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28 de marzo de 2024

Dos edificios residenciales fueron destruidos este martes tras un nuevo bombardeo ruso en Kiev

Dos edificios residenciales fueron destruidos este martes tras un nuevo bombardeo ruso en KievGenya Savilov / AFP

267 días de guerra en Ucrania

Putin, Ucrania y la verdad acerca de los misiles sobre Polonia

La sociedad española no debería preocuparse demasiado por la hipotética respuesta de la OTAN a un improbable ataque a Polonia, sino por el centenar de misiles que un dictador ruso ordenó ayer lanzar sobre las mal defendidas ciudades de una nación europea

Desde que dos misiles antibuque lanzados por Ucrania hundieron al crucero Moskva en el mar Negro, Rusia viene pagando sus fracasos en el campo de batalla con bombardeos sobre las indefensas ciudades ucranianas.
En los primeros meses de la guerra, cuando el Kremlin todavía cortejaba a una parte de la sociedad ucraniana y Putin aseguraba cada día que Rusia no atacaba objetivos civiles, se justificaban esos bombardeos alegando que iban dirigidos contra blancos militares dentro de las ciudades.
Sin embargo, desde la desastrosa retirada de Járkov, nadie oculta ya que se trata de una campaña dirigida contra la energía que la población necesita para sobrevivir, y no contra las fuerzas armadas del país invadido.
Era, pues, de esperar que, después de rendir sin siquiera defender la ciudad de Jersón, capital de una de las regiones que Rusia ha reconocido como «su territorio soberano», Putin ordenara un ataque de represalia tan masivo como le permitiera su menguante disponibilidad de misiles modernos.
Un ataque que tiene, desde la retorcida perspectiva del líder ruso, dos objetivos complementarios: amedrentar a la población civil ucraniana y dar un cierto consuelo a la parte de la sociedad rusa que apoya la invasión y está ansiosa de venganza.
La historia de la guerra, tan íntimamente asociada con la naturaleza de los seres humanos, demuestra que solo el segundo de estos objetivos tiene posibilidades de ser alcanzado.
Pero ese es, indudablemente, el que de verdad importa a un Putin cada vez más cuestionado en su propio terreno.
Los ataques de ayer, a pesar de merecer la calificación de crimen de guerra confeso –no oculta Putin su objetivo contrario al derecho internacional humanitario ni su carácter de represalia– no habrían tenido la repercusión que han alcanzado en los medios si no fuera por un mero accidente: un anticuado misil antiaéreo de fabricación rusa lanzado por el ejército ucraniano contra otro misil de crucero ruso, probablemente en defensa de la ciudad de Leópolis, erró su blanco y, en lugar de autodestruirse explotando en el aire –como los misiles antiaéreos están programados para hacer cuando fallan– continuó su vuelo y cayó sobre una granja polaca. En el impacto perdieron la vida dos ciudadanos de ese país.
Superado el desconcierto de las primeras horas y una vez despejada la niebla de la guerra, ¿qué cabe concluir de este trágico accidente?
En primer lugar, que el verdadero culpable no es quien emplea lo poco que tiene para protegerse, sino quien le obliga a utilizarlo poniendo en riesgo a los demás.

Es obvio que Rusia, que hoy ya sabe lo poco que vale su potencial militar convencional, no desea un enfrentamiento con la OTAN

Los ucranianos no usarían estos misiles si no tuvieran que defender sus vidas y ¿quién sabe cuántos de estos misiles antiaéreos de procedencia rusa han impactado, por error de fabricación o de diseño, en suelo ucraniano antes de que el cruce accidental de una frontera haya llevado el problema a las primeras planas de la prensa internacional?
En segundo lugar, cabe concluir que Ucrania merece una defensa aérea mejor, basada en los mejores misiles occidentales y no en la variopinta colección de sistemas rusos de medio alcance y occidentales, mucho mejores pero de alcance más reducido, con los que hoy trata de defenderse de la agresión de su criminal vecino.
Con todo, lo que quizá interese más a la opinión pública occidental no es lo que de verdad ha ocurrido, sino lo que podría haber pasado si los primeros informes hubieran sido correctos. ¿Qué posibilidad real hay de que un misil ruso impacte por error en Polonia? ¿Cuál sería la reacción de la OTAN en un caso así? Vayamos por partes.
Es obvio que Rusia, que hoy ya sabe lo poco que vale su potencial militar convencional, no desea un enfrentamiento con la OTAN.
Por eso, en las pocas ocasiones en que ha atacado Leópolis, lo ha hecho con las mejores armas de su arsenal: misiles de crucero lanzados desde la mar o desde el aire con una precisión suficiente para, en medio de una ciudad, atacar una instalación concreta de distribución de energía.
Este tipo de ataques, aunque a ojos de observadores no familiarizados puedan resultar parecidos, no tiene nada que ver con las decenas de misiles anticuados que el desprestigiado ejército de Putin lanza con frecuencia al bulto sobre ciudades cercanas al frente como Nicolaev o Zaporiyia.
¿Pueden fallar los mejores misiles rusos? ¡Claro! Pero Leópolis solo parece cercana a la frontera polaca porque empleamos mapas en los que Ucrania cabe en una pantalla de nuestro ordenador.
En realidad, la distancia es de más de 60 kilómetros. Muchos miles de veces por encima de la precisión del arma. Pero, ¿y si el misil se avería como resultado del combate? ¿Puede un misil de crucero cuyo sistema de guía haya sido dañado por la artillería enemiga recorrer esa distancia?
Lo primero que hay que considerar es que se trata de misiles de crucero, no balísticos. Vuelan a baja cota como verdaderos aviones sin piloto, con sus alas y sus turbinas.

Nadie en su sano juicio gastaría un misil de crucero para atacar una pacífica granja

Dañar la guía sin afectar al resto de los sistemas que hacen posible el vuelo parece tan improbable como acertar una quiniela rellenada al azar.
Extremadamente improbable, pues, pero posible. Pasemos entonces a la segunda cuestión: ¿cómo reaccionaría la OTAN?
Si un misil de crucero ruso de verdad cayera sobre suelo polaco y causara víctimas mortales, Polonia no dudaría en invocar el artículo 4 del tratado de Washington y convocar a los aliados a consultas para acordar una respuesta unánime.
Ante un ataque cuya naturaleza accidental quedaría clara por el objetivo atacado –nadie en su sano juicio gastaría un misil de crucero para atacar una pacífica granja– la respuesta de la OTAN, con toda probabilidad, no sería declarar la guerra a Rusia.
Se exigirían, desde luego, las reparaciones que procedieran y garantías comprobables de que eso no volvería a ocurrir. Se desplegarían en la frontera polaca los mejores sistemas de defensa aérea de la alianza y, quizá, se daría profundidad al dispositivo instalando elementos de estos sistemas en territorio ucraniano.
Pudiera incluso llegarse a declarar una zona de vuelo prohibido para aeronaves rusas en el oeste de Ucrania, pero en ningún caso se buscaría una guerra contra Rusia, protegida por su estatus de potencia nuclear.
Así pues, en último término, la sociedad española no debería preocuparse demasiado por la hipotética respuesta de la Alianza Atlántica a un más que improbable ataque a Polonia, sino por el centenar de misiles que un mal disimulado dictador ruso ordenó ayer lanzar sobre las mal defendidas ciudades de una nación europea. Y eso sí que está en nuestra mano contribuir a solucionarlo.
  • Juan Rodríguez Garat es almirante retirado
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