Tres factores clave que explican la caída de Tenochtitlan

El 13 de agosto de agosto de 1521, Hernán Cortés entró en Tenochtitlan, la orgullosa capital del Imperio mexica, liderando una variopinta fuerza militar compuesta por unos 850 españoles y unos 136.000 guerreros mesoamericanos provenientes de distintas etnias. Pero esta gran victoria se produjo gracias a tres acontecimientos clave.

En primer lugar, tras la inesperada victoria de Hernán Cortés en la batalla de Otumba –apenas una semana después de haber perdido dos tercios de sus hombres en la conocida «noche triste»–, se mantuvo la alianza con Tlaxcala y se consolidó una red de pactos con la mayoría de etnias de la región. Esta estrategia, unida a las disputas internas en Tenochtitlan y, sobre todo, en Texcoco –segunda ciudad de la triple alianza junto a Tenochtitlan y Tlacopan–, permitió que esta última cambiara de bando con la llegada al poder del príncipe Ixtlilxóchitl, partidario de Cortés, y la huida del tlatoani Coanácoch.

En segundo lugar, Cortés comprendió la necesidad de lograr superioridad naval para conquistar una capital asentada en una isla del lago de Texcoco. Por último, el tercer acontecimiento fue el asedio terrestre que culminó con la toma de Tenochtitlan, una de las urbes más populosas y espectaculares del siglo XVI, de cuya caída se cumplen este mes de agosto 502 años.

Para la ofensiva final, el extremeño reunió a unos 850 españoles y más de 135.000 aliados indígenas. Aunque el antropólogo Roger Bartra estima que la isla albergaba 700.000 habitantes —en contraste con los 200.000 calculados por el arqueólogo Matos Moctezuma—, el nuevo huey tlatoani, Cuauhtemoctzin, aún conservaba aliados en buena parte de la ribera, contaba con un ejército considerable y la ventaja estratégica de la insularidad.

Cortés intentó negociar, pero el joven soberano, sobrino de Moctezuma y firme opositor a cualquier acuerdo con los castellanos, eliminó a todos los hijos del emperador anterior favorables a la paz, como Axoaca. Admirado hoy por muchos mexicanos como símbolo de resistencia, Cuauhtemoctzin mostró cualidades militares, pero su negativa a capitular prolongó el sufrimiento de su pueblo, diezmado no solo por la guerra, sino también por el hambre, la sed y la epidemia de viruela introducida por la expedición de Pánfilo de Narváez, que ya había matado a su predecesor, Cuitláhuac.

En febrero de 1521 llegaron refuerzos a Veracruz con el tesorero Julián Alderete, lo que elevó la moral de las tropas. Mientras se ultimaba la construcción de doce bergantines, Cortés atacó Tlacopan —la única de la triple alianza fiel a Cuauhtemoctzin—, Xaltocan, Chalco, Tlamanalco, Cuauhnáhuac y Xochimilco. A finales de abril, con las embarcaciones ya operativas, el control del lago fue pasando a manos castellanas y aumentaron las deserciones entre los aliados mexicas.

En junio, Cortés inició formalmente el asedio: cortó el suministro de agua dulce, dividió sus fuerzas por las calzadas y lanzó asaltos constantes. Bernal Díaz del Castillo relató que «cada día existían tantos combates que si los hubiese relatado todos parecería un libro de caballería». Hubo episodios notables, como la intervención de Beatriz Bermúdez de Velasco, «la Bermuda», que obligó a soldados en retirada a volver a la lucha.

Con el cerco cerrándose, Cuauhtemoctzin nunca aceptó negociar y, al final, intentó huir con sus allegados, abandonando a la población exhausta. Según los cronistas, hombres, mujeres y niños sobrevivían a base de raíces y agua salobre, «que era lástima verlos». La captura de su canoa por el capitán García Holguín el 13 de agosto de 1521 selló la caída de Tenochtitlan y abrió paso a la construcción de un imperio hispánico que perduraría tres siglos, con Ciudad de México como una de las urbes más relevantes del mundo.