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Antonio Maura y Alfonso XIII

Antonio Maura y Alfonso XIII

Dinastías y poder

El viaje que confirmó el proyecto político de Maura ante la tensión en Cataluña

Pese a la trascendencia del fallecimiento de Isabel II y al luto que envolvía a la Familia Real, la decisión fue sorprendente: el viaje no se suspendía. El Gobierno consideró imprescindible mantener la agenda prevista y reafirmar la presencia de la Corona en Cataluña

La reina exiliada Isabel II de Borbón murió en París en abril de 1904, en su palacio de Castilla. Hacía pocos meses que el mallorquín Antonio Maura había sido nombrado presidente del Gobierno en España. Contra toda expectativa, el viaje oficial que el Rey Alfonso XIII y Maura tenían previsto a Cataluña no se anuló. La decisión, polémica para algunos, marcó un giro en la manera de entender la presencia de la Corona en un territorio políticamente convulso. En el año del centenario de la muerte del tribuno balear, sacamos a la luz una de las decisiones estratégicas más comentadas de su primer gabinete.

La noticia de la muerte de Isabel II llegó a Madrid cuando el Rey Alfonso XIII se disponía a emprender un viaje oficial a Barcelona junto al presidente del Gobierno, Antonio Maura. Pese a la trascendencia del fallecimiento de la antigua soberana y al luto que envolvía a la Familia Real, la decisión fue inmediata y sorprendente: el viaje no se suspendía. El Gobierno consideró imprescindible mantener la agenda prevista y reafirmar la presencia de la Corona en Cataluña, una región donde las tensiones nacionalistas, la agitación social de corte anarquista y las críticas al sistema de la Restauración hacían necesario aquel gesto político.

El país atravesaba meses delicados: el joven Alfonso XIII hacía apenas dos años que había alcanzado la mayoría de edad y su intervención directa en los nombramientos y en numerosos asuntos de gobierno despertaba recelos entre la clase política. Era lo que algunos han llamado las «crisis orientales». La Restauración comenzaba a mostrar síntomas evidentes de desgaste: caciquismo, violencia recurrente y un regionalismo que exigía reformas. En ese clima, pocos viajes reales tenían tanta carga simbólica como el que se preparaba a Barcelona.

Fue el embajador de España en Francia quien transmitió oficialmente la noticia del fallecimiento de Isabel II. En París, la organización de los funerales correspondió a Luis Fernando de Baviera, yerno de la difunta por su matrimonio con la infanta Paz. El traslado del cuerpo hacia España quedó a cargo del infante Carlos de Borbón-Dos Sicilias, esposo de la infanta Mercedes, por entonces princesa de Asturias. Mientras tanto, en Madrid, la cuestión que ocupaba a la prensa y al Gobierno era evidente: ¿debía el rey interrumpir sus planes?

El diario aristocrático La Época, en su edición del 9 de abril de 1904, despejaba dudas: «Respecto del viaje del Rey, la muerte de su augusta abuela no será motivo para suspenderlo, por tratarse de un viaje de instrucción y conocimiento de las necesidades del país, y no de recreo». La idea no solo era política: era programática. En la visión de Antonio Maura, Barcelona ocupaba un lugar central dentro de su proyecto de modernización y regeneración del sistema.

No cancelar el viaje significaba afirmar que la presencia de la Corona se mantenía más allá de las circunstancias personales del monarca

En la identidad política del líder conservador podía empezar a intuirse un empeño en democratizar el sistema mediante la creación de una fuerza conservadora nueva, ciudadana y de masas. Y ese proyecto pasaba por Cataluña. Barcelona era a un tiempo el gran motor económico del país y el escenario donde se manifestaban con mayor crudeza las fragilidades y contradicciones del régimen: tensiones sociales, sindicalismo radical, anarquismo militante y catalanismo en expansión. No cancelar el viaje significaba afirmar que la presencia de la Corona se mantenía más allá de las circunstancias personales del monarca, como era la muerte de su abuela, reina de España entre 1833 y 1868. La Monarquía, con el respaldo del Gobierno, estaba dispuesta a proyectar autoridad en un territorio en el que ya se cuestionaba su centralidad.

El viaje a tierras catalanas resultó intenso. Alfonso XIII y Maura visitaron Barcelona, las bodegas de Codorníu, Montserrat y diversas localidades, donde la recepción fue calurosa y multitudinaria. Las crónicas subrayaron la ausencia de incidentes contra el Rey, aunque no ocurrió lo mismo con el presidente del Gobierno. Frente al Arco del Triunfo, relata La Época el 12 de abril, Maura fue objeto de una «silva», una composición satírica que le fue lanzada a modo de protesta. Más grave fue el aviso registrado en El Año político, 1904: un atentado anarquista en la basílica de la Merced.

Mientras el Rey consolidaba en Cataluña su imagen, el féretro de Isabel II seguía su trayecto hacia España. El cuerpo llegaba a El Escorial el 16 de abril, en ausencia tanto de Alfonso XIII como de Maura, que seguían de viaje por tierras catalanas. El recibimiento estuvo encabezado por Sánchez Toca, ministro de Gracia y Justicia, y por Manuel Falcó y Osorio, marqués de la Mina y amigo personal de Maura. La ceremonia y los funerales posteriores, celebrados en San Francisco el Grande, recibieron amplia cobertura en el diario El Universo, impulsado por el marqués de Comillas.

La ausencia del monarca en las exequias de su abuela generó comentarios en Madrid, pero en Cataluña el balance político resultó positivo: la visita había sido, según las crónicas, «un éxito realmente colosal». Para Maura, la decisión de mantener el viaje había sido oportuna y necesaria. El episodio referido puede interpretarse como una muestra de las tensiones que atravesaba el país: entre el luto de una monarquía que despedía a una antigua soberana y las exigencias políticas de un Estado que tenía que responder a problemas sociales y territoriales.

Cataluña continuó siendo un foco de conflictividad durante el resto del reinado; desde los atentados anarquistas hasta la Semana Trágica de 1909, acontecimientos que acabaron precipitando la caída del «gobierno largo» de Antonio Maura. En ese contexto, la decisión de no suspender el viaje de abril de 1904 evidenció cómo el Gobierno y la Corona buscaron reforzar su presencia sobre un territorio español relevante, aunque aquellas tensiones jamás dejaron de condicionar el reinado de Alfonso XIII.

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