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29 de marzo de 2024

Russian President Vladimir Putin during the opening ceremony of the 2022 Winter Olympics, Friday, Feb. 4, 2022, in Beijing.

El presidente ruso, Vladimir PutinGTRES

387 días de guerra en Ucrania

El declive del liderazgo de Putin en las antiguas repúblicas de la Unión Soviética

Más protagonismo internacional pero menos influencia en su patio trasero

En los últimos trece meses desde que Vladimir Putin tomó la decisión de invadir Ucrania, la guerra se ha convertido en un foco de problemas inesperados para el mandatario del Kremlin.
Por una parte, ha consolidado su poder interior dentro de la Federación Rusa purgando a la elite oligarca disidente y expulsando del país a la juventud urbanita y occidentalizada, es decir, la masa crítica que podría liderar la oposición exterior a su tiranía.
Como póliza de seguro su fiel jefe de los servicios secretos Patrushev (amigo de Putin desde sus correrías por el St. Petesburgo de Sobchak en los turbulentos y corruptos 1990) mantiene a raya cualquier intento o asonada bonapartista que amenace al Kremlin.
Por otra parte, su objetivo de consolidar su esfera de influencia en el post soviético «Extranjero Cercano» –las antiguas republicas de la extinta URSS– para crear su propia mini-URSS desconectada con Occidente y dentro del marco económico y de seguridad de Moscú, está haciendo aguas.
Este alejamiento de sus antiguos estados clientelares se debe a tres factores predominantes desde que comenzó la guerra:
  1. Los errores estratégicos del Kremlin.
  2. La pobre demostración de proyección de fuerza de los ejércitos rusos en el teatro ucraniano.
  3. La debilidad económica, diplomática y geopolítica de Moscú para resolver sus problemas y apoyar su causa.
Esta debilidad se ve reflejada en el comportamiento de varios clientes de Moscú durante el último año y su acercamiento a Pekín, sobre todo tras el éxito de su diplomacia en Oriente Medio logrando el acuerdo entre Arabia Saudí e Irán y su mediación entre Tayikistán y Kirguizia en sus enfrentamientos con 112 muertos en la frontera contestada en enero de este año.
Los presidentes de Rusia, Vladímir Putin, y China, Xi Jinping

Los presidentes de Rusia, Vladímir Putin, y China, Xi Jinping

Si a esto añadimos la ambivalencia del presidente Tokayev de Kazajistán en su apoyo a Moscú y su giro hacia China como garante de sus fronteras, estamos siendo espectadores de un cambio dramático en una región que llevaba desde mediados del siglo XIX en la orbita de Moscú.
En el flanco Europeo/Cáucaso vamos a ver caso por caso. En Bielorrusia, quizás el socio más fiable del Kremlin, Lukhashenko, mantiene un difícil equilibrio entre su apoyo al que le mantiene en el poder tras las algaradas de 2020 y 2021 y las demandas de una elite y población que no quiere ser un teatro del conflicto como Ucrania y ver su país devastado por la artillería rusa y ucraniana.
Minsk se ha convertido en un aliado caro y poco fiable quizás condenado a la anexión por Moscú en la siguiente ronda del conflicto.
Moldavia toma nota de los países bálticos y Ucrania, y ve su futuro en las transferencias financieras de la Unión Europea y el paraguas de seguridad de la OTAN más creíble que ese revolver ruso en Transnistria que lleva apuntando al cerebro de Chisináu desde 1991.

Moldavia ve su futuro bajo el paraguas de seguridad de la OTAN y de la Unión Europea

Sus dos últimos ejecutivos apostaron por un giro al oeste que ha sido recibido templadamente y con poca convicción por Bruselas. De una forma u otra, tras el rendimiento del ejército ruso en Ucrania, las elites de Moldavia ya no son tan fácilmente coaccionadas por Moscú y apuestan por la vía polaca y ucraniana.
Finalmente, los dos contenciosos del Cáucaso tampoco auguran resultados positivos para Moscú:
Georgia, con sus dos apéndices rusos de Abjasia y Osetia del Sur, vuelve a buscar en la debilidad de Moscú abrir negociaciones con los gobiernos de Sujumi y Tskhinvali para su posible autonomía dentro de una Federación o Confederación con Tiflis. La parca contribución financiera rusa y su pobre actuación en el frente ucraniano han producido una negociación seria por primera vez en dos décadas.
Ciudadanos rusos en la frontera con Georgia

Ciudadanos rusos en la frontera con GeorgiaAFP

En Armenia y su contencioso con Azerbaiyán sobre el enclave de Nagorno-Karabaj la suerte tampoco acompaña al Kremlin.
Tras la ofensiva de Bakú en 2020 con armamento turco que derroto a las fuerzas de Ereván, suministradas por Rusia, Moscú conjuntamente con Erdogan pudo salvar algo de prestigio al apadrinar un alto al fuego y un acuerdo temporal.
Desde entonces Azerbaiyán no cumple su parte y amenaza con cortar la única vía de comunicación con la población armenia y así forzarla a emigrar a Armenia y conquistar el enclave en su totalidad.
Esta paradoja nos permite ser los afortunados espectadores, desde un cómodo tendido bajo, de un cambio geopolítico de trascendencia global. Estamos viendo en directo el cambio de testigo de Moscú a Pekín como la potencia hegemónica en la periferia del centro geopolítico Euroasiático. Y ya lo dijo el gran Mackinder con un ligero dramatismo: «Quien controla las estepas de Euroasia al final controlará el mundo».
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