La cumbre de las democracias fatigadas
La reunión parece más bien la junta de un grupo de amigos que piensan igual y que se reúnen para entregarse apoyos recíprocos ante las diferentes dificultades de cada uno
Pedro Sánchez, junto a Oris, Lula da Silva, Boric y Petro en la cumbre «Democracia siempre»
En el día de ayer el presidente de Chile, Gabriel Boric, acogió en el Palacio de la Moneda en Santiago, a un grupo de jefes de Estado y de Gobierno todos con un denominador común: ser representantes de partidos o coaliciones de izquierda en sus respectivos países. Los motivos del encuentro –denominado Cumbre Progresista–fueron analizar la situación de la democracia y el multilateralismo; pasar revista a la desinformación y a las tecnologías digitales y reflexionar acerca de los extremismos y la desigualdad. Con ese temario las expectativas en torno al encuentro eran altas. Sin embargo, el balance final ha sido muy pobre. La reunión parece más bien la junta de un grupo de amigos que piensan igual y que se reúnen para entregarse apoyos recíprocos ante las diferentes dificultades que cada uno enfrenta en sus respectivas naciones o como alguien ha dicho para «lamerse las heridas» entre correligionarios.
Por de pronto, el anfitrión, el Presidente Boric, se encamina a un triste y deslucido fin de mandato en marzo próximo. Después de un arribo expectante al poder el saldo es muy pobre: aumento considerable de la presencia del crimen organizado; caída en las tasas de crecimiento económico; aumento del desempleo, especialmente entre las mujeres y jóvenes; incremento en los casos de corrupción, sin contar con el fracaso de dos procesos constitucionales sucesivos. Por su parte, el Presidente Lula de Brasil, está llevando adelante un gobierno con escasa popularidad interna, que tiene a buena parte de la ciudadanía protestando en las calles y un liderazgo que no logra gravitar en la escena internacional, a pesar de los constantes esfuerzos en esa dirección. Sus últimos enfrentamientos con el Presidente Trump han colocado de manifiesto esa precariedad y los intentos por liderar a los BRICS no han fructificado en absoluto.
La situación del Presidente Petro en Colombia casi no admite análisis. La inestabilidad política de ese país y la desastrosa gestión gubernamental tienen por los suelos a su administración y todo indica que será reemplazado en las próximas elecciones por algún representante de la oposición. Uruguay por varias razones, resulta un caso aparte. En primer término, el Presidente Yamandu Orsi asumió el mando recién el pasado mes de marzo y, por lo tanto, y a eso hay que agregar, que el Frente Amplio que lidera es probablemente la coalición más moderada y socialdemócrata de todas las que se dieron cita en Santiago de Chile.
La presencia de Pedro Sánchez fue sin duda la que más atención atrajo. No solo por tratarse del Presidente de uno de los pocos países europeos que se mantienen gobernados por la izquierda, sino que también, por ser el líder de la Internacional Socialista, entidad que en estas latitudes conserva todavía un aura de influencia, por muy debilitada que pueda encontrarse. Sin embargo, la atracción por Sánchez no terminó ahí. La compleja y comprometedora situación por la que atraviesa en España también era motivo de morbo y curiosidad. Los variados casos de corrupción que le persiguen y que hasta ahora ha logrado sortear no dejan de llamar la atención entre sus compañeros de ruta latinoamericanos y especialmente chilenos, quienes viven situaciones similares en algunos sentidos. Siempre en este país, Chile, se ha visto como un caso modélico lo que ocurre en la madre patria. Más de alguien ha dicho que analizar lo que ahí sucede en términos políticos es como realizar «un viaje al futuro».
Ahora bien, la pobreza de la reunión no terminó con este lamentable cuadro de participantes y sus respectivos dolores. También se expresó en los contenidos de la declaración final. Un texto que redunda en lugares comunes y que, más que por lo que dice, llama la atención por todo lo que omite. Vamos por partes.
Además de formular llamados retóricos en favor de la democracia y la paz mundial, abogar por la reforma de la ONU e impulsar iniciativas «centradas en la equidad y la integridad informativa», poco más se puede extraer del referido texto. Sin embargo, los silencios del documento no sólo son mayores, sino que también mucho más graves. Ni una palabra de condena, en una reunión sobre la democracia, respecto de la situación de desprotección absoluta en que esta se encuentra en países como Venezuela, Nicaragua y Cuba, donde además se violan de manera sistemática los derechos humanos. Tampoco se lee algún tipo condena a la invasión de Rusia a Ucrania, mientras sí se formulan legítimos llamados al cese de las hostilidades en Gaza, como si una crisis humanitaria fuera más grave que la otra. Y qué decir sobre la corrupción que corroe las democracias en el mundo entero. Ninguna condena y ni siquiera una reflexión acerca de ello. Obviamente, se trataba de un tema incómodo para varios de los comensales. Por tanto, silencio absoluto. Lo mismo, respecto de los problemas que trae consigo la inmigración irregular, con sus coletazos de crimen organizado y narcotráfico que han modificado el mapa del continente. Y qué decir de las nulas referencias al crecimiento económico y al libre comercio que representan las únicas vías para generar prosperidad y bienestar a los ciudadanos de estas democracias fatigadas. De eso no se escucha ni una sola palabra.
Así no se puede. Hay que ser serios. Siempre se ha dicho que los dolores en grupo se pasan mejor, pero todo tiene un límite. Y en este caso, una cosa es marcar los énfasis y los propios puntos de vista respecto de la realidad y otra muy diferente y, hasta cierto punto inadmisible, es ignorarla y vivir en una especie de mundo paralelo, una especia de Narnia político.
Cristian Pizarro Allard es editor adjunto del diario El Mercurio (Chile)