecha de un asesinato permitió, finalmente, enterrarlo. Francisco José I nunca olvidó el sufrimiento que atravesó por las reticencias de Rampolla, de tal manera que, en el cónclave convocado en 1903 para la elección de un nuevo Papa, utilizó al privilegio de Exclusiva para vetar la candidatura de este cardenal que, además, era descaradamente francófilo.
También circuló la versión de que el asesinato de la pareja –simulado como suicidio– había sido obra de sicarios
Y es que el emperador de Austria también sospechó, por informes políticos, que su hijo había sido asesinado por agentes provenientes de París. La III República Francesa era un régimen claramente contrario al Imperio austro-húngaro, al que pretendía sustituir como potencia tutora en algunos estados balcánicos, como Rumania. París favorecía los movimientos independentistas de los territorios de los Habsburgo y era considerada una nación enemiga para Viena.
También circuló la versión de que el asesinato de la pareja –simulado como suicidio– había sido obra de sicarios contratados por círculos del gobierno que veían en el heredero un peligro para la seguridad del Estado. Se sospechaba de que estaba dispuesto a liderar un movimiento independentista en Hungría contra su padre, por lo que era necesario eliminarle de una vez por todas. Sin embargo, esta posibilidad a todas luces fue considerada exagerada, pues existían diversas maneras más diplomáticas y discretas para anular las tentativas políticas de un hombre muy enfermo.
Por ejemplo, cuando los escándalos homosexuales del hermano del emperador, el archiduque Luis Víctor (1842-1919), amenazaron gravemente la imagen de la dinastía, se le recluyó y vigiló en una residencia campestre hasta el fin de sus días.
Francisco José I todavía vivió la suficiente para ser testigo de otras tragedias familiares pues su esposa Isabel fue asesinada por un anarquista en 1898, su sobrino Juan Salvador desapareció durante una expedición científica en el cabo de Hornos y Francisco Fernando, otro sobrino, también sería asesinado en Sarajevo en junio de 1914, siendo la chispa que desencadenaría la Primera Guerra Mundial.