Piquero de los Tercios, de Ferrer-Dalmau; al lado, el morrión subastado
Grandes gestas de la Historia
La gesta del morrión del soldado anónimo de Pizarro
Los morriones, arcabuces y espadas son objetos históricos cada vez más buscados por los coleccionistas internacionales
Hay obras de arte o de coleccionismo histórico en las que el azar o la desidia han decidido su destino. Paradigmático ha sido el episodio de una conocida sala que, al reseñar el lote de la subasta, pasó por alto la autoría de un Caravaggio. Son hechos aislados, pero más frecuentes de lo que pudiera creerse y son circunstancias que atraen el interés de los compradores: el poder encontrar una obra u objeto de colección de gran relevancia artística o histórica a precios sorprendentes.
El mercado de arte virreinal –mal llamado colonial, ya que en ningún caso estos territorios fueron colonias, sino reinos tan españoles como los peninsulares– vive un gran auge. Casas como Templum Fine Art Auctions en Barcelona o Magna Art Auctions en Madrid, han reunido en los últimos años lotes excepcionales de pintura, esculturas y piezas de alta época. Los morriones, arcabuces y espadas son cada vez más buscados por coleccionistas internacionales.
Su atractivo no reside únicamente en la rareza o su belleza, sino en lo que se denomina trazabilidad histórica. ¿Y qué es la trazabilidad? El poder seguir el rastro histórico a una pieza, o lo que es lo mismo, la posibilidad de vincular un objeto a un episodio concreto de la Conquista o a una familia que lo hubiera conservado durante generaciones.
Morrión muy decorado
La aparición de un morrión virreinal
En el coleccionismo histórico se valora la magnificencia estética y la significación. En este caso lo que salió en una sala de subastas no era ni la espada ricamente labrada de un valeroso capitán, ni una armadura bruñida de las que presidían ceremonias cortesanas: era un tosco morrión español del siglo XVI, hasta con abolladuras por su uso. Pero al igual que el Caravaggio la pieza pasó totalmente desapercibida en el catálogo de la subasta a pesar de que su trazabilidad parecía extraordinaria: el casco había podido pertrechar a las tropas imperiales destacadas en el Virreinato del Perú, lo que implicaría una rareza excepcional en el mercado europeo.
¿Qué es exactamente un morrión?
¿Pero qué es exactamente un morrión? La palabra morrión, procede de la palabra española morra que significa «corona en la cabeza». Fue un tipo de casco que coronaba las cabezas de los soldados de los siglos XVI y XVII. Pero su importancia ha trascendido lo militar para convertirse en un emblema cultural, iconográfico y patrimonial de la España del Imperio y del Siglo de Oro, símbolo de identidad de los conquistadores españoles y la memoria colectiva de los Tercios. Una imagen que, paradójicamente, se basa en los morriones de cresta que aparecen en los grabados holandeses de la Guerra de los Ochenta Años y en los textos de la Leyenda Negra.
El morrión nació en Castilla a comienzos del siglo XVI como evolución del capacete medieval. Según David Nievas, experto en armas de la época, hasta finales del XVI convivían dos tipos, el de pico y el de cresta, al que se le atribuye origen italiano por ser Milán una de las principales armerías suministradoras de la monarquía española.
El morrión, ejecutado en hierro forjado, ofrecía una defensa eficaz: su alta cresta longitudinal con forma de media almendra hacía resbalar los golpes de espada y los proyectiles ligeros. Según Nievas, daba mayor protección en golpes descendentes tales como tajos de espada o moharras de picas. Los cascos redondeados también deflectaban los golpes, pero transmitían más la onda de choque o lo que es lo mismo, la fuerza bruta del impacto y podían provocar fracturas craneales con mayor profusión. Todos los cascos llevaban forro ventilado, de cuero con barboquejo, que era la sujeción de la barbilla o de tela de lino intercambiable.
Morrión del Museo Histórico Militar de Sevilla. Colección particular cedida en depósito.
