La gesta de la Unidad de Intervención de la Guardia Civil en la liberación del maderero
La gesta de la Unidad de Intervención de la Guardia Civil en la liberación del maderero
Lee y escucha el relato semanal de El Debate
Hay algunos secuestros que por alguna razón no se olvidan. Pero tal vez el más impactante fue el de Ortega Lara, liberado en junio de 1997. Un agente de la Unidad Especial de Intervención de la Guardia Civil, UEI, fue el primero que accedió al zulo donde la ETA lo había mantenido cautivo 532 días y quien conversó con él hasta que tuvo fuerzas para salir del agujero. Poco más se ha sabido mediáticamente de las acciones de esta unidad porque, al igual que su funcionamiento, se mantienen con gran reserva y discreción.
La elite del Cuerpo
La Guardia Civil cuenta con varios grupos especiales de intervención, pero la UEI desde 1978 es la unidad de elite. Sólo se moviliza en situaciones específicas de especial gravedad como la protección de mandatarios ante amenazas terroristas, las operaciones de detención y asalto de edificios o barcos en las que estén implicados delincuentes peligrosos o en la toma de rehenes y secuestros.
Se evita publicitar cualquier tipo de detalle sobre las misiones en las que interviene. Ni siquiera revelan las estrategias de trabajo ni el número exacto de agentes que deben superar duras pruebas de selección y un exigente programa de entrenamiento.
Unidad Especial de Intervención de la Guardia Civil
El serio empresario maderero
Por esta discreción una de estas relevantes acciones, una más de tantas, trascendió poco más allá del ámbito local. Tuvo su origen el 18 enero de 2014 cuando el empresario gallego Abel Diéguez, recibía una llamada para proponerle un trato sobre una finca en Montesalgueiro, cerca del municipio gallego de Betanzos. No estaba demasiado interesado, pero fueron tan insistentes que accedió a escucharlos. Quedaron a media tarde, acudió en su todoterreno, y le pidieron que les siguiera por unas pistas forestales. No era raro, ya que se dedicaba al negocio de la madera.
Abel tenía 41 años y era una persona muy seria que dedicaba su vida a trabajar e intentar sacar adelante su empresa recién creada Playa Forestal ubicada en Cambre, su villa natal. «No le podía ir mejor», según sus vecinos. No se le conocía nada que se le pudiera reprochar. No tenía deudas, ni enemigos y adoraba a su mujer e hijo con los que había comido ese día. El niño quedó esa tarde al cuidado de su tía. Horas después, Abel tendría que haber ido a recogerlo, pero nunca llegó.
Nunca llegó a recoger al niño
Todo aconteció como suceden las secuencias de los secuestros. Mientras seguía a los empresarios fue obligado a salir de su coche y entonces lo encañonaron.
Visto el peligro no se resistió. Le ataron por las muñecas y las piernas con bridas, con cinta americana le taparon la boca. Intentó hacerles entrar en razón y recibió un golpe. Lo introdujeron en el maletero y arrancaron y aunque durante el trayecto pudo abrir dos veces el portón iban demasiado rápido. Aún así, se dieron cuenta de que intentaba huir y le avisaron de que le pegarían «dos tiros».
Abel no entendía lo que estaba pasando. En 2014 los secuestros a empresarios eran ya cosa del pasado tras la desarticulación de la ETA, y pensar en otro tipo de captores le extrañaba. Su negocio era boyante, pero en Galicia había muchos infinitamente más pudientes que él.
La tipología de lo sucedido se encontraba allende los mares. Se trataba de un secuestro extorsivo, poco común en España, «exportado» de México. Sus captores lo habían planeado durante unos meses. El jefe de la banda, Mejuto había pasado allí 20 años, tras haber cometido un homicidio en España. Acababa de volver y estaba familiarizado con ese tipo de secuestro. Trasladaron a Abel a una casa en ruinas en Palas de Rey, donde pasó un frío atroz. Era enero.
Un agente de la UEI
¿Era él el objetivo?
En teoría se fijaron en Abel Diéguez porque su hermano Jorge había contraído antaño una deuda que nunca saldó con los padres de los secuestradores. Había sido a raíz de la tala y compra de unos árboles. Pero dieron versiones contradictorias desde que solo querían tomar represalias con la familia a que por «error» habían capturado a Abel. Por su parte Jorge, declaró que no se acuerda de que existiera tal deuda.
El traslado
A Abel al día siguiente lo trasladaron a Xar, aldea de Lalín (Pontevedra). Allí también tuvo que soportar temperaturas muy bajas. Tanto que llegaron a quitarle su manta para taparse ellos. Continuó maniatado y sin contacto con el exterior y esta vez fue él quien pidió seguir encapuchado. Sabía que si no los veía no podría identificarlos y tendría más posibilidades de sobrevivir. O lo que es lo mismo. Si los veía era hombre muerto.
