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Muerte de un miliciano de Robert Capa

Muerte de un miliciano de Robert Capa

¿Mito o montaje? La eterna polémica del miliciano de Capa vuelve a Madrid

La capital acoge una muestra con más de 250 piezas originales (fotografías, libros, periódicos y objetos) que revelan el proceso creativo y el contexto de las imágenes del fotoperiodista

La icónica fotografía del miliciano abatido, atribuida a Robert Capa y símbolo universal de la Guerra Civil española, regresa al foco mediático con su exposición en Madrid. A casi nueve décadas de su publicación, la imagen sigue envuelta en controversia: ¿captura un instante real de muerte o fue una escena escenificada? Investigaciones recientes, como las del profesor José Manuel Susperregui, reabren el debate sobre su autenticidad, mientras el mito persiste en el imaginario colectivo como emblema del fotoperiodismo comprometido.

Si se pregunta a la sociedad española, o incluso fuera de nuestras fronteras, por dos imágenes que representen la guerra civil española, es más que probable que una amplia mayoría señale al Guernica de Picasso y, junto a dicha obra pictórica, la fotografía del miliciano de Capa como sus dos máximos exponentes. También es más que probable que podamos extender el consenso un paso más —a partir de ahí, la cosa se complica— y afirmar que un bando ganó la guerra militar y el otro, la de la propaganda.

De hecho, en 1999, con motivo de una exposición en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía sobre las imágenes captadas por Capa durante la Guerra Civil —unos años antes de la famosa «maleta mexicana»—, ambos iconos coincidieron a pocos metros.

Robert Capa, uno de los fundadores de la mítica Agencia Magnum, en su condición de autor, está también indisolublemente asociado al simbolismo icónico de su foto del miliciano como máximo exponente del despegue del reportaje de guerra. De ahí que, más allá de la semiótica vinculada a la carga ideológica del referente, con las dudas asociadas a esta fotografía, también se sienta cuestionado parte del éxito atribuido a un fotoperiodismo que, a partir de ese hito, se presentó como capaz de capturar la instantaneidad a través del conocido «instante decisivo» de Henri Cartier-Bresson.

Cortesía del pie de foto que acompañó a la famosa imagen, el 12 de julio de 1937, en la revista Life: «La cámara de Robert Capa capta el instante en que un soldado español es abatido por una bala en la cabeza en el frente de Córdoba». Refrendado con el sello de calidad de un reportero de guerra que aportó la cercanía como máximo exponente, certificado con nada menos que su propia vida en pleno ejercicio de su profesión.

En el libro de Joan Fontcuberta, en parte con título homónimo al del presente artículo (El beso de Judas. Fotografía y verdad), ya desde su primera edición de 1997, se señalaba que «con frecuencia las obras más celebradas en las trayectorias de fotógrafos documentales han sido preparadas de un modo o de otro» y, en este contexto, ubicaba a la conocida imagen del miliciano de Capa junto a las célebres de Dorothea Lange, autora de Migrant Mother, todo un símbolo del periodo de la Depresión estadounidense; Agustí Centelles, con sus guardias de asalto apostados tras un caballo muerto en la Guerra Civil española; Joe Rosenthal, que inmortalizó a los marines ondeando la bandera estadounidense en la isla de Iwo Jima; Alfred Eisenstaedt, con su histórico beso en Times Square entre un marino y una enfermera con motivo del fin de la Segunda Guerra Mundial, o Robert Doisneau, con otro beso icónico en París...

En la línea de lo señalado, aunque algunas dudas sobre la autenticidad de la conocida obra de Capa se remontan casi al momento de su publicación —de hecho, una de las particularidades de la fotografía es que no aporta demasiada información y depende en exceso del texto—, es en 1974 cuando se empieza a cuestionar públicamente su autenticidad. O. D. Gallagher, corresponsal de The Daily Express y durante un tiempo compañero de habitación de Capa, cuestionó la imagen públicamente.

Kershaw, en su libro Sangre y champán. La vida y época de Robert Capa, relata este hecho: «La autenticidad de 'Muerte de un miliciano' se cuestionó por primera vez públicamente en 1974 en 'The First Casualty', de Phillip Knightley. Este había entrevistado a O. D. Gallagher, corresponsal del 'Daily Express' durante la Guerra Civil, quien afirmó que 'Muerte de un miliciano' pertenecía a una secuencia de fotos de un combate escenificado en un periodo de calma durante la contienda. Según él, Capa y los demás fotógrafos se quejaron al oficial republicano de que no había nada que fotografiar. El oficial dijo que reuniría a varios soldados y estos escenificarían unas maniobras».

Un punto de inflexión determinante, clave en torno a la polémica aquí señalada, lo tenemos en las aportaciones del profesor e investigador José Manuel Susperregui, quien, en 2009, reubica —estudiando el terreno mediante el análisis comparativo de fotografías actuales con las realizadas por Capa— la foto del miliciano en Espejo en lugar de Cerro Muriano. Trabajo que alcanza su cénit en 2023, en un artículo científico titulado Robert Capa, el fotógrafo comprometido: análisis de la fotografía 'Muerte de un miliciano' y su localización, donde resume todas sus investigaciones.

En el citado artículo, además de esta aportación en la que profundiza, realiza todo un estado de la cuestión al que añade las diferentes versiones aportadas por Capa sobre la toma de la fotografía del miliciano; la aparición de un segundo miliciano, fotografiado por Capa junto al «original», en el reportaje publicado en la revista Vu el 23 de septiembre de 1936; las versiones de Richard Whelan como biógrafo de Capa para justificar la presencia de los dos milicianos; y el propio análisis de la fotografía de Muerte de un miliciano.

Sin embargo, como irónica paradoja, todas estas fotografías mencionadas —miliciano incluido— tienen un denominador común: cuanto mayor es la polémica y/o debate, mayor repercusión social obtienen. Se pierde en parte su esencia primigenia, pero permanece el simbolismo. Una especie de beso de Judas «fontcubertiano», pagando el elevado precio de la verdad, en el que la realidad se antoja desdibujada, pero en la que, a pesar de todo, perdura el mito y lo icónico.

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