La gesta de los niños músicos en la historia militar: del Bruch al cornetín del Alcántara
La gesta de los niños músicos en la historia militar: del Bruch al cornetín del Alcántara
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Desde el inicio de los tiempos hubo niños combatiendo en las guerras de España. Entre ellos, el pequeño Isidro Llusá Casanova, «El Tambor del Bruch» que sería uno de los primeros con nombre y apellido que combatió en una batalla con un instrumento musical.
Isidro es uno más de tantos personajes del pueblo imbricados en nuestra historia militar. Los hay legendarios –o guiados por la mismísima providencia– como el pastor que mostró una senda crucial a los cristianos en Las Navas de Tolosa o la misteriosa madre con niño que el 18 de julio del 36 avisaba en la Pañoleta sevillana de la entrada de los mineros de Riotinto que, cargados de explosivos, venían a volar la Giralda.
El Tambor del Bruch
Otros han sido rigurosamente históricos como María Pita en La Coruña, Manuela Malasaña en Madrid, Agustina de Aragón en Zaragoza, o el tambor del Bruch, a los que el azar les hizo intervenir decisivamente en sus contiendas.
Malasaña, Agustina y el Tambor, son figuras de la Guerra de la independencia que comenzó cuando el ejército francés invadió nuestro país en 1808. Supuestamente solo estaban autorizados para pasar camino de Portugal, aunque algunos historiadores aseguran que fue Godoy quien lo pactó a cambio de que Napoleón le hiciese rey del Algarve.
Fuera como fuera, el apresamiento de los dos reyes en Bayona, la imposición de un rey extranjero, pero sobre todo la violencia que ejercieron contra los españoles y la furia anticlerical que llevaba asociada, provocaron levantamientos en todo el país tras el pistoletazo de salida del alcalde de Móstoles
El Tambor del Bruch
Cataluña se hace francesa, pero ruega volver a ser española
Desde febrero de 1808, el general francés Guillaume Philibert estaba instalado en Barcelona con su «Cuerpo de Observación de los Pirineos Orientales»: dos divisiones de infantería, dos brigadas de caballería francesa e italiana, y un batallón de infantería que protegía el castillo de Figueras.
Cataluña –como el resto de la península– no aceptó la invasión, pero quizás más y con más razón que ninguna otra región, ya que había sufrido en sus propias carnes el terrible dominio francés siglo y medio atrás, algo muy poco conocido.
La historiografía catalana ha corrido un tupido velo o tergiversado este capítulo. Cataluña se había enfrentado al rey Felipe IV cuando el Conde Duque de Olivares pretendió con toda lógica instaurar la Unión de Armas: para que todos los «Reinos, Estados y Señoríos» de la Monarquía Hispánica contribuyeran a su defensa, ya que en ese momento Castilla sufragaba todo.
En 1638 encargó aplicarla al virrey de Cataluña Dalmau Queralt Conde de Santa Coloma, un hombre aguerrido y de su plena confianza. Pero el Conde se encontró con la férrea oposición de la nobleza y la burguesía que, como no querían acatarla, auspiciaron en 1640 una revuelta popular contra el ejército real.
Hoy la mitología nacionalista la ha elevado a una categoría heroica contra España bajo el nombre de «Corpus de sangre», cuando lo cierto es que fue una orgía de sangre promovida por los privilegiados (incluso con segadors disfrazados).
La milicia catalana de Bruc
La revuelta se convirtió en algo que no esperaban y temerosos los gobernantes catalanes se aliaron con Luis XIII que, encantado de debilitar a España, les instó a que lo reconocieran como su soberano. Nombró un virrey francés y una administración catalana profrancesa y lo primero que hizo fue imponer graves impuestos para costear al ejército galo (precisamente la razón por la que se habían rebelado contra España).
Además inundaron los mercado con productos franceses, lo que causó graves perjuicios económicos a los campesinos. Y por supuesto, Luis XIII se pasó olímpicamente de los fueros y Cataluña terminó viviendo durante una década una situación mucho peor a la deseada.
Tanto, que llevaría a un nuevo estallido social: el pueblo clamaba porque vivía mucho mejor con España y en 1651 Juan José de Austria recuperaba Barcelona, el ejército franco-catalán se rendía y Cataluña volvía a ser española.
No nos salió gratis. Francia se apropió para siempre de las españolas tierras del Rosellón. Cataluña había pasado una de las peores décadas de su historia y nunca lo olvidó, por ello, con la nueva invasión francesa de 1808 sabían lo que les esperaba.
