Uno de los organizadores de la 'Battle for the soul of Europe', John O'Brien
La batalla por el alma de Europa: voces patriotas reclaman valores, cultura, soberanía y tradición
Uno de los organizadores de este evento, John O'Brien, habla en exclusiva con El Debate
John O’Brien es director de comunicación del MCC Brussels y uno de los principales responsables, junto a Frank Furedi, de la segunda edición de «The Battle for the Soul of Europe», un congreso internacional que ya marcó un antes y un después en la capital belga. Y no es para menos: en 2024, tal como contó El Debate, solo un local en Bruselas se atrevió a acoger un evento que muchos rechazaron por miedo a perder clientes. Aquella negativa generalizada fue, en sí misma, una radiografía perfecta del momento que vive el establishment en Europa.
Con la vista puesta en los días 3 y 4 de diciembre, O’Brien -irlandés de nacimiento, europeo por convicción- vuelve a liderar el evento reuniendo a quienes creen que el alma del continente no puede abandonarse al silencio ni a la autocensura. En esta entrevista exclusiva con El Debate, cuenta, a través de su experiencia en la organización de «la batalla por el alma de Europa», sus inquietudes, su esperanza y su empeño por construir un espacio donde Europa pueda mirarse de frente y decidir quién quiere ser.
—¿Por qué Europa necesita una «batalla por su alma» en 2025? ¿Qué es lo que está realmente en juego?
—Europa se enfrenta a un momento decisivo. En todo el continente, la gente siente que algo esencial se le está escapando, están perdiendo la confianza, la claridad y la cohesión. La «batalla por el alma de Europa» no es un eslogan, sino el reconocimiento de que los cimientos culturales, las normas democráticas y las libertades civiles de Europa se están viendo erosionados por una combinación de extralimitación tecnocrática y deriva intelectual. Lo que está en juego es la capacidad de los europeos para gobernarse a sí mismos, expresarse libremente, preservar sus tradiciones y forjar su futuro sin que desde arriba se les diga que sus instintos son ilegítimos u obsoletos. Esta es una batalla por el respeto democrático y la supervivencia de la cultura europea.
—¿Qué dice de Europa el hecho de que, una conferencia en defensa de la democracia y la libertad casi se cancele, tal como ocurrió el año pasado?
—Dice que el clima para el debate abierto se ha deteriorado de forma alarmante. Cuando un evento que defiende el pluralismo, el debate y los principios democráticos se enfrenta a obstáculos, se pone de manifiesto un nivel de inseguridad institucional. Irónicamente, el intento de silenciar la conversación solo demostró lo necesaria que es. Una Europa segura de sus valores no temería una conferencia sobre democracia, sino que la acogería con agrado. Es importante destacar que hace un año logramos frustrar los esfuerzos de tres alcaldes por cancelarnos; este año, hasta ahora, no hemos enfrentado ningún intento serio de oposición institucional para prohibirnos; tal vez la libertad de expresión haya vuelto a estar de moda en Bruselas.
—Las élites de la UE hablan sin cesar de los «valores europeos», mientras los socavan. ¿Cuáles son los verdaderos valores europeos que debemos recuperar?
—Los verdaderos valores europeos comienzan con la dignidad humana, la libertad de conciencia, el pluralismo y el Estado-nación como unidad democrática primaria. Europa se construyó sobre la subsidiariedad antes de que se convirtiera en una palabra de moda de la UE: decisiones tomadas lo más cerca posible de los ciudadanos, no impuestas desde lejos. Necesitamos recuperar una Europa más antigua y profunda: arraigada en la confianza cultural, la responsabilidad democrática y la creencia de que los ciudadanos, y no las burocracias, son los autores de la vida política. No se trata de un discurso anticuado, sino de una verdad fundamental: sin cimientos, todo se derrumbará.
Uno de los momentos del debate que se vivió en Bruselas
—Los ponentes de estos días han sugerido que Europa está más interesada en regular el discurso que en resolver problemas reales. ¿Por qué?
