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Juan Rodríguez Garat Almirante (R)
Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

El Departamento de la Guerra de Donald Trump

La decisión del presidente de EE.UU. parece una respuesta a lo que acaba de ocurrir en Pekín. No es solo el desafío que supone la fotografía de Xi, Putin y Kim presidiendo un desfile militar como el que solo los chinos pueden organizar

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa BlancaAFP

Dicen que hasta los relojes parados aciertan a dar la hora correcta dos veces al día, pero Donald Trump es cualquier cosa menos un reloj parado. Se equivoca mucho, como demuestran las puñaladas asestadas a Ucrania sin haber conseguido forzar una tregua en las hostilidades ni apartar a Vladimir Putin de la reciente cumbre de Pekín. Pero también acierta en ocasiones, y no puedo ocultar que simpatizo con la idea de recuperar el nombre del Departamento de la Guerra en sustitución del de Defensa.

De lo que no estoy tan seguro es de compartir sus motivaciones. Las mías las tengo claras. No hace mucho, en un artículo que titulé Los colmillos de España, defendí en El Debate que el énfasis en la palabra «defensa» –que en Occidente preside todas las fachadas de los ministerios que se encargan de los asuntos bélicos– nos hacía olvidar una verdad táctica que tiene alcance geoestratégico: ningún muro puede contener a un enemigo si no está batido por el fuego.

¿Cuáles son las motivaciones de Donald Trump? ¿Recuperar un nombre histórico? ¡Anda ya! Dudo que la historia encuentre un hueco entre las inquietudes de un presidente que acaba de rebautizar el golfo de México –un nombre que precedió en dos siglos a la fundación de su propio país– para darle el de América que, en su docta opinión, es solo un sinónimo de los Estados Unidos. Desde luego, no está pensando en el resto del continente cuando defiende su America First.

La ONU, herida de muerte, no podría importarle menos al presidente norteamericano

Si no es la historia lo que está detrás del cambio de nombre, ¿pretende Trump mostrar su desacuerdo con la prohibición de la guerra como herramienta de la política que va implícita en la Carta de las Naciones Unidas? De facto, parece que sí. La ONU, herida de muerte, no podría importarle menos al presidente norteamericano y su reciente ataque a Irán ni siquiera mereció explicaciones al Consejo de Seguridad. Pero, ¿es eso lo que quiere visualizar? Oféndanse si lo desean los trumpérrimos –que alguno hay entre los lectores de El Debate– pero a mí me parece demasiado sofisticado para el rudo empresario neoyorquino.

¿Tendrá relación el cambio de nombre con la guerra contra el narcotráfico que el presidente acaba de declarar? ¿Quiere Trump justificar el despliegue de militares en algunas ciudades norteamericanas para la guerra contra el crimen? Es posible. Quien sabe lo que pasa cada día por la cabeza del voluble magnate.

Sin embargo, si yo tuviera que apostar, la decisión de Trump me parece una respuesta a lo que acaba de ocurrir en Pekín. No es solo el desafío que supone la fotografía de Xi, Putin y Kim presidiendo un desfile militar como el que solo los chinos –la India, que podría competir en población, nunca ha impuesto el servicio militar obligatorio y los soldados norteamericanos no saben llevar el paso– pueden organizar. Peor aún es que su colega ruso, el amigo al que acaba de recibir en su casa con todos los honores, el hombre que le dice que está dispuesto a hacer la paz en Ucrania solo por él, ha estado hablando con su peor enemigo, Xi Jinping. Y no del tiempo, ni de los misiles ni siquiera de geoestrategia… sino de la inmortalidad.

Bueno –se dirá algún lector– y si la decisión de Trump se debe al desafío de Pekín ¿qué? ¿No ha de llegar nunca el momento de enseñar los dientes a quienes no esconden los suyos? ¡Vaya! ¡Pues es verdad! Como empezaba diciendo, no puedo ocultar que en esta ocasión simpatizo con la ocurrencia de Donald Trump.

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