Detalle de un cuadro de Ferrer-Dalmau con un niño tambor muerto en el suelo
La importancia de Manresa
Manresa en la Guerra de independencia contaba con los únicos molinos de pólvora de Cataluña de gran capacidad explosiva.
El 2 de junio de 1808 su ayuntamiento recibía cargamentos de papel oficial sellado, que en lugar del habitual Carlos IV rey de España ponía «Valga por el Lugartheniente General del Reyno» en referencia a Murat, jefe de las fuerzas de ocupación napoleónicas.
La población lo consideró una provocación e indignada se concentraba en la Plaza del Ayuntamiento, asaltaba el edificio y la multitud quemaba el papel en una hoguera. El gobernador militar de la plaza, y el propio alcalde, se mantuvieron al lado de los franceses y, pronto, un motín popular ejecutaba al primero y el alcalde tendría que escapar para salvarse.
La quema del papel sellado
Manresa empezó a armarse y creaba una Junta Local como en tantas ciudades españolas. Al enterarse, los franceses decidieron darles un escarmiento no solo a ellos, sino a todos los pueblos de la provincia. Así el 4 de junio de 1808 enviaban una columna de cuatro mil hombres al mando del general Schwartz destino Manresa apoyados con dos piezas de artillería.
Las órdenes eran exigirle una contribución de 750.000 francos, así como el castigo de los cabecillas de la rebelión y la destrucción de sus arsenales. Después tomarían Lérida, y cobrarían una contribución de 600.000 , y de ahí hacia Zaragoza para encontrarse con Lefevbre y entregarle el dinero para pagar a las tropas.
Una férrea defensa
La noticia se transmitió con rapidez por todas las localidades del entorno. Las campanas tañeron con el «toque de somatén» convocando a los vecinos que formaban este cuerpo de seguridad popular.
Y así se constituyó un ejército de 2.000 hombres voluntarios de Manresa, Igualada, Tárrega y cercanías, henchidos de entusiasmo y malamente armados de hachas y escopetas. Pero también se sumaron profesionales suizos, incluso cien soldados desertores del regimiento de Wimpffen de Barcelona.
Tenían a su favor el conocimiento del terreno, la escarpada orografía del escenario y el ansia por salvar del francés sus vidas, sus familias y sus pueblos. Se dispusieron a enfrentarse a las tropas francesas donde mejor podrían contener al enemigo: el difícil Paso del Bruch, a 50 kilómetros de Barcelona y 500 metros sobre el nivel del mar.
Pero unas lluvias torrenciales frenaron el avance de la columna francesa, que tuvo que refugiarse en Martorell. Esto daría tiempo a los españoles para organizarse durante la madrugada. Los franceses reanudaban su marcha al alba y cuando llegaron al Bruch, los somatenes habían cortado el paso con troncos. Les atacaron por sorpresa y comenzaban a dispararles protegidos por parapetos desde un bosque de pinos cercano.
Milicias
Los franceses les doblaban en número y, una vez repuestos del efecto sorpresa, asaltaron las posiciones españolas, desplegaban uno de sus batallones y expulsaron a los valientes emboscados que acabaron retirándose.
El general Schwartz se confió y, seguro de estar fuera de peligro, al mediodía ordenó a algunos soldados que montaran guardia y que el resto de la unidad comiese y descansase antes de proseguir camino.
Lo que no sabían es que al retirarse los somatenes de la emboscada se habían encontrado con vecinos de otros pueblos como Sallent y Sampedor, que acudían a ayudarles. Dolidos por llegar con retraso y con ánimo de luchar y vengarse de las perrerías de los franceses, convencieron a los de Manresa para unirse y atacarles de nuevo.
Y lo curioso es que avanzando hacia el contingente francés fueron reclutando más y mas voluntarios y una vez cohesionados pillaron desprevenidos a los franceses, que estaban comiendo. Schwartz intentó formar un gran cuadro con sus tropas y comenzó el ataque.
Cartel de la película 'Bruc'
Un factor inesperado
Pero ahora, un factor inesperado sería crucial: entre los de Sampedor se encontraba el chaval de diecisiete años: Isidro LLusá y Casanovas, que tomó su tambor y se puso a tocar animando a los catalanes apoyado por otro tamborilero y un corneta con un frenético ritmo.
Los franceses, mientras avanzaban, empezaron a escuchar el ruido infernal incesante que retumbaba por las montañas. La reverberación del sonido al chocar con las laderas hizo creer que el número de soldados españoles era muy superior al que realmente había. No veían de donde venía, pero estaban seguros de que en breve aparecerían miles de soldados a aplastarles.