Sus ventajas clave en la batalla
Aunque el morrión fue casco de infantería y peones, también lo llevaron caballeros y personajes notables, pues resultaba más ligero que el yelmo y dejaba el rostro descubierto para respirar y combatir con mayor libertad. Poseía dos ventajas clave para la batalla: protegía y les permitía tener más visibilidad a la hora de controlar a la tropa.
El morrión no fue exclusivo de España: pronto se difundió a Nuremberg y Colonia y de ahí a gran parte de Europa en los siglos XVI y XVII y estuvo presente en distintos ejércitos. Sin embargo, su asociación con los Tercios y con los conquistadores lo convirtió en símbolo exclusivo del poder español.
Piquero de los Tercios. Ferrer-Dalmau.
Por ello, cuando evocamos la imagen de estos soldados surge de inmediato la silueta inconfundible del morrión. Basta recordar las representaciones pictóricas de Ferrer-Dalmau, el pintor de batallas, y en lienzos de Velázquez, Zurbarán, o en los grabados y lienzos de la época. Hoy se conservan ejemplares en el Museo del Ejército de Toledo, el Militar de Sevilla o el Museo Naval de Madrid y sobrevive en la Guardia Suiza del Vaticano, como vestigio ceremonial de una tradición que hunde sus raíces en el Siglo de Oro.
Hueste de Pizarro. Ferrer-Dalmau.
Procedencia: la colección de Miguel Iglesias
El morrión que nos ocupa, al que llamaremos «del soldado anónimo» procedía de la colección de arte de Miguel Iglesias (Celendín, 1830 – Lima, 1909). Fue un militar y político peruano de Cajamarca que ocupó la presidencia del Perú entre 1882 y 1885. Fue una época que se conoce como el Gobierno Regenerador de la República Peruana en la Guerra del Pacífico (1879-1884), un conflicto que enfrentó a Chile contra la alianza de Bolivia y Perú.
En el legado político-militar de Iglesias destaca el Grito de Montán, un manifiesto en el exhortó a firmar la paz con Chile. Aún así, el fin de la guerra conllevó su exilio al sur de España, adonde se trasladó con su familia y trajo consigo su importante colección de arte. Posteriormente, al ser elegido Senador regresó a su país natal, y fallecería en Lima en 1909.
Aunque Iglesias volvió al Perú, no así sus descendientes, ni su colección de arte que permaneció en Andalucía, y fue conservada por ellos generación tras generación. Entre las piezas, como recoge la documentación, destacaba una relevante colección de pintura virreinal del siglo XVIII y, entre los objetos, estaba este morrión.
Concordancias históricas y técnicas
La trazabilidad de este casco está certificada. Presenta características que permiten vincularlo con las tropas de Francisco Pizarro en la conquista del Perú. Se trata de un tosco morrión español según análisis, matéricos, del siglo XVI, de hierro forjado, y por el diseño, probablemente realizado en pequeños talleres de Huelva o Sevilla, destinados a surtir de equipos de protección a las tropas que embarcaban hacia América. Según Nievas las armaduras hechas de esta manera se les llama «de munición». Se hacían en serie sin pulir ni acicalar y se transportaban en las bodegas de los barcos y por tierra, formando «fajos» de petos unos encima de otros. El forro se les colocaba en el destino, o se optaba por un gorro de armar (también llamado gorro colchado).
El Morrión de la época de Pizarro que fue sacado a subasta.
Este morrión posee doce remaches en botón en la visera y aguda inclinación. Está decorado con leve cordón en la cresta y bordes de la visera. En su interior, una tija de hierro reforzaba la unión entre ambas partes, un sistema propio de la fabricación española. En el cuenco se conservan aún trozos de cuero que sujetaban el barbuquejo y fijaban la cota de lino.
Según acredita Jorge Llopis la documentada procedencia de la zona de Cajamarca —donde en 1532 se desarrolló la célebre batalla que culminó con el apresamiento del inca Atahualpa— y la incorporación del objeto a la colección de Iglesias, permiten atribuir este casco a un soldado de las tropas imperiales destacadas en el Virreinato del Perú.
El perfil del morrión de la época de Pizarro que fue sacado a subasta.
