Fundado en 1910
Álvaro de Luna, condestable y favorito del rey Juan II de Castilla, decapitado públicamente en la Plaza Mayor de Valladolid el 2 de junio de 1453

Álvaro de Luna, condestable y favorito del rey Juan II de Castilla, decapitado públicamente en la Plaza Mayor de Valladolid el 2 de junio de 1453Museo del Prado

El trágico final del valido del padre de Isabel la Católica al que el propio monarca mandó ejecutar

Fue el consejero más cercano de Juan II, pero aquello le valió las envidias y el odio de muchos que quisieron destruirlo. Finalmente, el mismo rey que le elevó fue quien sentenció su muerte en 1453

«No cabe imaginar dos personajes tan distintos como Juan II y Álvaro de Luna», advierte el historiador y marqués de Lozoya Juan de Contreras y López de Ayala en su Historia de España. Aun así, «la historia del reinado [de Juan II] es la historia de don Álvaro de Luna», reconoce. Éste fue el consejero más cercano de Juan II, ascendió al poder gracias a su estrecha relación con el rey de Castilla y se convirtió en el segundo hombre más poderoso del reino, acumulando títulos y riquezas extraordinarias.

Sin embargo, el mismo rey que le elevó fue quien sentenció su muerte en 1453. Su historia comienza en 1410, cuando Álvaro de Luna, hijo ilegítimo de un noble de origen aragonés, fue enviado por su tío, el arzobispo de Toledo, a la corte real castellana, donde se convirtió en paje del joven monarca.

Paje, valido y condestable de Castilla

«Poco tiempo bastó para que don Juan se le aficionase con tan extraordinario cariño, que ya no podía estar sin él y enfermaba si se le privaba de su compañía; fácil es explicar esta preferencia por quien tanto sobresalía entre sus compañeros, y tanto se aventajaba a todos los cortesanos en dotes amables, y en todas las prendas que constituían un perfecto caballero», escribe Francisco de Paula Mellado en el apartado que dedica a nuestro protagonista en su Recuerdos de un viaje por España, 1849.

Lo cierto era que el doncel, además de su carácter amable, era un buen caballero, un habilidoso lancero, poeta y poseía una inteligencia singular. En definitiva, tenía todas las cualidades que el monarca admiraba. No obstante, también era «un hombre ambicioso y desconfiado quien, tras desprenderse de su ingenuidad, se afanaba desesperadamente por tener el control de todo para obtener lo que deseaba», explica Fernando Nadal, periodista y autor de La daga del rey. Álvaro de Luna, el monarca sin corona (Esfera de los Libros).

Retrato de Álvaro de Luna, que fue maestre de la Orden de Santiago y condestable de Castilla

Retrato de Álvaro de Luna, que fue maestre de la Orden de Santiago y condestable de Castilla

De esta manera, Álvaro de Luna consiguió tener una gran influencia en el monarca en un tiempo de discrepancias entre los Trastámara y pugnas por el poder convirtiéndose en el valido del rey. «Los infantes de Aragón, don Juan y don Enrique, primos del rey, tenían inmensos bienes y dignidades en Castilla; pero como la ambición del hombre nunca está satisfecha aspiraban a más poder y a ser los árbitros exclusivos del reino», comenta De Paula Mellado.

Así las cosas, en 1420, Enrique de Trastámara asaltó el palacio en el que se encontraban el monarca y su valido Luna y los toma prisioneros en lo que se conoce como el golpe de Estado de Tordesillas. Pero los planes de don Enrique de controlar la monarquía castellana se vieron abajo cuando el rey, ayudado por su valido, logró escapar de su cautiverio y refugiarse en el castillo de Montalbán de la Puebla de Montalbán.

En agradecimiento a su acción, Juan II de Castilla le otorgó a Álvaro de Luna la dignidad de Condestable de Castilla y el patrimonio asociado a este título, y «desde aquel momento empezó a ser el árbitro de los destinos» del reino, según advierte el escritor en Recuerdos de un viaje por España.

Desató las envidias y el odio

Al tiempo que conseguía títulos y riquezas, así como dominar la voluntad del rey, también «desató las envidias y el odio tanto de la alta nobleza castellana como de los ambiciosos infantes de Aragón. Unidos por la animadversión contra el favorito del rey, ambos bandos se confabularon para destruirlo, al considerarlo un intruso que había osado elevarse por encima de su condición», indica el autor de La daga del rey.

Llegó a expulsar a los infantes de Aragón, primero en 1429 de forma temporal y después en 1445 definitivamente en la batalla de Olmedo, adquiriendo, como consecuencia, el título de gran maestre de la Orden de Santiago. Aunque «aprovechó su posición en la corte para acumular poder y riqueza –algo habitual en la codiciosa nobleza–», según señala Nadal, «su legado fue fortalecer la institución monárquica, defendiendo el poder absoluto del soberano».

Portada del libro La daga del rey de Fernando Nadal

Portada del libro La daga del rey de Fernando NadalEsfera

Esta fuerte convicción «le condujo a enfrentarse a los magnates castellanos que pretendían usurpar al rey una parte de ese poder o, en el mejor de los casos, intentaban que se lo cediera valiéndose de toda clase de amenazas». A pesar de todo ello, «tres décadas siendo la segunda autoridad en Castilla después del rey, haciendo y deshaciendo a su antojo, lo fueron corrompiendo y destruyendo, hasta el punto de alterar su perspectiva y su capacidad de análisis», considera Nadal.

Isabel de Portugal, «su más mortal enemiga»

Cuando pensó que entraba en una etapa de tranquilidad, pues su posición se afianzaba al lado del monarca, quien lo consideraba amigo de la infancia además de valido, Álvaro de Luna tuvo que enfrentarse a un último obstáculo. Juan II había casado en segundas nupcias con Isabel de Portugal, quien «se declaró en breve su más mortal enemiga», recoge la obra de De Paula Mellado.

La esposa del rey, consciente de la influencia que ejercía De Luna en su marido, inició una campaña para desprestigiarlo. Y «pudo más su hechizo sobre su esposo, ya entrado en años, que la antigua afición hacia el valido, afición que el tiempo había empezado a debilitar, y troncándose poco a poco en disgusto, no necesitaba más que un ligero impulso para convertirse en odio declarado», describe el periodista del siglo XIX.

Colecta para sepultar el cadáver de Álvaro de Luna, de José María Rodríguez de Losada. 1866

Colecta para sepultar el cadáver de Álvaro de Luna, de José María Rodríguez de Losada. 1866

Así, con la ayuda de su hijastro, el futuro Enrique IV, Isabel de Portugal consiguió hacer creer a Juan II que su amigo era un peligro para el reino y un traidor. Y en el verano de 1453, De Luna fue arrestado y juzgado por un tribunal por usurpación del poder real y apropiación de las rentas de la Corona. El 2 de junio de 1453 Álvaro de Luna, quien ostentó el favoritismo del rey, era decapitado en la Plaza Mayor de Valladolid por órdenes del propio Juan II de Castilla.

Su cabeza permaneció durante nueve días expuesta en lo alto de una viga de madera para escarnio del público. Jorge Manrique haría referencia a estos hechos con los siguientes versos:

«Pues aquel gran condestable, / maestre que conocimos, / tan privado, / no cumple que dél se hable, / sino sólo que vimos / degollado. / Sus infinitos tesoros, / sus villas y sus lugares, / su mandar, / ¿qué le fueron sino lloros? / ¿qué fueron sino pesares al dejar?».

comentarios
tracking