Dormía en un colchón raído sobre un suelo de barro. Apenas podía descansar y, se introducía papel en los oídos para aislarse de los ruidos de sus vigilantes.
Y el lugar desprendía un olor que le parecía pestilente. No sabía que estaba en una cuadra de cerdos. Los secuestradores, a la mínima lo amenazaban con pegarle «cuatro tiros» o un «Te voy a matar, hijo de la chingada», mientras le apuntaban con un revólver y le golpeaban la barriga. Abel llegó a ver hasta cuatro pistolas.
Grabó sus iniciales en el reloj con la hebilla de su cinturón. Si le mataban, podrían identificar su cadáver y la familia enterrarlo. Le dieron bien de comer, pero las amenazas eran continuas: «Hemos cavado un agujero «en el que caben tres personas». Pero no se amilanaba y sacaba fuerzas de flaqueza y durante los días que estuvo retenido no se separó de las fotos de su mujer y su hijo que fueron un resorte del empuje para soportar lo que parecía una muerte inminente.
Xar, una aldea próxima a Lalín (Pontevedra), en cuyo cobertizo estaba encapuchado y maniatado el secuestrado.
El contacto con la familia
La misma noche del día de la captura los secuestradores ya se habían puesto en contacto con la familia. El que hablaba tenía acento mejicano y comunicó que le matarían si no pagaban un rescate de 70.000 euros. No eran profesionales, pero infundían miedo y como en las películas, indicaron que no avisaran a la policía y que querían todo en billetes de 50 no marcados. Les dieron de plazo hasta el día 24 de enero.
La mujer de Abel movía Roma con Santiago para conseguir el dinero solicitado y la familia quiso hacer lo correcto y llamaron a la Guardia Civil. La Benemérita coordinó un equipo con agentes investigadores de la Policía Judicial de la Comandancia de La Coruña y del Grupo de Secuestros y Extorsiones de la UCO (Unidad Central Operativa) que se trasladaron a Galicia. Allí emplearon todos sus medios técnicos y de apoyo, porque «cada hora que pasaba la situación podía ser más crítica».
Las investigaciones
Con el capitán Álvaro Montero al mando pronto se pusieron manos a la obra. Hallaron el coche abandonado de Abel y crearon una línea de investigación, entre otras sobre los clientes de la empresa. Un empleado recordaba una reclamación, pero quien la hizo estaba muerto. Aún así, lo investigaron y averiguaron que su hijo tenía antecedentes y fue la pista fundamental que tras muchos vericuetos les condujo a la existencia de un grupo organizado. Lograron pinchar sus teléfonos y las conversaciones interceptadas serían cruciales.
A veces en esta tesitura los familiares no están a la altura de las circunstancias por distintos motivos, la tensión, el miedo, el desconcierto… pero no fue el caso de la mujer de Abel. Su fortaleza y decisión fueron impresionantes. Cuando montaron el dispositivo informático y personal, le indicaron todo lo que tenía que hacer y decir con claves pactadas. Entendió muy rápido cómo debía actuar y siguió a rajatabla y de forma resolutiva las instrucciones de los expertos en negociación de secuestros.
El Capitán Montero hablando del secuestro
Mientras el equipo de investigación se centraba en la identidad de los posibles captores, ella recibía las llamadas de los secuestradores, manejando con aplomo la situación. Iban a contrarreloj para localizarlo con vida, porque estuvieron a punto de cortar las comunicaciones y en una de estas llamadas, el cabecilla le advertía: «Paga o si no la próxima vez te voy a mandar los dedos» o «Mañana será usted viuda y su hijo huérfano». Ella les informaba de que sólo tenía 15.000 euros a los que respondían «guárdelos para el funeral o pague todo». Mientras, Abel seguía sometido a presión. Se acercaban a él, encapuchado, y montaban el arma en su oído.
Una de las secuencias más críticas fue cuando uno de los captores se desplazó hasta la casa de Abel para dejar en el buzón una carta del empresario como prueba de vida. Estaban los agentes en su interior. La situación era de alto voltaje. Tenían al secuestrador en la puerta de la propia casa, pero era difícil explicar a la familia que no lo detendrían. Y es que eso no aseguraba el llevarles al paradero de Abel. Y como la prioridad era la liberación de la víctima, consideraban que el poder seguirlo sería lo más eficaz.
Llega el asalto de la UEI
El grupo investigador seguía trabajando para localizar el lugar del cautiverio antes de que expirara el plazo. Las amenazas aumentaban y rastreando móviles, informaciones y hasta un helicóptero con dispositivos que captan mensajes telefónicos acabaron consiguiéndolo.
