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Henri de Toulouse-Lautrec

Henri de Toulouse-Lautrec

Pijo burgués, alcohólico y enfermo: así era Toulouse-Lautrec

Henri pasaba horas en los bares de Montmartre y acabó siendo un alcohólico que arrasaba con las botellas de absenta

Resultado del matrimonio entre dos primos hermanos, el conde Alphonse y la condesa Adèle, nació Henri de Toulouse-Lautrec en noviembre de 1864, en una de las familias aristócratas más antiguas y reconocidas de Francia. Sus orígenes hicieron que jamás le faltase de nada a nivel económico, pero al mismo tiempo sufrió graves problemas médicos, que no solo le provocaron dolores físicos sino psicológicos por la burla de terceros. A esto se sumó la separación de sus padres y una soledad que suplió con varios vicios que descubrió en la ciudad de París.

A los 13 años sufrió una fractura en el fémur derecho, y un año después le sucedió lo mismo en la pierna izquierda. No había sido casualidad, tenía una fragilidad ósea que marcó su vida para siempre. Aunque nunca se le diagnosticó, las roturas se debieron a una enfermedad genética que le afectó a los huesos. Mientras el torso del joven Henri siguió desarrollándose de manera normal, sus piernas no crecieron igual y se quedaron atrofiadas.

Toulouse Lautrec en su atelier, como pintor y modelo, en un montaje fotográfico de Maurice Guibert (1856-1913)

Toulouse Lautrec en su atelier, como pintor y modelo, en un montaje fotográfico de Maurice Guibert (1856-1913)

Llegó a medir 1,52 metros y era visto por los demás como un «bicho raro». A pesar de todo, Toulouse-Lautrec continuó sus estudios, encontró en la pintura su pasión y se trasladó a París para formarse de la mano de dos prestigiosos artistas del momento: Fernand Cormon y Leon Bonnat. Cuando no pintaba se paseaba por las calles del barrio parisino de Montmartre donde Henri empezó a visitar los cabarés y burdeles como el famoso Moulin Rouge. Es en estos entornos donde encuentra la inspiración para pintar sobre ambientes marginales que reflejaba parte de la sociedad del momento. Ese era el París de luces rojas y excesos que pintó Toulouse-Lautrec y que también vivió en sus propias carnes, porque en su caso la separación entre el artista y su obra no existía.

Chupitos de absenta

Lo bohemio tenía un precio. Henri pasaba horas en los bares de Montmartre y acabó siendo un alcohólico que arrasaba con las botellas de absenta, la «fée verte» más popular del momento, y que gran parte de los artistas consumían. Sin embargo, Toulouse-Lautrec era famoso entre sus coetáneos por sus excesos con el alcohol, que lo convirtieron en un adicto e incrementaron sus problemas de salud.

"La fealdad, donde quiera que esté, siempre tiene un lado bello; es fascinante lograr la belleza donde nadie más la puede ver" - Toulouse-Lautrec

«La fealdad, donde quiera que esté, siempre tiene un lado bello; es fascinante lograr la belleza donde nadie más la puede ver», dijo Toulouse-Lautrec

En 1899, su madre preocupada por el estado deplorable de su hijo decidió internarlo en un psiquiátrico en Neuilly para curarlo y alejarlo de un entorno que lo estaba matando. Aislado del bullicio que tanto amaba, Toulouse-Lautrec usó el arte como herramienta de reivindicación personal para intentar volver a su vida anterior. Desde su «cautiverio» realizó una serie de litografías y bocetos con la intención de demostrar su cordura y que se había recuperado de sus vicios. En todos estos años su actividad artística había sido frenética, al igual que su vida de excesos, que dejaron su cuerpo muy debilitado.

Henrí pasó sus últimos días en el castillo de Malromé, donde había vivido muchos años, aunque esta vez sería la última. Murió en septiembre de 1901 acompañado de su madre, que le había cuidado desde que nació. Su vida fue un caos a nivel personal, fue un aristócrata que no encajó entre los de su clase, pero se convirtió en uno de los grandes artistas del momento, que supo captar la esencia de aquella Belle Époque parisina repleta de lujos, decadencia moral y excesos de los que él también formó parte.

Su legado artístico ha trascendido su época, y ahora es un símbolo indiscutible del postimpresionismo, del barrio de Montmartre y ese carácter bohemio que tuvo París, y que gracias a las obras de Henri de Toulouse-Lautrec sigue manteniéndose.

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