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Carlomagno recibiendo la sumisión de Widukind en Paderborn en 785, pintado hacia 1840

Carlomagno recibiendo la sumisión de Widukind en Paderborn en 785, pintado hacia 1840

Carlomagno fue un hombre de «gran bondad», de «férrea disciplina» y de «profundo amor por su familia»

Eginardo, cronista privado y público de Carlomagno, retrata al emperador más íntimo en su biografía Vita Karoli Magni. A continuación recogemos algunas de las citas más reveladoras

«Carlomagno fue un gran guerrero, un excelente legislador y un apasionado protector de la cultura», subraya el historiador Manuel Espinar Moreno en su obra Imperio carolingio. Nacimiento, expansión y decadencia. Estas tres facetas vienen reflejadas en su biografía, Vita Karoli Magni (Vida de Carlomagno) de Eginardo, su cronista privado.

«Pues nunca permitió que quedaran impunes cuando perpetraban una acción de tal tipo, castigando su perfidia ya poniéndose él mismo al frente del ejército, ya enviándolo con sus condes [...] Finalmente [...] trasladó a diez mil hombres [...] y distribuyó a los deportados aquí y allí en Galia y Germania, en pequeños grupos», advierte Eginardo cuando habla de la guerra contra los sajones que duró 33 años.

Por otro lado, en Vida de Carlomagno, Eginardo subraya sus reformas jurídicas y su impulso a la codificación de leyes: «Advirtiendo que mucho faltaba a las leyes de su pueblo [...] pensó en añadir lo que faltaba, hacer coherente lo discrepante, y corregir los errores y las faltas de redacción. [...] Hizo poner por escrito las leyes que aún no lo estaban de todos los pueblos sometidos a su dominio».

Asimismo, en varios fragmentos de la biografía podemos ver reflejado sus múltiples iniciativas culturales: «Ordenó transcribir los antiquísimos poemas bárbaros, en los que se cantaban los actos y las guerras de los antiguos reyes, para que su recuerdo no se perdiese», advierte Eginardo en el capítulo 29.

Pero Vida de Carlomagno –la primera fuente de la vida del emperador y rey de los francos, escrita entre el año 830 y 833– nos muestra mucho más. A continuación recogemos algunas de las citas que mejor retratan al Carlomagno más íntimo.

Aunque Eginardo vivió en estrecho contacto con el rey de los francos, comenzó a escribir su obra unos 15 años después de la muerte de Carlomagno. Intentó imitar el estilo del historiador de la Roma antigua, Suetonio, quien escribió Las vidas de los doce césares. Además de sus propias observaciones, el cronista utilizó como fuentes los Annales regni Francorum, la Historia episcoporum Mettensium de Pablo el Diacono, la correspondencia diplomática y el propio testamento de Carlos I el Grande.

De cuerpo imponente y alma disciplinada

En su biografía, Eginardo nos da esta descripción del emperador: «Fue de cuerpo amplio y robusto, de estatura elevada, que con todo no pasaba de la justa medida –pues consta que su talla era de siete pies de alto–, de cabeza terminada en forma redonda, de ojos muy grandes y vivaces, de nariz algo mayor que la media, de bellos cabellos blancos, de cara alegre y jovial».

Líneas después, detalla que «su paso era resuelto y viril toda la apariencia de su cuerpo; tenía la voz clara, pero esto no convenía en absoluto a su aspecto físico». Por todo ello, «adquiría, en su aspecto tanto sentado como de pie, autoridad y dignidad», considera.

Según el cronista, Carlomagno gozó «de muy buena salud» salvo «en los cuatro últimos años» en los cuales tuvo «frecuentes accesos febriles, y al final incluso cojeaba».

Carlomagno, Emperador de Occidente por Louis-Félix Amiel

Carlomagno, Emperador de Occidente por Louis-Félix Amiel

En cuanto sus hábitos, Vida de Carlomagno nos revela en el capítulo 24 que «por las noches, se despertaba durante el sueño cuatro o cinco veces, teniendo incluso que levantarse todas ellas. Mientras se vestía y calzaba [...] dictaba sentencia; y no sólo decía esto entonces, sino también todo lo que en ese día debía hacerse en cada servicio o las órdenes que había que dar a sus subordinados».