Ya con la información, llegaba el grupo de asalto de la UEI que decidía hacer la entrada a las 3 de la mañana. No sabían si estaba aún con vida.
El grupo de asalto irrumpía en el cobertizo. Abel escuchó ruidos y gritar varias veces su nombre. Enseguida comprendió que «no eran los malos, pero no sabía qué hacer». Pronto los vio. Iban equipados con chalecos de protección, casco con visera de protección balística y cubiertos con pasamontañas negro, de ahí el sobrenombre caras negras.
«Seguí teniendo miedo, pero me incorporé. Me caía por los lados. Pero los agentes me abrazaron sin importarles que estuviera maloliente me arroparon, me cubrieron y me protegieron». «Me dieron ánimos, me calmaron. Yo había perdido la noción del tiempo. Me rompí literalmente. No me lo creía», dijo después. Vestían un mono de asalto color verde con el escudo de la Unidad Especial de Intervención (UEI) de la Guardia Civil en la manga derecha y en la izquierda, la bandera española.
UEI
Las condenas
Detuvieron a ocho personas: secuestradores, enlaces, colaboradores y cooperadores necesarios. Decretaron prisión provisional por secuestro y tenencia ilícita de armas. Mejuto el cerebro del rapto insistía en que no había sido secuestro, «sino represalia por una madera que le robaron a mi papá».
Dos años después eran condenados de seis a doce años y medio de prisión, e indemnizar a la víctima con 200.000 euros, aunque «la única indemnización es que no hubiese pasado» declaró su mujer. Abel sintió alivio «esa gente, que no es buena gente, va a estar donde tiene que estar: en la cárcel».
Y los investigadores del secuestro mostraban su satisfacción por la sentencia, «Es importante comprobar que cuando llevamos a alguien ante la Justicia, ésta les condena».
Una imagen del juicio a los secuestradores
El apoyo constante de la Guardia Civil
La lección más positiva que exhibió el episodio fue la fortaleza que mostró Abel, la de su mujer y la actuación de la Guardia Civil. A día de hoy le «sigue tocando muy hondo» el hablar de los agentes que le liberaron. La UEI fueron «mis ángeles», confesaba.
Durante sus 30 años de historia, la UEI ha realizado cientos operaciones, que ha permitido la liberación de más de medio millar rehenes como Abel y la detención de más de 700 delincuentes, algunos miembros de peligrosos comandos terroristas. Han intervenido en misiones en alta mar contra el narcotráfico y la mayoría de sus acciones son anónimas, como reza su lema. Celeritas et Subtilitas patrio («Rapidez y Sigilo por la Patria»). Agentes de la UEI han muerto en acto de servicio, como recientemente su propio jefe el teniente coronel Pedro Alfonso Casado, admirado por todos, tiroteado en la cabeza mientras mediaba con un peligroso delincuente.
Pedro Casado, jefe de la UEI asesinado al liberar a un rehén
El propio capitán Montero declaró que el trabajo de los investigadores de su grupo no acaba con la liberación de la víctima. «Los lazos se estrechan desde el primer momento del caso, con una relación ininterrumpida con la familia del secuestrado, a la que además de asesorar, atienden para aliviar su sufrimiento».
La familia Diéguez, a día de hoy, sigue agradecida a la UCO y a todas las unidades que participaron. «Se han involucrado mucho, la Guardia Civil es la parte más humana que hemos tenido a nuestro lado. Son los únicos que nos entienden, que comprendieron lo mal que lo pasamos y nos ayudaron a superar los miedos».
Don Felipe junto a miembros de la UEI
Por su parte, uno de sus mandos afirmaba: «No queremos que se conozcan sus actuaciones, ni los medios con los que cuenta. Sólo que los ciudadanos sepan que hay una unidad especial de la Guardia Civil que en el momento más grave que uno pueda imaginar, intervendrá y lo hará con grandes posibilidades de éxito».
Abel ha confesado que el trato con los miembros de la Benemérita ha sido la «mejor terapia». «Nunca me han abandonado y siempre se han preocupado por mí para que acabara, este mal sueño. Al fin, he podido retomar mi vida y continuar».
Y así ha sido. Y al preguntarle si se marcharía de España, ha dicho que no, que le gusta este país. Sigue casado con su valiente mujer y han aumentado la familia. Tienen tres hijos, dos niños y una niña nacida después del secuestro. El matrimonio eligió para ella un nombre que aunaba el triunfo ante los secuestradores y la gratitud hacia la Guardia Civil, que hizo posible que volviese sano y salvo con los suyos: Victoria del Pilar.