Asedio a Las Palmas
«Por España y por la fe, vencimos»: así fue la resistencia canaria ante 12.000 holandeses en Las Palmas
A finales del siglo XVI, la armada holandesa quiso invadir las Canarias por motivos comerciales pero se topó con el coraje de los españoles
Herido de muerte, el almirante holandés Pieter van der Does abandonaba la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria después de saquearla e incendiarla. Su flota, con 74 embarcaciones y 12.000 hombres, había sido derrotada en la que, popularmente, se conocería como la batalla de El Batán.
A finales del siglo XVI, las provincias del norte de los Países Bajos, entonces bajo dominio español, se levantaron contra Felipe II y, en un intento por atacar las rutas marítimas y posesiones españolas de ultramar, esta poderosa armada al mando de van der Does arribó en la bahía del puerto de Las Isletas entre los días 26 de junio y 8 de julio de 1599.
Empezaba así lo que pretendía ser el principio de la invasión de la isla de Gran Canaria, un enclave importante para los holandeses para establecer sus propios asentamientos en las Indias Occidentales y Orientales.
El galeón insignia de Van der Does
En este sentido, según recoge el historiador Antonio Rumeu de Armas en su ensayo titulado Atlántico, piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias, hay que tener en cuenta otras expediciones previas de los holandeses a lugares como Sumatra, Borneo o Java, pues estaban convencidos de que Gran Canaria podía ser el punto de apoyo «vital» para garantizar la travesía a ambos continentes.
Asimismo, intentó atacar la costa norte española, siendo derrotado en La Coruña y luego en Sanlúcar de Barrameda. Aquellos fracasos tendrían que haber servido a los holandeses como presagio de lo que ocurriría en Las Palmas.
400.000 ducados por el rescate de la ciudad
De esta manera pusieron rumbo a Las Palmas. Su conquista serviría como venganza por las supuestas tropelías y daños provocados por las autoridades españolas en los Países Bajos. Además, exigirían un importante rescate a cambio de liberar a la ciudad de las consecuencias del saqueo y la destrucción, al tiempo que apresaban a las autoridades y organismos de la isla para asegurar el dominio político de Gran Canaria, que utilizarían como plataforma para extender su soberanía sobre el archipiélago.
La población de la ciudad española apenas alcanzaba los 5.000 habitantes, mientras que toda la isla no superaba los 15.000, donde «las fortificaciones, como la muralla que la rodeaba o el castillo de Las Isletas eran escasamente válidas», según narra Rumeu de Armas.
Al mando de la defensa se encontraba Alonso de Alvarado, gobernador y capitán general de la isla, cuyo plan consistía, en primer lugar, en impedir el desembarco a toda costa; vigilar los flancos para evitar el cerco, y, si aquello no funcionaba con éxito, resistir en la línea defensiva de la muralla hasta «la extenuación».
Cinco intentos de desembarco
Tras llegar el día 26 de junio, los holandeses comenzaron una intensa batalla de artillería contra el castillo y los navíos de la flota española: fueron dos horas de lluvia de balas que se saldaron con numerosas averías e incendios en los barcos.
«Entre las 9 y las 11 horas de la mañana tuvo lugar un fuerte e intenso cañoneo entre la artillería del castillo de la Luz y la de los barcos holandeses, varios de los cuales sufrieron grandes daños», relata Alfredo Herrera Piqué en La batalla contra la gran armada holandesa de van der Does en el año 1599.
«El fuego de los barcos enemigos se concentró en aquella fortaleza, lo que intimidó a su alcaide, quien ordenó cesar en los disparos contra los atacantes. Esto permitió a los navíos holandeses acercarse más a tierra y batir la costa con sus cañones», prosigue Herrera Piqué.
