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24 de abril de 2024

Buque de la Marina griega, frente a la pequeña isla griega de Kastellorizo, situada a dos kilómetros de la costa sur de Turquía

Buque de la Marina griega, frente a la pequeña isla griega de Kastellorizo, situada a dos kilómetros de la costa sur de TurquíaAFP

Grecia y Turquía, la tensión que no cesa

El cruce de declaraciones entre Mitsotakis y Erdogan, la crisis migratoria, las violaciones del espacio aéreo y la proyectada compra de cazas agravan el escenario del Mediterráneo Oriental

El pasado 6 de octubre, en vísperas de la cumbre europea informal celebrada en Praga, el primer ministro de Grecia, Kyriakos Mitsotakis, se ausentó de la cena oficial mientras hablaba el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. Este último replicó a la ofensa tarareando Puedo llegar de pronto esta noche, canción que se emitía masivamente en las ondas turcas mientras el Ejército de Ankara invadía Chipre en julio de 1974, conflicto aún no resuelto.
El incidente de Praga no es sino uno de los últimos ejemplos del agravamiento progresivo de las relaciones entre Grecia y Turquía, iniciado en julio de 2020 a cuenta de la exploración de hidrocarburos en el Mediterráneo Oriental, zona que ha experimentado un auge en la extracción de petróleo y gas en años recientes. A principios de este mes, el Gobierno turco ha augurado «graves consecuencias» para Grecia si ampliaba sus aguas territoriales en el Mar de Creta. Entiéndase una respuesta militar.
Donde sí ha empezado el país helénico a fortalecer su protección es en la frontera terrestre que comparte con Turquía, triplicando el tamaño de una valla ya erigida en la región, a la que se añadirá la instalación de otra valla de 160 kilómetros de longitud. El coste de este último proyecto asciende, según el Gobierno griego, a unos cien millones de euros y lo justifica por el aumento del flujo de refugiados a lo largo de 2022.
Datos y argumentos que Erdogan refuta. En su opinión, Grecia crea sistemáticamente crisis fronterizas. Respuesta de Mitsotakis: «Grecia no necesita que nadie le diga cómo ejercer sus derechos soberanos. Seguirá reforzando sus defensas como considere oportuno». Conviene interpretar este diálogo de sordos en el marco del ambiente preelectoral que se vive en ambos países: Turquía celebrará comicios presidenciales –a los que concurre, obviamente, Erdogan– en mayo y Mitsotakis apuesta por una mayoría absoluta en las legislativas de julio. De momento, las encuestas le dan una ventaja de seis puntos sobre la formación izquierdista Syriza, encabezada por el anterior primer ministro, Alexis Tsipras.
Mas la proximidad de ambas citas –y su inevitable ristra de declaraciones ampulosas por ambas partes– no debe hacer olvidar la realidad de la tensión militar. De acuerdo con las cifras hechas públicas por el Ministerio de Defensa de Grecia, se registraron 8.880 violaciones de su espacio aéreo por aviones y drones turcos entre enero y octubre de 2022. Siempre según la misma fuente, en el mismo periodo de 2021 el total de violaciones fue de 2.744. La escalada se produce, además, cuando ambos países se disponen a comprar aviones de combate de última generación a Estados Unidos.
Turquía está lista para gastar 20.000 millones de dólares en 40 cazas F-16 Block 70, los más avanzados de su clase, y cerca de 80 kits de modernización de Estados Unidos para mejorar su envejecida flota de F-16. Grecia, por su lado, ha enviado una solicitud de compra de 20 F-35, más otros 20 en el futuro. Turquía fue excluida del programa F-35 Joint Strike Fighter hace casi tres años debido a su compra del sistema de defensa antimisiles S-400 a Rusia.
La pelota está, pues, en el tejado del Congreso de Estados Unidos, competente para aprobar ambas transacciones. El presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Senado, Bob Menéndez, se opone a la venta de los F-16 a Turquía. Pero si Washington favorece a un país en detrimento de otro, dirimirá para una temporada larga la superioridad aérea en el Mediterráneo Oriental.

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