«Desembarco de Alhucemas», por José Moreno Carbonero
De Lyautey a Pétain: el giro francés que hizo posible el desembarco de Alhucemas
La intervención de Francia en el desembarco de Alhucemas no fue inmediata. Solo tras la amenaza directa a sus fronteras, París aceptó colaborar con España para frenar a Abd el Krim
En la preparación del desembarco de Alhucemas era imprescindible la colaboración con Francia. Hasta 1925, el residente francés en Rabat fue el mariscal Louis Hubert Lyautey, un militar aristocrático, buen administrador, pero poco dado a las batallas. Un político de uniforme. Había iniciado su carrera en los regimientos de Caballería de Argelia e Indochina, donde sirvió a las órdenes de otro gran colonialista francés: Gallieni.
Imbuido por la ideología colonial pacificadora y colaboradora, aunque siempre con diferencia de poblaciones, recaló en Madagastar antes de volver a Argelia. En 1907 fue elegido para reprimir una rebelión en Uxda, que fue una de las puntas de lanzas de la penetración francesa en Marruecos. En 1912, al instaurarse el protectorado, fue elegido residente general.
Su labor de pacificación fue buena, sometió el país revuelto desde Adbelaziz al poder central (el Majzen intervenido por Francia) e impulsó las obras públicas, el urbanismo, la producción y la cultura. Le gustaba su papel político y dejó los asuntos militares delegados en otros generales a sus órdenes. Durante la Primera Guerra Mundial tuvo que afrontar la misión de enviar las mejores tropas a Europa y sustituirlas por reservistas y colonos militarizados con el objetivo de que los tribus marroquíes no vieran una disminución de contingentes y se lanzaran a la rebelión. El acuerdo con caídes colaboracionistas le permitió mantener el orden. Pero no participó en la Gran Guerra, sino como fugaz y criticado ministro de la Guerra.
En 1917 Lyautey regresó a Marruecos para proseguir con su política colonial que implicaba la ocupación y sumisión total del país, en lo que había insistido incluso durante la guerra cuando Francia no disponía de tropas. En 1921 ascendió a mariscal y continuó su labor, pero sin poder alcanzar la paz total, al enfrentarse a la guerra Zayana y a la rebelión de Uezzan. Y, en ese momento, ocurre el desastre español en el Rif.
Algunos autores han hablado de cierto desprecio de Lyautey hacia la posición de España. Quizás no sea del todo cierto. El mariscal llevaba a cabo una política de compromiso, otorgaba ventajas a la población local, huía del enfrentamiento con los notables y necesitaba el desarrollo de las zonas más ricas del país para poder invertir los beneficios. La zona española era pobre y difícil de someter, necesitaba mucha acción militar. No le interesaba.
Además, sobrevolaba la amenaza la posibilidad de que Francia ocupara la zona española si España renunciaba a ella o la abandonaba. Lyuatey dejó la zona española a los españoles y se inhibió en la colaboración. Pero sucedieron dos hechos que trastocaron su visión. El mariscal reforzó la frontera franco-española en Marruecos con unos puestos que estaban situados en paralelo a los puestos españoles, con eso tenía una barrera. Al caer Annual, los puestos españoles fueron abandonados dejando vulnerables los franceses. Y, por otra parte, la presión de la cabila de Beni Serual obligó a Abd el Krim a cruzar el río Uarga, frontera entre zonas, y atacar los puestos franceses, llegar a Taza y poner en peligro Fez.
Lyautey aceptó su declive. Tenía muy mala salud desde que se cayera desde un primer piso el día de su bautizo, con un mes de edad. No le gustaba la guerra que se planteaba. Había perdido el apoyo en Paris por un cambio de gobierno. Y pidió el relevo que, por otra parte, ya parecía decidido. El 24 de septiembre de 1925 escribió al ministro de Asuntos Exteriores: «…la cuestión del Rif crea nuevos problemas, …que están pidiendo ser abordados y seguidos con continuidad, es necesario un hombre nuevo».
Los rifeños habían causado a Francia un pequeño Annual, aunque la propaganda gala y el hecho de que la mayoría de las bajas fueran tropas senegalesas, argelinas o marroquíes de otras regiones, silenció el desastre. Los ataques a la zona francesa dieron un respiro a los españoles. Francia se vio obligada a enviar grandes contingentes humanos y material bélico. Con estas fuerzas llegan también más generales veteranos de guerra, entre ellos Pétain. La salida de Lyautey fue necesaria. Su idea de Marruecos había chocado con la realidad de la rebelión. Su retirada, hecha con señorío antiguo, facilitó las cosas. André Maurois, en la biografía que le dedicó en 1931, decía: «Fue el único hombre de nuestro tiempo que fundó un imperio».
Philippe Pétain era entonces un héroe francés por la victoria de Verdún. Un personaje popular muy valorado, condecorado y hombre de acciones guerreras. Llegaría a ser comandante en jefe de las fuerzas armadas francesas y ministro en 1934, pero antes fue la persona elegida para sustituir a Lyautey. No estuvo muy seguro de aceptar, por la edad, pero acabó siendo nombrado. Aunque las operaciones militares las dirigía Naulin, él estaba a la cabeza del ejercito colonial.
Su comprensión de lo que estaba pasando y el riesgo que tenía para la política francesa, lo llevó a entrevistarse varias veces con Primo de Rivera. Simpatizaba con los españoles (llegó a ser embajador en Madrid en 1936), admiraba a la recién creada Legión. Estaba convencido de que un acuerdo de paz con Abd el Krim era imposible. De las conversaciones, salió la decisión del desembarco. Se desecharon dudas y reticencias y se pusieron de acuerdo para coordinar una operación complicada y, hasta cierto punto, incierta.
La colaboración empezó lejos del Rif. No hay que olvidar que Uazan está cerca de la ciudad de Alcazarquivir, entonces española. En esa línea que marca el río Lucus, el coronel Defrere había sufrido una fuerte derrota. Todavía estaba Lyautey de residente cuando recibió la visita del general Riquelme mientras Pétain visitaba Tetuán. El arreglo estaba servido y el 11 de agosto, el grupo móvil francés de Freyndemberg y las fuerzas españolas de Larache mandadas por Riquelme dieron la primera batalla conjunta a los rifeños. A partir de ese momento, el alejamiento anterior se convierte en coordinación hasta el desembarco de 8 de septiembre de 1925.