Robo de la Mona Lisa, obra de Achille Beltrame
Picotazos de historia
El ladrón que robó la Mona Lisa y la escondió bajo su cama en París
Tras el reciente asalto en el Louvre, recordamos el caso más célebre: el robo de 'La Gioconda' en 1911 por Vincenzo Peruggia, un obrero italiano que justificó su acción como un acto patriótico
Vincenzo Pietro Peruggia (1881–1925) nació en la modesta aldea de Dumenza, en la Lombardía italiana. Su padre, Giacomo, era albañil de profesión, y su madre, Celeste, se ocupaba del hogar y de los cinco hijos que tuvo el matrimonio.
Vincenzo fue siempre de complexión débil. Bajito y delgado, fue rechazado por el Ejército al no pasar las exigencias físicas requeridas. Aprendió la profesión de pintor de brocha gorda, considerada más liviana que la de albañil, y acompañó a su padre para realizar algunos trabajos en la ciudad francesa de Lyon. Debió de gustarle Francia, ya que decidió emigrar y se instaló, en 1907, en París.
Los inicios no fueron buenos y no tuvo suerte. Apenas se había instalado cuando cayó enfermo: tenía una intoxicación por plomo, o saturnismo, debido al continuo contacto con las pinturas, que en aquellos tiempos contenían este metal. Ya recuperado, entró a trabajar en una empresa que se ocupaba del cuidado y mantenimiento de las obras de arte del museo del Louvre. Varias veces fue allí para encargarse de enmarcar y poner cristales a los cuadros o de su limpieza. Allí vio el cuadro y se le ocurrió la idea.
Fotografía policial de Vincenzo Peruggia, quien se cree que robó la Mona Lisa en 1911.
La mañana del 21 de agosto de 1911, Vincenzo se presentó frente a la puerta que utilizaban los trabajadores para entrar en el museo. Eran las siete de la mañana de un lunes —día en que el museo estaba cerrado al público— y Vincenzo entró sin ningún problema. Una vez dentro, se dirigió al salón Carré (sala 3 del primer piso del pabellón Denon del museo del Louvre), donde colgaba su objetivo: el magnífico retrato que Leonardo da Vinci pintó de Lisa Gherardini, universalmente conocida como Mona Lisa.
Vincenzo estaba solo y nadie notó su presencia. Descolgó el cuadro y lo llevó a la sala siguiente, donde desmontó el cristal y el marco de la pintura. Salió a un patio interior con el cuadro, lo envolvió en su chaqueta y, con él bajo el brazo, salió a la calle.
Estaba tan emocionado, el pobre hombre, que no se dio cuenta de que había subido a un autobús que le llevaba en dirección contraria a su domicilio. Cuando se percató de su error, bajó y tomó un taxi hasta su casa.
La habitación que tenía alquilada Vincenzo era muy húmeda y, temiendo que esta afectara a la pintura, construyó una caja de madera para protegerla y la guardó debajo de su cama.
Al día siguiente se descubrió el robo. Dos estudiantes de pintura, que acudían al museo todos los días para aprender de la técnica de los grandes maestros, se encontraron con que la pared de la sala tenía un desconcertante vacío existencial. Dada la noticia, a medida que esta escalaba en el nivel de responsabilidad, la respuesta aumentaba de intensidad, pasando del desconcierto al infarto.
Inmediatamente se organizó una investigación policial que puso a todo París patas arriba. En los días siguientes, acudió un gran gentío al museo con ánimo de ver el hueco vacío de la pared, mucho mayor que el que normalmente acudía a ver la obra de Da Vinci cuando esta ocupaba su lugar.
Hueco que quedó tras el robo perpetrado en 1911 por Vincenzo Peruggia en la pared del Museo del Louvre que albergaba el cuadro
El director, harto de esta morbosa contemplación, ordenó que se colgara en el hueco dejado el retrato de Baltasar de Castiglione, de Rafael.
La policía investigó entre el personal del museo y los artistas que acudían a contemplar las obras. Entre los detenidos para ser interrogados con respecto a la desaparición de la pintura estuvieron Pablo Picasso y el poeta Guillaume Apollinaire. El propio Vincenzo fue interrogado dos veces por la policía.
Durante dos años, los periódicos franceses —y de todo el mundo— ofrecieron recompensas por información acerca del paradero de la famosa pintura, organizaron concursos relacionados con el robo o con el autor o autores del mismo, apuestas sobre su fecha de aparición, etc. Todo tipo de estrategias con el fin de mantener el interés del público y explotar el filón. El robo había conseguido dar al cuadro una categoría que superaba el hecho de tratarse de una obra maestra de un genio universal. Ahora se había transformado en un icono mundial. Tal vez el primero.
Tras dos años, Vincenzo Peruggia regresó a su Italia natal llevándose con él el cuadro robado. Se estableció en Florencia, donde arrendó un pequeño apartamento. Ya instalado, contactó con el propietario de una galería de arte, Alfredo Geri, a quien propuso que gestionara la intermediación para la adquisición del cuadro por parte del museo Galería Uffizi.
El señor Geri envió una breve nota al director de la Galería Uffizi informando, por encima, de lo que se le había ofrecido. El director, Giovanni Poggi, quien tras la lectura de la nota salió corriendo en dirección a la galería del señor Geri, comprobó la pintura y declaró que era auténtica. También la puso bajo su custodia y dio aviso a la policía.
La noticia fue cabecera de todos los periódicos del mundo. Mientras se llevaba a cabo la investigación procesal y se resolvía el procedimiento para la repatriación a Francia de la Mona Lisa, el Gobierno francés autorizó que el cuadro fuera exhibido en varias ciudades italianas, lo que se llevó a cabo en medio de grandes medidas de seguridad. Meses después, en 1913, el cuadro viajaría de vuelta a Francia.
La Mona Lisa regresó al Museo del Louvre, 4 de enero de 1914
Vincenzo recibió una condena leve, al considerarse que su acción estuvo motivada por ideales patrióticos, porque todo había acabado bien y era evidente que Vincenzo era un ser bastante inofensivo. En Italia era considerado un héroe que había tratado de devolver a su patria la obra maestra de Leonardo. Fue condenado a un año y quince días de prisión, lo que representaba una pena muy benévola. El abogado apeló y consiguió una rebaja a siete meses y unos pocos días. En total, cumplió siete cómodos meses de condena, en los que fue mimado por el sistema de prisiones francés.
Tras ser puesto en libertad, fue expulsado a Italia y, con la Primera Guerra Mundial desatando su furia por Europa, se alistó en el Ejército. Vincenzo había sido rechazado por el Ejército italiano cuando le tocó cumplir con el servicio militar; ahora, la guerra había rebajado considerablemente los requisitos para la recluta, por lo que se le declaró útil. Combatió en el frente de los Alpes Julianos hasta que cayó prisionero durante la batalla de Caporetto o XIII de Isonzo.
Terminada la guerra, amañó sus documentos para poder regresar a Francia (donde tenía prohibida la entrada después de la que había liado). Se instaló en las cercanías de París, se casó y falleció de un infarto a los cuarenta y cuatro años de edad. Muchas personas se beneficiaron, de una manera u otra, del robo, excepto el pobre Vincenzo.