
Abraham Duquesne entrega cristianos cautivos en Argel después del bombardeo de Argel (1683)
Esclavitud blanca: así capturaban los musulmanes a cristianos en Europa entre los siglos XVI y XIX
Se calcula que, durante esos siglos, los corsarios berberiscos llegaron a esclavizar a más de un millón de europeos, incluyendo a personajes célebres como Cervantes, quien protagonizó varios infructuosos intentos de fuga
Cuando se habla de esclavitud, enseguida nos viene a la cabeza el terrible tráfico de esclavos llevado a cabo por europeos, fundamentalmente portugueses, desde el África occidental hacia el Nuevo Mundo y que ponen de relieve obras muy conocidas, como La cabaña del tío Tom, series como Raíces o películas como Lo que el viento se llevó, basada, a su vez, en la famosa novela de Margaret Mitchell. Pero, por desgracia, la esclavitud ha existido, desde la edad antigua, en la mayor parte de las civilizaciones. Me gustaría centrarme, en esta ocasión, en otro tipo de esclavitud mucho menos conocida por el gran público. La que ha afectado a europeos.
En este apartado tenemos que referirnos, por un lado, a la acontecida desde la Grecia clásica hasta prácticamente bien entrada la Edad Media y por otro, la que va desde los siglos XVI al XIX y que es la conocida como «esclavitud blanca», aunque, hablando con propiedad, ambos tipos lo son. La diferencia es que, en la primera, unos pueblos europeos esclavizarán a otros, mientras en la del segundo tipo, musulmanes, fundamentalmente turcos y norteafricanos, esclavizarán a cristianos europeos.

El mercado de esclavos, de Gustave Boulanger (1882)
La esclavitud clásica formaba parte intrínseca de la guerra y la conquista. Todas las tierras y propiedades del pueblo conquistado, incluyendo sus ciudadanos pasaban a formar parte del pueblo dominante. Estos últimos solían correr dos tipos de suertes. Podían ser ejecutados o ser vendidos como esclavos. De hecho, existen esclavitudes clásicas tremendamente célebres, como la del pueblo hebreo narrada en el libro del Éxodo, aunque la veracidad de esta haya sido puesta en duda por no pocos especialistas.
En Europa ha sido constatada desde época micénica. De hecho, era considerada normal en la cuna de la civilización occidental, la Grecia antigua, algunas de cuyas principales ciudades basaban su prosperidad económica precisamente en la mano de obra esclava. Es especialmente notable el caso de Esparta, que esclavizó a sus vecinos laconios y mesenios, los célebres ilotas, a los que obligaban a trabajar para ellos, mientras estos se dedicaban a ejercitarse para la guerra y la caza, lo que llevó al político ateniense Critias, (Siglo V a.C.), a decir que, en ningún otro lugar, «los libres eran más libres, ni los esclavos más esclavos».La otra gran civilización europea clásica, la romana, fue igualmente una sociedad tremendamente esclavista. La férrea resistencia que le presentaron algunos pueblos, como el caso de Numancia, se explica porque sus habitantes eran conscientes que si eran derrotados serían, en el mejor de los casos, convertidos en esclavos y de hecho Roma tuvo que hacer frente, a lo largo de su historia, a varias revoluciones protagonizadas por estos. La más famosa fue la del gladiador tracio Espartaco, sofocada cruelmente por Marco Licinio Craso, quien, a su vez, paradojas del destino, encontraría una cruel muerte en Persia, tras ser derrotado en la batalla de Carras.
No todos los esclavos estaban abocados a una vida miserable. Algunos llegaron a ser tremendamente célebres destacando como gladiadores en el circo romano o como aurigas en las carreras de cuadrigas, ese fue el caso, entre otros, del esclavo hispano Flavio Escorpo. Los esclavos también podían ser objetos de manumisión o bien podían comprar su libertad y aunque tenían más limitaciones que los «ingenuos» o aquellos que nunca habían sido esclavos, algunos libertos llegaron a prosperar y a acumular grandes riquezas.
En la Edad Media se mantuvo la esclavitud en Europa, fundamente con africanos, pero, salvo excepciones, se evitó la de europeos, ya que, con el cristianismo, esta fue evolucionando hacia otro estamento social denominado «servidumbre». Es cierto que, en ocasiones, la situación de vasallaje y sometimiento a un señor determinado podía no distar mucho de la de un esclavo, pero a pesar de sus muchas limitaciones, los siervos, no podían ser vendidos y tenían cierto grado de libertad según los casos.
