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Un oficial soviético guía a sus soldados en un ataque en el Frente de Leningrado en enero de 1943

Un oficial soviético guía a sus soldados en un ataque en el Frente de Leningrado en enero de 1943Wikimedia Commons

Así narró un legionario los combates de Krasny Bor: «Todo saltaba por los aires y yo también»

Valentín Sánchez, un joven soldado de 18 años, narró su experiencia en una de las mayores gestas militares de España en el siglo XX

En un tiempo en el que la ministra de Defensa se niega a conmemorar en su primer centenario de uno de los hechos de armas más importantes de la historia de España, el Desembarco de Alhucemas, resulta utópico pensar que el Ejército Español realizase cualquier gesto que le lleve a recodar la última gran batalla, victoriosa, de la Infantería Española. Si combatir en Marruecos es hoy algo tabú luchar en el Frente Ruso durante la II Guerra Mundial es algo más que inaceptable.

El general Fernando Esquivias Franco, teniente de Artillería en la División Azul y luego responsable del Cuerpo de Mutilados, tenía en su archivo unas brevísimas memorias de un joven legionario, Valentín Sánchez, que sirvió en Rusia y que conoció en Mutilados. Valentín tenía 17 años cuando se alistó a La Legión y 18 cuando, ya voluntario en Rusia, combatió en los sangrientos combates de Krasny Bor. De su viaje a Alemania nos ha dejado escrito:

«A mi lado, oí entonar, con voz cascada, una canción. Miré a la persona que así ahogaba su emoción, y vi a un veterano, de edad madura; su rostro era severo, cubierto de arrugas recortadas estás por grandes cicatrices en su mejilla izquierda. Sin darme cuenta, salió de mi garganta un hilo de voz, acompañándole en su canto, uniéndose a las nuestras, cada vez más fuertes, otras y otras…

Soy valiente y leal legionario

Soy soldado de brava legión».

Sobre los combates de Krasny Bor, donde fue gravemente herido el divisionario y legionario Valentín Sánchez recordaba:

«(…) Todo saltaba por los aires y yo también. Me sentí dar en el aire dos o más vueltas como un peón y caer pesadamente como una piltrafa.

Sentí un calor muy fuerte en el lado izquierdo y que algo pastoso y caliente me mojaba la cadera izquierda, resbalando por la pierna. Quise tocarme y, de nuevo tuve miedo, pero esta vez era con más intensidad. En el suelo a mi alrededor se estaba formando un gran charco de sangre… Traté de levantarme, apoyándome en los brazos y fue cuando vi que uno de ellos no estaba en mi cuerpo. Lo único que quedaba era un trozo deforme de carne y hueso quemada del cual se retorcían unos nervios y brotaban de las arterias cortadas enormes chorros de sangre. Veía todo aquello como una pesadilla. Un poco más allá, estaba la parte que faltaba del brazo. Estaba ennegrecida, quemada y con la mano aferrada al suelo. Quedé inconsciente.

Cuando recobré el sentido, noté que mi cuerpo estaba ardiendo a pesar de la baja temperatura. Tenía escalofríos y temblaba. Aquél medio brazo que me quedaba y dónde antes salía la sangre a borbotones, ahora se había taponado –por decirlo de alguna manera– con la misma sangre y carne quemada, al haberse está coagulado, ya que la temperatura sería de 30º o 35º bajo cero.

A lo lejos oía el tiroteo del combate. Los rusos habían rebasado nuestras posiciones.

(…) El trozo de brazo se había hinchado, pero ya no sangraba… Empezó a nublárseme la vista y mis fuerzas eran ya nulas… A trompicones salí de allí y llegué a Krasny Bor. Vi que varios hombres recogían y llevaban con sus camillas a los heridos y caí de rodillas por la emoción. Era el primer acto humano que presenciaban mis ojos durante todas aquellas horas. Dos de ellos venían presurosos hacia mí. No vi más. Perdí el conocimiento.

Cuando abrí los ojos estaba tumbado en una mesa de operaciones. Había varias personas a mi alrededor vestidas de blanco…

Pedí agua. Se acercó uno que parecía enfermero y me habló, pero no en mi lengua, sino en ruso. Se marchó y al cabo de un buen rato regresó acompañado de otra persona vestida con uniforme ruso de oficial. En perfecto castellano me preguntó nombre y apellidos, fecha y lugar de nacimiento y a que compañía pertenecía, etc. También me explicó mi situación: el uniforme nuestro era blanco con el camuflaje; el ruso también. Creyéndome uno de los suyos me habían recogido y llevado a aquel hospital».

Valentín fue llevado a un hospital ruso en Kolpino. Contra todo pronóstico no fue rematado por las tropas soviéticas, práctica que realizaban después de los combates importantes los soviéticos independientemente que los heridos fuesen alemanes o rusos. El 11 de febrero el hospital de Kolpino empezó a recibir bombardeo de la aviación y artillería alemana, ataques que afectaron directamente al edificio del hospital:

«Durante los pocos días que llevaba allí –en el hospital–, de los siete españoles que conocí, había uno que procedía de La Legión. Estaba herido de metralla en la cabeza. Al saber que yo también era legionario nos unió una camaradería y amistad que sabíamos que sólo la muerte podía romper.

Así pues, cuando vio que por aquel boquete –abierto en un muro del hospital por los recientes bombardeos– se iba al exterior, no lo dudó ni un segundo: cogió un par de mantas de la cama, hizo un rasgón en la mitad de ellas y por allí me hizo meter la cabeza, al estilo poncho. Igual hizo él. Seguidamente rasgamos unas sábanas y nos la enrollamos al cuello como una bufanda. Pasó mi brazo por encima de su hombro y salimos. La temperatura a bajo cero debía de ser de 15º o 20º. Sabíamos que aquello era una locura, pero ignorábamos que nos pasaría de quedarnos allí. Como poco Siberia».

Los dos legionarios lograron cruzar la tierra de nadie, teniendo que matar un centinela ruso durante su fuga, hasta lograr llegar a las trincheras españolas. Hospitalizado en zona alemana, a nuestro legionario tuvo que serle amputado lo que le quedaba del brazo por estar gangrenado, siéndole curada una herida de bala en la espalda que se produjo durante su fuga, al igual que le ocurrió a su compañero del Tercio que resulto herido en la ingle. Tras pasar por un lazareto de campaña terminaron en el hospital militar de Riga, en Letonia, para luego ser repatriados a España.

Años después Valentín fue cantante y actor ocasional con el nombre de Valentino Sanchís. Trabajo con Carmen Sevilla en la película La hermana San Sulpicio. En una de sus actuaciones el público le increpó por cantar con una mano metida en el bolsillo de la chaqueta, su mano ortopédica. Hombre de fuerte carácter Salvador abandono el escenario, se puso una camisa en su camerino, se quito el brazo artificial y volvió a salir a cantar dejando visible su mutilación. Pidió a los músicos que tocasen la tonadilla El Camillero. Fue un rotundo éxito.

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