La ciudad de Allagona (La Laguna), en la isla de Gran Canaria. 1599. Autor desconocido. Publicado en el libro de Jan Orlers «Nassanches Laurecrans»
Después de un primer intento de desembarco que «la defensa de las compañías isleñas y de la pequeña artillería, allí desplazadas, impidieron», los holandeses lo volvieron a intentar, en aquella ocasión en la caleta de Santa Catalina (playa de las Alcaravaneras). Sin embargo, «este era el lugar mejor defendido por los milicianos isleños, que los rechazaron y les ocasionaron numerosas bajas y daños», advierte el autor.
A pesar de la superioridad numérica, los españoles pudieron repeler dos intentos más «merced a la heroica defensa de la compañía y artilleros dirigidos por Alonso Alvarado». Tuvo que llegar una quinta vez para que el desembarco se realizase con éxito, pero no antes de enfrentarse a unos canarios que lucharon «a pecho descubierto y sin nada en que parapetarse», detalla Herrera Piqué.
Asedio y derrota
Una vez desembarcadas las tropas de la armada holandesa en el Real de Las Palmas, con el teniente Antonio de Pamochamoso como nuevo gobernador, pues Alvarado fue herido de muerte durante el intercambio de fuego de las artillerías, se inició el asedio.
Las tropas enemigas avanzaron hacia la ciudad y, tras días de lucha y bombardeo, Las Palmas cayó el 28 de junio. «Al final, la ciudad —en donde había cundido el desaliento en las últimas horas ante la gran superioridad enemiga— cayó en poder de los holandeses. [...] Las autoridades y los defensores de la villa la evacuaron y marcharon a la Vega de Santa Brígida, en donde se establecieron durante los días siguientes», recoge el autor de La batalla contra la gran armada holandesa de van der Does en el año 1599.
Desembarco de las tropas de Van der Does
Una vez dentro, Van der Does intentó negociar un rescate de 400.000 ducados bajo la amenaza de destruir la isla, «y con pasar a cuchillo a todos los isleños», pero estos optaron por dilatar la respuesta mientras hostigaban constantemente al enemigo desde la Vega: «El almirante quedó sorprendido por la decisión de los canarios, que rehuían el diálogo con el invasor. No acertaba a comprender la eficacia del sistema de guerra empleado por los nativos. Daba gritos de indignación y exigía a sus subordinados la captura de parlamentarios», recuerda el historiador tinerfeño en Atlántico, piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias.
Ante la falta de avance, el 3 de julio las fuerzas invasoras se adentraron hacia el interior de la isla, rumbo a la Vega, creyendo que allí se ocultaban las riquezas locales. Sin embargo, en el Monte Lentiscal fueron sorprendidos por las milicias canarias, que, aprovechando el terreno boscoso, la sed del enemigo y el calor abrasador, lograron desorganizar el ejército holandés mediante una emboscada precisa y valiente.
Según explica el autor, los holandeses, superados táctica y moralmente por una fuerza mucho menor, sufrieron una derrota rotunda. Una compañía entera fue aniquilada y su capitán, Diricksen Cloyer, cayó en combate. El resto del ejército logró retirarse a duras penas a Las Palmas, donde en la madrugada del 4 de julio emprendieron el saqueo final de la ciudad, incendiando varios edificios emblemáticos.
No obstante, acosados por las milicias que les perseguían, regresaron a sus barcos. Ese mismo día, los canarios recuperaron la ciudad, apagaron los incendios y retomaron el control de su capital.
La armada holandesa zarpó definitivamente el 8 de julio, diezmada y moralmente derrotada. Aunque lograron ocupar brevemente Las Palmas, el intento de dominación fracasó rotundamente. Las fuentes canarias cifran en más de 800 las bajas enemigas. Esta defensa, sellada por la victoria en Monte Lentiscal, fue un hito de resistencia insular frente a una potencia naval superior, y quedó grabada en la memoria histórica de Gran Canaria como uno de sus episodios más heroicos. En el escudo de Santa Brígida reza la leyenda: «Por España y por la fe, vencimos al holandés».