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20 de abril de 2024

Volodimir Zelenski y Vladimir Putin, dos hombres en el tablero de la guerra de Ucrania

Volodimir Zelenski y Vladimir Putin, dos hombres en el tablero de la guerra de UcraniaPaula Andrade

286 días de guerra en Ucrania

¿Quién ganará la guerra en Ucrania?

En estas condiciones, que forman parte de las reglas del juego de esta guerra, la victoria completa de Ucrania es imposible

Desde que el azar me llevó a comentar la guerra de Ucrania en diversos medios de comunicación, me han hecho infinidad de veces la misma pregunta: ¿Cómo y cuándo va a terminar esto? Obviamente, no puedo dar una respuesta cierta. Pero, desde luego, entiendo la inquietud.
Soy muy consciente de los esfuerzos que la humanidad ha dedicado a intentar predecir el futuro, ya fuera mediante el análisis de las vísceras de los gansos, los posos de las tazas de te o las cartas del tarot.
Los modernos aspirantes a augures empleamos otras técnicas, como el análisis geoestratégico o la prospectiva militar. Técnicas aparentemente más sólidas, aunque no siempre aseguren resultados significativamente mejores.
Sirvan estos párrafos para aclarar que, a pesar de que no es la primera vez que abordo el tema del futuro de la guerra de Ucrania —en la página de YouTube de la Armada puede accederse a una conferencia titulada Tablas sin gloria, de la que todavía no encuentro mucho de qué arrepentirme— tengo tantas probabilidades de equivocarme como cualquiera. Y sirvan también para justificar que, tentado por el ganso del afectuoso halago, no renuncie a intentarlo.

Si entendemos que su legítimo objetivo es recuperar todo el territorio ocupado por el ejército ruso, Ucrania no puede ganar la guerra

Si entendemos que su legítimo objetivo es recuperar todo el territorio ocupado por el ejército ruso, Ucrania no puede ganar la guerra. No es que no lo merezca. Sus soldados se han cubierto de gloria enfrentándose a aviones y carros de combate con armas de infantería, sofisticadas tecnológicamente pero solo eficaces a corta distancia, donde el valor del combatiente hace la diferencia.
Hasta la llegada de los HIMARS, que han equilibrado el duelo artillero, los ucranianos han sufrido casi sin ceder terreno el intenso fuego de los cañones rusos, únicas armas del desprestigiado ejército de Putin que parecen haber estado a la altura de las expectativas.
Pero las guerras no siempre las gana quien lo merece. Raras veces en la historia se ha visto a un pueblo luchar con la desventaja con que lo hace el ucraniano.

¿Cómo es posible expulsar al invasor si el estatus nuclear de Rusia impide, como impenetrable pared virtual, llevar la guerra a su territorio?

¿Cómo puede Ucrania forzar a claudicar a un enemigo que se siente legitimado para bombardear sus ciudades impunemente desde sus bases en Rusia, si no se le permite devolver el golpe, no ya atacando sus ciudades —las represalias a los crímenes de guerra también son crímenes de guerra— sino, ni siquiera, neutralizando sus plataformas de lanzamiento?
¿Cómo derrotar decisivamente sobre el terreno a un enemigo que, como mis nietos cuando estoy a punto de atraparlos en nuestros juegos, cada vez que se encuentra en desventaja dice que está en «casa» detrás de sus fronteras internacionales, lugar mágico donde su «operación especial» se convierte en «terrorismo ucraniano»?
En estas condiciones, que forman parte de las reglas del juego de esta guerra, la victoria completa de Ucrania es imposible. Lo que, por desgracia, cabe esperar es que, a medida que el contraataque ucraniano se acerque al intocable territorio ruso, el avance se vuelva más difícil, más costoso en vidas y en recursos.

No es posible presionar de verdad a un líder como Putin, que se siente cómodo y seguro en Moscú contemplando los toros desde la barrera

Surge entonces una pregunta inevitable, que exige una respuesta pragmática: ¿Cuánta sangre es justo derramar para pagar el precio de una gran ofensiva que no puede alcanzar su objetivo final, que no puede poner fin a la guerra?
Corresponde al pueblo ucraniano responder a esta pregunta. Pero deben hacerlo sabiendo que, mientras quienes apoyan a Ucrania en su legítima causa no quieran correr el riesgo de una guerra nuclear —algo en lo que, por injusto que sea, estoy completamente de acuerdo— no es posible presionar de verdad a un líder como Putin, que se siente cómodo y seguro en Moscú contemplando los toros desde la barrera.
En definitiva, sin la capacidad ni el permiso para atacar las bases logísticas en Rusia, y sin los aviones y carros de combate que necesita para romper un frente bien defendido, parece fácil prever que, en algún momento del próximo año, en alguna línea más o menos cercana a la del 24 de febrero pasado, Ucrania no encontrará el modo de seguir adelante.