—Porque regular el discurso es más fácil que afrontar la realidad. Se puede aprobar un código de expresión en una tarde; no se puede solucionar la dependencia energética, el estancamiento o la fragmentación social tan rápidamente. También se está produciendo un cambio cultural: algunas élites ven cada vez más a los ciudadanos no como agentes democráticos, sino como riesgos potenciales que hay que gestionar. Esa es una mentalidad peligrosa para cualquier democracia.
—¿Cómo sería hoy en día una cultura de libertad de expresión auténtica en Europa?
—Significaría una Europa en la que las personas pudieran discrepar enérgicamente sin temor a sanciones sociales, profesionales o legales. Una Europa en la que los debates no estuvieran controlados por algoritmos, burócratas o guardianes culturales, sino moderados por normas cívicas y respeto mutuo. La libertad de expresión no es anarquía. Es la condición previa para resolver problemas difíciles.
—¿Está entrando la relación transatlántica de la UE en una fase de divorcio o de renegociación?
—De renegociación, y es necesaria. El mundo ha cambiado drásticamente y Europa debe madurar estratégicamente y dejar de parecer un Peter Pan petulante, un eterno adolescente que vive a costa de sus padres. Estados Unidos no puede sostener a Europa indefinidamente y, de todos modos, los europeos serios no quieren eso. Una relación transatlántica madura requiere responsabilidad por ambas partes, no dependencia por una y frustración por la otra.
Europa debe madurar estratégicamente y dejar de parecer un Peter Pan petulante, un eterno adolescente que vive a costa de sus padres
—¿Está Europa admitiendo por fin que la migración masiva ha fracasado, o solo está fingiendo actuar?
—Algunos gobiernos están admitiendo la realidad; otros están fingiendo sinceridad mientras evitan tomar decisiones difíciles. La opinión pública lleva años adelantada a las élites en esta cuestión. Dinamarca escuchó a la gente y creó un sistema mejor. El cambio real requerirá honestidad sobre la capacidad, la cultura y la cohesión, y la voluntad de dar prioridad a la integración, no a la ideología.
—¿Por qué los líderes europeos evitan hablar del declive económico cuando todo el mundo lo percibe? ¿Y cómo afecta el declive al alma de Europa?
—Porque reconocer el declive significa reconocer el fracaso de las políticas. Es más fácil rebautizar el estancamiento como «transición» o «equidad». La debilidad económica se filtra en la psique cultural. Una Europa insegura de su futuro económico se vuelve insegura de su identidad, su propósito y su capacidad de actuar. La renovación comienza con la honestidad.
El evento acogió a un buen número de personas
—¿Es reversible la crisis cultural de Europa o ya estamos demasiado metidos en ella?
—Es reversible, pero solo si dejamos de fingir que no pasa nada. Europa tiene inmensas fortalezas: talento, patrimonio, creatividad y capital social. Lo que nos falta es un liderazgo dispuesto a decir la verdad y a confiar en el público. A medida que ganemos unas elecciones tras otras, esperamos contar con un nuevo liderazgo comprometido con un cambio real. En el momento en que los europeos redescubran la confianza, la responsabilidad y el orgullo cultural, comenzará la recuperación.
—Si pudiera enviar un mensaje a los jóvenes europeos, ¿cuál sería?
—El futuro de Europa os pertenece a vosotros, no a las instituciones. No dejéis que nadie os convenza de que vuestros ideales, tradiciones o patriotismo están obsoletos. El futuro lo construyen las personas que alzan la voz y asumen responsabilidades.
—¿Qué resultado le haría decir que el evento de este año ha sido un éxito?
—Si la gente se va con la renovada sensación de que vale la pena defender Europa, y de que aún es posible un debate abierto y honesto, entonces habremos tenido éxito. Nuestro objetivo no es imponer respuestas, sino reabrir el diálogo europeo. Si lo hemos conseguido, entonces el alma de Europa sigue viva.