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Conferencia Hispano-Francesa de colaboración con Marruecos de 1925

Conferencia Hispano-Francesa de colaboración con Marruecos de 1925Archivos de Rafael Gómez-Jordana

El pacto que permitió el desembarco de Alhucemas y cambió el rumbo de la guerra del Rif

El 25 de julio se firmaron los nueve acuerdos convenios fruto de las reuniones. Era un paso importantísimo para tratar de pacificar (en la terminología de la época) el protectorado, acabar con las rebeliones e imponer la paz colonial

En junio de 1925 la situación estaba madura para acometer el paso decisivo para resolver el llamado problema de Marruecos. España había sometido casi toda la zona oriental perdida tras Annual y tenía fijado el frente en la occidental. Abd el Krim había fracasado en su intento de hacer caer Kudia Tahar y llegar a Tetuán, que era la única manera de derrotar a los españoles y evitar el asalto final al Rif. Había ampliado mucho su zona de combates atacando la zona francesa y eliminó a El Raisuni.

Francia, por su parte, al acabar la Primera Guerra Mundial no necesitaba las tropas coloniales en Europa y temía que la rebelión rifeña pudiera ser tomada como ejemplo por otras tribus del sur. Por último, Lyautey había sido sustituido por Pètain como residente general en Rabat. El nuevo procónsul era mucho más favorable al acuerdo con España que necesariamente debía concretarse en un desembarco en la bahía de Alhucemas.

La marcha de Lyautey, siempre ajeno a la colaboración pero quejoso de que España no le hubiera informado del abandono de los puestos de la línea del Uarga (que se hizo precipitadamente y por imperativo de los combates), facilitó reuniones esenciales. Los españoles habían acusado a Lyautey de cierta tolerancia hacia los rifeños. Antes del relevo había visitado Madrid y acordado que se establecería una relación constante con el alto comisario español general Marina. Más tarde, Gómez Jordana viajó a Rabat.

El golpe de Estado de Primo de Rivera supuso que el conflicto de Marruecos se sustrajo de la lucha entre partidos y quedó como un asunto militar. En 6 de junio se anunció la celebración de una conferencia en Madrid. La parte francesa la presidía el ex ministro Malvy al que acompañaban el embajador Peretti de la Roca, verdadero presidente efectivo, y algunos expertos. La española lo era por el general Gómez Jordana.

La primera reunión se celebró el 17 de julio y se acordó los asuntos a tratar: vigilancia marítima, vigilancia terrestre, Tánger, colaboración política y militar y delimitación definitiva de las zonas. Previamente, se ofrecería una paz a rifeños y yeblíes, con una amplia autonomía a cambio de reconocer al sultán y el protectorado. Algo similar a lo que ya la rechazaron en la Conferencia de Uxda celebrada en el mes de abril anterior.

Todo empezó con la vigilancia marítima, conocida como bloqueo, que las dos naciones hacían por separado y en distintas partes. Era muy importante controlar el contrabando de armas para suministrar al Rif, que se había producido desde tierra mar y la ciudad de Tánger. Un negocio político y económico en el que estuvieron involucrados aventureros de toda ralea.

Después se pasó a la vigilancia terrestre con el mismo fin, lo que fue aceptado sin discusión pero tropezó con opiniones divergentes en lo que se refería a la zona internacional de Tánger. Francia, de acuerdo con Gran Bretaña, trataba de sostener la neutralidad de esa región mientras que España, sin cuestionarla, quería mayor vigilancia policial. No obstante, se consiguió la sustitución de la gendarmería por dos tabores indígenas y se estrechó la vigilancia.

Con respecto a ofrecer la paz a los marroquíes, los delegados españoles prometieron estudiar a fondo la cuestión. Sin embargo, los rifeños no querían transigir en sus pretensiones de independencia por lo que se abordó la última y más importante cuestión: la colaboración militar. Se buscaba un acuerdo para un golpe definitivo que eliminara la resistencia rebelde, lo que se iba a traducir en el desembarco de Alhucemas. No se quería pactar una alianza permanente para un guerra interminable.

La última cuestión, un nuevo dibujo de la línea fronteriza entre las dos zonas, quedó lista al admitir España la pérdida de una franje en el río Uarga que favoreciera a la unión de la cabila de Beni Serual en el Protectorado francés. Francia trataba de proteger sus puestos fronterizos, los atacados por Abd el Krim y obtuvo de España la cesión provisional, que se haría definitiva, de las posiciones opuestas a las suyas en Iskritten, Bu Zineb y Yebel Rokdi.

Y se completó con el reconocimiento mutuo del derecho de persecución y sobrevuelo en caso de amenaza a la seguridad. Se conseguía así la acción conjunta, superando la posición francesa anterior de tratar separadamente los asuntos de las dos zonas. Se completó con la creación de órganos de comunicación periódica y la obligación, que Francia desconoció llegado el caso, de entregar a los huidos de una u otra zona.

El 25 de julio se firmaron los nueve acuerdos convenios fruto de las reuniones. Era un paso importantísimo para tratar de pacificar (en la terminología de la época) el protectorado, acabar con las rebeliones e imponer la paz colonial. Se abrió la puerta de Alhucemas mediante la colaboración militar. Una colaboración desigual porque mientras Francia aseguraba el sur ante una posible desbandada, España debía atacar de cara las posiciones rifeñas dominantes en la costa mediterránea en un tipo de operación anfibia nunca antes terminada con éxito.

Después de esto, como señalaba el cronista de La Libertad Francisco Hernández Mir en El Rif por España (Madrid 1927), al margen de este acuerdo quedó todo lo relativo a Abd el Krim. Se refería el ilustre periodista a que, una vez sometido el cabecilla rifeño, la actitud de Francia sobre su persona era dudosa. Finalmente, en 1926, los franceses decidieron enviarlo a la isla de Reunión en un exilio dorado.

No se atrevieron a entregarlo a España, temían reacciones violentas en su zona. El caudillo tuvo la gallardía de no renunciar a su ideal de independencia y, a la vez, la cobardía de aceptar un exilio al que transportó las arcas de su república dejando a sus seguidores en el terreno para sufrir las consecuencias de la derrota.

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