Buscando el morrión
Manuel Gutiérrez, gerente de Ediciones Escultura Histórica, conoció la salida a subasta de este morrión y su posterior adquisición por un coleccionista y emprendió una labor detectivesca para rastrear su destino. Es un ávido buscador de este tipo de tesoros, y los morriones se encuentran entre sus objetos más codiciados, no en vano localizó un ejemplar de las tropas imperiales en Alemania que hoy puede contemplarse como pieza estrella en el Museo Militar de Sevilla, cedida en depósito por un coleccionista particular,
Finalmente, Gutiérrez tras seguir distintas pistas falsas, ya que las salas de subastas mantienen la confidencialidad de sus clientes, pudo localizarlo: estaba en manos de un anticuario milanés. Gutiérrez confiesa que desde que supo donde se hallaba estuvo especialmente inquieto: «Tenía que hacerme con ella como fuera» explicó a El Debate. Al fin, pudo contactar con el nuevo propietario –que era plenamente consciente de su valor– y se dispuso a viajar ipso facto a Italia para conseguirlo.
La operación, tras tiras y aflojas pudo cerrarse y con todos los papeles en regla, toda la documentación y certificación de su autenticidad, el morrión volvía a España y regresaba a manos de un especialista capaz de apreciar toda su trascendencia histórica. Para Manuel Gutiérrez, la satisfacción fue plena y, como él mismo afirma, lo ha sido en una doble vertiente: «La procedencia de Cajamarca convierte esta pieza en un testimonio excepcional de la Conquista del Perú, y en la parte emocional sobre todo, estoy orgulloso de haberlo devuelto a casa»
La visión del morrión
El morrión del «soldado desconocido» es mucho más que un casco. Es un icono de hierro en el que se funden la funcionalidad bélica y la representación simbólica de un Imperio que dejó huella en la Historia universal. Este casco, sin filigranas ni ornamentos, no fue concebido para brillar en palacios, ni para figurar en retratos oficiales, sino para resistir el sol abrasador de las travesías, el filo de las espadas y el peso de las jornadas interminables con la muerte en cada esquina. Lo cierto es que la contemplación del morrión impresiona al espectador y le retrotrae en el tiempo, a la vez que le conmueve.
Estamos ante una pieza a la que se le atribuye vivir desde la experiencia vital de un soldado de a pie una de las gestas más grandes de nuestra Historia. Lo vemos claramente embarcando en el puerto de esa Sevilla bulliciosa, en esas pequeñas naves en las que hoy parece inviable que pudiesen llegar a América. Posiblemente, el soldado era oriundo de Extremadura, como tantos grandes hombres de la Conquista, haría un largo viaje y al que le esperaba enfrentarse a peligros y mayestáticos hechos de armas.
Pizarro, por Vázquez Díaz.
Una gesta plural
Las piezas históricas tienen un aura especial, mucho más allá de su valor crematístico. Los objetos de un gran conquistador, como la espada atribuida a Pizarro, evocan la epopeya de la Conquista y se exhiben –o deberían exhibirse– como símbolos de poder y gloria. Y este morrión, aún basto y lleno de golpes, atesora la misma dignidad, pero en este caso la del soldado anónimo, medida en sus cicatrices de hierro y nos habla del sudor y el sacrificio de quienes nunca tuvieron nombre en las crónicas.
Los morriones de soldados y capitanes, toscos o decorados como joyas de orfebre, los exhibidos en Museos como el Militar de Sevilla o los que duermen olvidados en arcones o enterrados en campos de batalla, condensan la épica de los Tercios y la memoria de los conquistadores. Pero lo más importante es que los grandes y humildes que los portaron, los que alcanzaron la gloria y los derrotados, los que sobrevivieron y los que cercenaron sus vidas en plena juventud, combatieron en la gran empresa americana por su honor y fortuna, por su rey y, también, por su Dios. Y aunque suela olvidarse, no lo hicieron solos, fue una gesta plural en conjunción con pueblos indígenas que también lucían con orgullo su propio armamento, hoy tan icónico como los morriones. Y entre todos lograron poner las bases para edificar el gran legado español para la Historia: la magna obra de la Hispanidad.