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El escritor francés Philippe Sollers

El escritor francés Philippe SollersAFP

Philippe Sollers (1936-2023)

Genialidad literaria, cinismo político y moral

Referente de la literatura contemporánea gracias a su atrevimiento estilístico, su compromiso político fue proceloso y no dudó en defender a algún que otro pedófilo

El escritor francés Philippe Sollers
Nació en Talence el 28 de noviembre de 1936 y murió en París el 5 de mayo de 2023

Philippe Joyaux

Retoño de la burguesía de Burdeos, estudió en colegios privados y se matriculó sucesivamente en la prestigiosa escuela comercial Essec y en la Sorbona, sin conseguir diploma alguno. En 1957, inició una carrera literaria que le llevó a ser uno de los intelectuales más influyentes de la Francia contemporánea.

Philippe Sollers logró su primera hazaña al incorporarse a los ambientes literarios parisinos -lugares de muy difícil acceso- antes de haber publicado nada. Su valedor fue el poeta surrealista Francis Ponge, con el que entabló conversación al final de una conferencia. Un episodio providencial al que supo sacarle provecho, pues cuando, a la edad de 21 años, fue puesta a la venta su primera novela, Une curieuse solitude (Una curiosa soledad), suscitó grandes elogios por parte de dos importantes intelectuales de entonces, el Premio Nobel François Mauriac y el poeta Louis Aragon. «El Vaticano y el Kremlin», comentó Sollers, en uno de los primeros derroches de un humor corrosivo que, con el tiempo, se convertiría en legendario.

Otro de los hitos de su particular leyenda fue la fundación de la revista Tel Quel (Tal cual), referente de vida literaria gala durante dos décadas bajo los auspicios de la editorial Seuil. Uno de los rasgos definitorios de la publicación fue la combinación ecléctica de textos de grandes clásicos -desde Dante hasta Lautréamont- con la de autores de vanguardia (y de moda) como Michel Foucault, Jacques Derrida o Roland Barthes, a quien le unió una gran amistad con Sollers.

Este último, por su parte, supo compaginar hábilmente Tel Quel con su propia producción literaria, en la que intentó buscar cierto perfeccionamiento estilístico desbordando las pautas narrativas clásicas. En esa dinámica se enmarcan novelas como Le Parc -galardonada con el Premio Médicis- o Le Drame. Sollers insiste en sus atrevimientos con Lois (Leyes), centrada, precisamente, en la relación del lenguaje con la historia y el inconsciente. Nadie con un mínimo de objetividad pone en duda el talento de Sollers ni sus originales aportes a la literatura contemporánea en lengua francesa.

Más polémicos y discutibles son sus compromisos ideológicos. Como buena parte de los intelectuales de su generación, sintió una fascinación inicial por el marxismo, primero, y más adelante, por el maoísmo, viajando en repetidas ocasiones a China, y volviendo con encendidos elogios hacia el Gran Timonel y su régimen. Obviamente, participó en manifestaciones durante el fatídico mes de mayo de 1968.

El punto de inflexión doctrinal de Sollers se produce a mediados de los setenta, motivado por la lectura de las obras de Aleksandr Solzhenitsin. El novelista arremete entonces contra los totalitarismos soviético y chino y a los que les apoyaban en Occidente. Llega incluso a adherir al «Comité de los Intelectuales por la Europa de las Libertades», iniciativa anticomunista impulsada por Raymond Aron.

Mas anticomunismo no tiene por qué significar inclinación a la derecha: Sollers nunca dejó de ser el joven que fingió una esquizofrenia para evitar su incorporación a filas en plena Guerra de Argelia -fue el mismísimo André Malraux, a la sazón ministro de Cultura, quien forzó su dispensa del servicio militar- y en su nueva etapa fue un fiel y acrítico portavoz de los mantras del progresismo y un sistemático repartidor de latigazos verbales a todo aquello que rezumara conservadurismo.

Esa faceta implacable de Sollers se hizo extensiva a los que se atrevieron a denunciar la tolerancia hacia la pedofilia que imperaba en algunos círculos intelectuales: sin ir más lejos, en 1990 tildó de connasse (versión grosera de imbécil) a la novelista quebequesa Denise Bombardier, que acababa de acorralar a Gabriel Matzneff en un programa televisivo por sus publicitadas relaciones con menores. Bien es cierto que Sollers había sido uno de los firmantes, en 1977, de un manifiesto que abogaba por la tolerancia hacia la pedofilia.

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