Las dos áreas geográficas que sí mantuvieron la esclavitud de europeos fueron justamente los extremos norte y sur del continente. Por un lado, los vikingos, que en sus razias capturaban a otros europeos para venderlos como esclavos y por otra, Al-Ándalus, que se nutría de mamelucos, eunucos, sirvientes y esclavas provenientes de reinos cristianos.
El propio Abderramán III era rubio y de ojos claros por ser hijo y nieto de las mujeres norteñas del harén de la corte, muchas de ellas, originalmente, esclavas cristianas. En el resto del territorio europeo solo era posible la esclavitud de caucásicos, en el caso de paganos de tierras orientales o católicos excomulgados.
De todas formas, la época más trágica de la esclavitud blanca tuvo lugar entre los siglos XVI al XIX por parte de la Berbería, (las regiones costeras de los actuales Marruecos, Argelia, Túnez y Libia), auténtico refugio de piratas y traficantes de esclavos que actuaban contra embarcaciones comerciales e incluso atacaban áreas costeras del mediterráneo con galeras. A partir del siglo XVII y con la ayuda de navegantes renegados holandeses e ingleses, los berberiscos aprendieron a navegar con velas cuadras y comenzaron a hacer incursiones en las islas británicas, Países Bajos e incluso Islandia.
Se calcula que, durante esos siglos, los corsarios berberiscos llegaron a esclavizar a más de un millón de europeos, incluyendo a personajes célebres como Cervantes, quien protagonizó varios infructuosos intentos de fuga. Salvo aquellos de clases sociales más elevadas que podían ofrecer un rescate, la mayoría pasaban a llevar una vida profundamente miserable.
Los hombres que no morían decapitados, por malos tratos, por desnutrición o por enfermedades, eran destinados a trabajos muy duros o enviados a galeras, condenados a remar hasta que esta se fuese a pique en un combate o falleciesen por agotamiento. Las mujeres simplemente eran vendidas a los harenes de ricos y nobles y encerradas en vida como esclavas sexuales y los niños recibían instrucción militar para convertirse en «jenízaros» o soldados de elite.

Un comerciante de La Meca (derecha) y su esclavo circasiano
La Berbería, aunque oficialmente bajo autoridad otomana, funcionaba con diversos sultanatos autónomos, aunque era Argel el principal centro de la piratería mediterránea. Algunos de los más afamados piratas, fueron, igualmente, grandes navegantes y estrategas, como los Barbarroja, Turgut Reis (Dragut), Kurtoğlu, Kemal Reis o Murat Reis. (Por cierto, Reis en turco significa almirante).
Por supuesto, las potencias mediterráneas no se quedaron de brazos cruzados frente a la amenaza berberisca, de tal manera que fueron muy numerosas las incursiones cristianas en el norte de África. Con Carlos V algunas resultaron exitosas como la toma de Túnez en 1535, otras resultarían victorias pírricas para Barbarroja, fue el caso de la derrota de la Santa Liga en Préveza (1538) en donde el vencido Andrea Doria consiguió salvar parte de la flota, o Castelnuovo, las auténticas Termópilas españolas, porque en ese enclave montenegrino, capturado por los tercios, se enfrentaron en 1539 más de 50.000 turcos contra 3.000 españoles.
Francisco Sarmiento y sus hombres pagaron con su vida el rechazar la honorable capitulación ofrecida, pero se llevaron por delante, prácticamente, la mitad del enorme ejército de Barbarroja. Sin embargo, el desastre de la jornada de Argel, (Carlos V, 1541) debido a los temporales y a una mala planificación, resultó un gravísimo revés para Occidente.
Con Felipe II tendrán lugar dos eventos fundamentales, que no pondrán fin al problema, pero supondrán un cierto bálsamo durante las siguientes décadas. La victoria cristiana en el asedio de Malta en el que se enfrentaron, de nuevo, un ejército de 50.000 otomanos frente a 7.000 defensores y en donde fallece, junto a 30.000 de sus hombres, el temible Dragut y la célebre victoria de Lepanto. Por su parte, Felipe III toma la decisión de expulsar a los moriscos, entre otras razones, porque muchos de ellos colaboraban abiertamente con los berberiscos. En cualquier caso, las razias y la trata de esclavos cristianos continuaron, con mayor o menor intensidad, hasta la conquista francesa de Argel en 1830. El mismo siglo que puso fin a la horrible lacra de la esclavitud en América, contempló el final de la, más desconocida, pero no menos cruel, esclavitud de los europeos en el imperio otomano.