Aunque el emperador se desvelaba, durante el día no dejaba que le pudiese el cansancio y «Practicaba con asiduidad la equitación y la caza». Asimismo, «se deleitaba con los vapores de aguas termales, ejercitando su cuerpo reiteradamente en la natación, en la que fue maestro tan consumado que nadie, con justicia, podría haber sido considerado superior a él».

Por otro lado, Carlos I el Grande era «moderado en la comida y la bebida, pero aún más en esta última porque abominaba la ebriedad en cualquier hombre, y mucho menos en él mismo y en los suyos. No podía abstenerse igualmente de la comida, y a menudo se quejaba de que los ayunos resultaban dañinos para su cuerpo».

Un padre devoto que leía a san Agustín

Y aunque ofrecía pocos banquetes, procuraba comer junto a sus hijos: «Nunca cenaba sin ellos ni viajaba sin su compañía. Mostró gran amor paternal y lloró profundamente la muerte de sus hijos y del Papa Adriano», advierte el cronista.

En palabras del cronista, Carlomagno «era sumamente equilibrado en sus amistades: las hacía fácilmente, las mantenía con suma constancia, y cultivaba con gran devoción a todos aquellos con los que se había unido por este vínculo».

Siempre mostró «atención» a sus hijos. Por ejemplo, «decidió que sus hijos debían ser instruidos de modo que tanto los hijos como las hijas se iniciaran primero en las artes liberales, a las que él también se dedicaba», narra Eginardo.

Y predicó siempre con el ejemplo: «Cultivó con gran afán las artes liberales y, lleno de veneración por los sabios que las enseñaban, los trataba con los máximos honores». Y de la mano de Pedro de Pisa, el anciano diácono, «dedicó mucho tiempo y esfuerzo al aprendizaje de la retórica y la dialéctica, pero sobre todo de la astronomía. Aprendía el arte del cálculo y examinaba con gran curiosidad y sagaz atención el curso de los astros».

La coronación de Carlomagno

La coronación de Carlomagno

Sin embargo, hubo una cosa que no consiguió dominar: la escritura. «Intentaba escribir, y para ello solía tener en el lecho, bajo las almohadas, tablillas y pliegos de pergamino, a fin de acostumbrar la mano a trazar las letras, cada vez que tuviera tiempo libre; pero este esfuerzo, comenzado demasiado tarde, tuvo poco éxito».

A pesar de no haber logrado dominar la escritura, su pasión por el conocimiento no disminuyó. Hombre de profunda fe, Carlomagno encontraba en la lectura un modo de nutrir tanto su mente como su espíritu. «Le agradaban los libros de San Agustín, y en especial el titulado 'La ciudad de Dios'», revela Eginardo en el capítulo 24.

Esa misma devoción intelectual se refleja en su vida religiosa. Como destaca su biógrafo «Practicó devotísimamente y con gran piedad la religión cristiana, en la que se educó desde la primera infancia, y por ello construyó en Aquisgrán una basílica de excelsa belleza y la adornó de oro, plata y candelabros, y también de balaustradas y puertas de bronce macizo».

Es más, «frecuentaba infatigablemente la iglesia por la mañana y la tarde, e igualmente en los oficios de la noche y en el momento del sacrificio de la misa, mientras la salud se lo permitió».

La obra de Eginardo muestra a un Carlomagno en el que confluyen el rigor del gobernante, la ternura del padre y la espiritual del creyente. No solo fue un guerrero incansable, sino que, al mismo tiempo, fue un hombre atento a la educación, al saber y a la fe. Su biógrafo y contemporáneo, nos muestra a un hombre excepcional en su equilibrio: capaz de dirigir su Imperio sin dejar de estar presente para sus hijos así como de fomentar el renacer cultural de s tiempo.

Su legado, más allá de las conquistas y reformas, perdura en ese modelo de soberano que gobierna no solo con la espada y la ley, sino con la inteligencia, la piedad y el afecto.

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