La mezcla de disparos, tambores y el repique de las campanas de las iglesias de los pueblos de alrededor desbordó al general Schwartz. Pensó que lo que tenía en frente era un levantamiento general, y no los pocos soldados y paisanos pobremente armados.
Después de varias horas de escaramuzas y tiroteos y, bajo el efecto del shock de la llegada de ese ejército fantasma, los franceses se retiraban hacia Barcelona dejando 300 muertos.
Los patriotas les siguieron, hostigándoles animados por el ritmo sin descanso del Tambor del Bruch y se incautaron de un cañón que los galos perdieron al hundirse el puente de Abrera, cuando lo cruzaban en plena desbandada.
Cartel de 'El Tambor del Bruch'
Esta derrota no fue bien encajada y los franceses decidieron atacar de nuevo. Esta vez no admitirían la derrota y dieron el mando de una división entera al experimentado general Chabrán, pero la resistencia fue brutal y, apoyados por dos cañones, uno viejo y el capturado, cerraron las columnas francesas, que volvieron a retirarse.
La vergonzosa actuación del ejército francés ante un contingente no profesional y adornada por la circunstancia heroica del pequeño tambor se propagó y elevó la moral de todo el país.
Un sello religioso
La victoria tuvo también un sello religioso, algo lógico en un pueblo profundamente católico y además testigo de las ofensas y expolio del ejército francés a sus símbolos sagrados.
Fue atribuida a que Isidro había tocado así porque su tambor era el que acompañaba a las imágenes de los santos patrones en las cofradías y ellos a través de él les habían protegido.
Isidro moriría al año siguiente a consecuencia de la guerra y fue recordado como un héroe. Se erigieron estatuas, dió nombre a un cuartel, inspiró dos películas de 1939 y 1982 y sale hasta como caganer de los belenes convertido en un personaje muy popular.
'Gunga Din', película estadounidense de 1939 con Cary Grant, Douglas Fairbanks Jr., Victor McLaglen y Sam Jaffe.
Heroismo en los niños: cine y literatura
Y es que el heroísmo en el caso de niños despierta una emoción añadida. La literatura y en el cine así lo ha recogido. Como ejemplos militares tenemos a Gunga Dim, basado en un poema de Kipling, en el que un niño hindú corneta de órdenes que consigue salvar de una emboscada a sus compañeros. Para ello se subió a una alta torre para emitir el toque de alarma que permitiría rechazar el ataque rebelde. Y el niño pereció bajo el fuego enemigo.
O Corazón, de Edmundo de Amicis, libro olvidado que leíamos de niños los españoles que peinamos canas. Narra cómo una compañía está cercada por el enemigo y un tamborcillo sardo debe llevar un mensaje para pedir urgentes refuerzos. Cumpliendo la orden es herido de un disparo y aún así consigue su misión y salva a sus compañeros, aunque pierde la vida.
El tamborcillo sardo
Educandos de Banda y el Regimiento Alcántara
En los regimientos españoles había niños y adolescentes de 14 y 16 años. Ingresaban sobre todo como pífanos, cornetas y tambores, en los cuerpos montados, trompetas y timbales. En su mayoría eran huérfanos de militares que ingresaban como educandos de banda. Era la forma más temprana de entrar en el ejército
Y tal vez para los patriotas el ejemplo heroico de estos niños más emocionante no es ni literario ni cinematográfico, sino rigurosamente histórico: el del cornetín de órdenes del teniente coronel Fernando Primo de Rivera, jefe del regimiento de Caballería Alcántara.
Durante la guerra del Rif el regimiento cargó varias veces contra sus enemigos para intentar salvar la vida de los miles de soldados que huían de la barbarie rifeña. Sabían que a ellos solo les esperaba la muerte, y dieron la vida por sus compañeros.
Regimiento Alcántara
Primo de Rivera, al darse cuenta de que su cornetín de órdenes era solo un niño de 14 años, le mandó que se retirase. Sin embargo, el muchacho se mantuvo en su puesto transmitiendo a la tropa las órdenes de su jefe con el sonido de la trompeta. Moriría sobre el caballo como un héroe con el cornetín atado a su cintura y sable en mano.
Batallones Infantiles por el amor a España
Viendo el comportamiento ejemplar de los jóvenes músicos en el campo de batalla, España y otros países creaban asociaciones en las que a los niños se les daba una formación militar.
En algunas escuelas públicas se formaron los Batallones Infantiles Escolares, que fueron el antecedente del movimiento escultista o Boy Scouts.
Aunque hoy difícilmente podría plantearse, era especialmente hermoso cómo los niños eran educados en valores hoy olvidados: el patriotismo y el amor a España, imprescindibles para seguir siendo la gran nación que siempre hemos sido.