Gaza: una falsa acusación de genocidio
Los insultos del presidente del Gobierno tienen consecuencias, algunas graves: marginalizan a España y la apartan de cualquier posibilidad de colaborar en la resolución del conflicto palestino

Manifestantes israelíes frente a un camión durante una protesta para impedir la entrada de ayuda humanitaria a Gaza
De acuerdo con el artículo 97 de nuestra Constitución, corresponde al Gobierno la dirección de la política exterior del Estado. Así pues, cuando nuestro presidente dice en el Congreso que Israel es un Estado genocida no está limitándose a dar una opinión como la de cualquier ciudadano. Oficialmente, es España la que insulta al Estado de Israel.
Además de ser reprobable desde la perspectiva ética, insultar no sirve para casi nada. En el mejor de los casos, podría ser útil para calentar el ambiente si uno tiene la perversa intención de terminar a bofetadas, lo que estoy seguro de que no es el caso de España frente a Israel. Fuera cuál fuera el arma que escogiéramos para el duelo –privilegio que, además, corresponde al ofendido– tendríamos las de perder.
Quizá algún lector quiera acusarme de doble rasero. Después de todo, yo llamo criminal al presidente ruso, Vladimir Putin, en casi todos los artículos que me publica El Debate. Sin embargo, hay tres importantes diferencias: yo no me represento más que a mí mismo y, en los días buenos, a mi mujer; no insulto a una nación sino a un líder; y, todavía más importante, no hay insulto cuando lo que se dice es verdad.
La perspectiva militar
¿Es de verdad Israel un Estado genocida, como dice nuestro presidente? A ojo de militar, desde luego que no. El genocidio es el exterminio intencional, sistemático y deliberado de un pueblo, grupo étnico, racial o nacional; y esa intencionalidad, condición necesaria para que se dé un delito tan grave, encaja difícilmente en una guerra que comenzó justo al revés. Aunque algunos parezcan haberlo olvidado, detrás de lo que hoy ocurre en Gaza está el exterminio intencional y deliberado –probablemente no sistemático, aunque quizá no por falta de ganas– de más de un millar de ciudadanos israelíes, civiles en su mayoría. Un crimen, además, que no fue perpetrado por un grupo terrorista ilegal como fue la ETA en España, sino por el propio Gobierno de la Franja, en manos de Hamás.¿Podría plantearse la posibilidad de que Israel buscara consumar un genocidio –aunque no estuviera planeado con antelación– como respuesta a la masacre del 7 de octubre? En principio, es posible. De hecho, algunos de los ministros más extremistas del Gobierno de Netanyahu han defendido la expulsión de la Franja de la población palestina. El propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, flirteó con la idea durante algunos días antes de descartarla.
Sin embargo, no es eso lo que está ocurriendo en Gaza estos días. Hay combates y hay víctimas –demasiadas– pero, para acreditar que Benjamin Netanyahu tiene intención genocida, habría que demostrar, más allá de toda duda razonable, que sus operaciones militares no persiguen los dos objetivos de guerra que él declara y que son perfectamente legítimos: la vuelta a casa de los rehenes y la destrucción de Hamás.
Quienes se apresuran a condenar a Israel por genocidio deberían probar a exigir a Hamás que ponga en libertad a los rehenes
Entienda el lector que no quiero exonerar a Israel de la parte de la culpa que le toca. Su respuesta militar es, a mi juicio, excesiva. Aunque de las elevadas cifras de víctimas de los combates comparte la responsabilidad con los terroristas de Hamás –que emplean a la población civil como escudo– Netanyahu es único culpable de la hambruna provocada por el bloqueo de la ayuda humanitaria, contrario a la Convención de Ginebra. Sin embargo, quienes se apresuran a condenar a Israel por genocidio deberían probar a exigir a Hamás que ponga en libertad a los rehenes y que, como un día hizo Yasser Arafat, acepte el exilio. Son las dos condiciones, insisto que legítimas, que Netanyahu impone para poner fin a las hostilidades.
La perspectiva jurídica
Comprendo que al presidente de nuestro Gobierno le traiga sin cuidado la opinión de un militar retirado. También la recíproca será cierta cuando él se retire. Pero ¿qué dicen los jueces sobre el asunto? Recordará el lector que, al poco de comenzar la guerra, el Gobierno de Sudáfrica pidió a la Corte Internacional de Justicia que impusiera un alto el fuego en Gaza para prevenir un posible genocidio. Solo uno de los 17 jueces —la ugandesa Julia Sebutinde, que sus razones tendría para votar como lo hizo pero se quedó sola en este asunto— consideró justificada la medida.
Desde entonces se han sucedido las acusaciones contra Israel en el mismo tribunal. En el mes de marzo de 2024, la Corte, por decisión unánime, exigió a Tel Aviv –en una resolución que, en general, no se ha cumplido– que facilitara la entrada de suficientes alimentos para el pueblo de Gaza. Ya en mayo, en una decisión literalmente ambigua y muy cuestionada por algunos de los propios jueces de la Corte, se ordenó a Israel que paralizara la ofensiva sobre Rafah. Tampoco hizo caso alguno el Gobierno de Netanyahu. Pero, aunque él y su anterior ministro de Defensa han sido imputados por crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional, nadie ha abierto un proceso ni, mucho menos, condenado a Israel por genocidio. ¿Nadie digo? Bueno, hay una excepción: nuestro presidente del Gobierno.
A la caza de votos
Si no hay prueba alguna de genocidio en Gaza, ¿por qué insiste tanto sobre el asunto la izquierda española? Seguramente es parte de una dinámica política donde a menudo prevalece el que se atreve a ir más lejos en los insultos. De ahí que, en los últimos años, el mundo se haya llenado de fascistas, nazis o genocidas. En el caso que nos ocupa, lo que está en juego parece claro: los votos de la parte de nuestra sociedad que siente fuertes prejuicios contra Israel.
Los insultos del presidente del Gobierno tienen consecuencias, algunas graves
Por desgracia, los insultos del presidente del Gobierno tienen consecuencias, algunas graves: marginalizan a España y la apartan de cualquier posibilidad de colaborar en la resolución del conflicto palestino; rompen la cohesión de la Unión Europea, en tiempos en los que es necesario apostar por ella; y frenan nuestras relaciones comerciales y militares con Israel, de las que nos beneficiamos seguramente más que ellos. ¿Todo por un puñado de votos? No serán, espero, los de ninguno de los lectores de este artículo.