¿Puede Rusia ganar esta guerra?

Si no lo hace Ucrania, ¿puede Rusia ganar esta guerra? Si nos dejamos de pretextos históricos y políticos y entendemos como el verdadero objetivo de Putin el forzar a Ucrania y a la comunidad internacional a que acepten como hecho consumado la conquista de cinco regiones ucranianas —las cuatro de ahora y también Crimea— la victoria rusa parece imposible.
A lo largo de nueve meses de guerra, el ejército de Putin se ha mostrado como una herramienta desafilada, más adecuada para contribuir a vertebrar la inmensa y heterogénea Federación Rusa –resolviendo con apuros pequeñas guerras como la de Chechenia– que para llevar a cabo operaciones en el extranjero.
La sociedad, a pesar de la opacidad propia de los regímenes autoritarios, también se ve desencantada. No son muchos los ciudadanos rusos que sienten la guerra como propia hasta el punto de alistarse voluntariamente para combatir en el frente, y ni siquiera la poderosa censura puede apagar las quejas cada día más frecuentes en las redes sociales.

Ucrania no se va a rendir porque bombardeen sus ciudades o porque, por momentos, le falte la luz o el agua corriente

¿Qué puede hacer Putin para cambiar la dinámica de esta guerra desafortunada? Para empezar, tendría que dejar de engañarse a sí mismo con los argumentos que usa para ilusionar a sus ciudadanos. Ucrania no se va a rendir porque bombardeen sus ciudades o porque, por momentos, le falte la luz o el agua corriente. Bien harían los rusos en recordar el fracaso de Milosevic, el líder serbio que murió en prisión mientras se le juzgaba por hechos parecidos a los que hoy protagoniza el ejército de Putin.
En segundo lugar –y ahí tengo que dar la razón a los halcones rusos– tendría que admitir que lo que él ha provocado es una guerra. Una guerra limitada para Rusia, pero total para Ucrania, que se juega su libertad.
Si de verdad desea cambiar las cosas, Putin necesita encontrar una causa creíble –se me escapa cuál pudiera ser– que modifique la percepción de su pueblo y galvanice a sus desmoralizados soldados. Solo así podría el líder ruso movilizar al ejército y a la sociedad buscando que, como ha ocurrido tantas veces en la historia de la humanidad, se imponga la lógica numérica.

Los prorrusos, que los hay como en España había afrancesados, cada vez son menos y se sienten más acobardados

Pero el listón está muy alto. Los odios, después de nueve meses de bombardeos y decenas de miles de víctimas civiles, incluidos centenares de niños, están desatados. El pueblo ucraniano ve en los impactos de los misiles rusos algo parecido a lo que los españoles vieron en los fusilamientos del dos de mayo. Putin es su Napoleón. Los prorrusos, que los hay como en España había afrancesados, cada vez son menos y se sienten más acobardados.

Una sociedad rusa que, en creciente porcentaje, parece temer más a los reclutadores de su propio ejército que a los soldados del enemigo

En estas condiciones, a cada movilización rusa puede responder Ucrania, soldado por soldado, al menos hasta alcanzar unos efectivos próximos a los cuatro millones de combatientes. Una cifra mucho más alta —si no fuera así, Putin ya lo habría ordenado— de la que toleraría una sociedad rusa que, en creciente porcentaje, parece temer más a los reclutadores de su propio ejército que a los soldados del enemigo.

Si Rusia no puede ganar y a Ucrania no se le permite intentarlo, parece que no es necesario destripar un ganso para pronosticar un empate

Si Rusia no puede ganar y a Ucrania no se le permite intentarlo, parece que no es necesario destripar un ganso para pronosticar un empate. Todo indica que esta guerra de ida y vuelta –que empezó estancada en el este de ucrania y, después de alarmar al mundo entero, volverá a pudrirse en el mismo sitio– va a terminar en tablas. Unas tablas por agotamiento, sin gloria alguna para Rusia, única culpable de toda la sangre derramada, pero sin mucho que celebrar tampoco para una Ucrania que no logrará alcanzar todos sus justos objetivos.
La vida real, desde luego, no es como el ajedrez, y el camino hacia estas tablas no será sencillo. Pero, por respeto al fatigado lector, haré de ese camino el objeto de otro artículo que quizá El Debate tenga la amabilidad de publicar otro día.
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