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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Azteca gafe

El «Elcano» está más joven que en sus primeros años. Pero si en lugar de «Juan Sebastián de Elcano» hubiera sido bautizado como «Horacio Díaz», ejemplar guarda de la serranía de Gredos, muy probablemente habría tenido algún accidente de gravedad

Actualizada 01:30

Doña Claudia Sheinbaum Pardo es la presidente de Méjico. Desciende directamente del Moctezuma —Moctezuma Sheinbaum— una de las mejores familias mejicanas, y de Pancho Villa —Francisco Villa Pardo—.

Le encantaría vivir en el Palacio de El Pardo, que fue de los Sheinbaum durante su infancia, pero llegó Franco, se instaló ahí y vivió de «okupa» durante casi cuarenta años. La pérdida de su casa cambió su temperamento y se hizo comunista, y regó su sangre azteca de odio hacia España. Los Moctezuma Sheinbaum tienen carácter, y no digamos los Villa Pardo, de por sí encantadores, pero con un carácter bastante violento. Sus facciones son más aztecas que españolas, y algunos entrometidos han decidido que Sheinbaum, en lugar de azteca, es un apellido judío, pero el profesor de la Universidad de Acapulco-Sur, el catedrático Rodríguez Guttenberg, asegura lo contrario. Y expone una prueba que no deja lugar a la duda. A Moctezuma le entusiasmaban las salchichas de Frankfurt.

No obstante es gafe. Muy gafe.

El buque-escuela de la marina mejicana es un soberbio bergantín, el Cuauhtémoc, botado en 1992. No tiene casi un siglo de vida como el Juan Sebastián de Elcano, el «Elcano», orgullo de los españoles, el embajador navegante. Cuauhtémoc fue el último emperador de los aztecas y, partir de ahí, gracias a Hernán Cortés, un intruso español que dominó Méjico con fuerzas muy menguadas, los aztecas dejaron de sacrificar niños para devorarlos posteriormente. Cortés reunió a todas las etnias víctimas de los aztecas, y los Sheinbaum redujeron bastante el nivel de sus costumbres. En lugar de niños se comían a las mujeres, dando ejemplo de un desarrollo humanista de extraordinario valor.

Lo malo es que Cuauhtémoc no era marino ni conocía la mar. Y un buque-escuela debe ser bautizado con el nombre de un navegante glorioso. Así, hace casi un siglo, fue entregado a la mar el «Juan Sebastián de Elcano», siendo Rey de España otro Rey marino, Don Alfonso XIII. La mar respeta a sus grandes conquistadores, y después de una azarosa vida, de superar temporales, de vencer a la naturaleza, el «Elcano» está más joven que en sus primeros años. Pero si en lugar de «Juan Sebastián de Elcano» hubiera sido bautizado como «Horacio Díaz», ejemplar guarda de la serranía de Gredos, muy probablemente habría tenido algún accidente de gravedad.

Como amante del mar, me ha causado un profundo dolor el incomprensible accidente del Cuauhtémoc en Nueva York. Por mucho que veo las imágenes de la tragedia no puedo creerme semejante chapuza. O es culpable el práctico, o la culpa se la lleva el comandante del barco. Esa empopada hacia los hierros y cemento del puente y la desarboladura y caída de mástiles y marineros o guardamarinas, pasará a la historia de las peores navegaciones con matrícula de honor.

Y accede con todos los deshonores en el ámbito de los gafes la presidente comunista descendiente de Moctezuma, Sheinbaum, que terminará acusándonos a los españoles de sabotaje.

Y no, sucede que la azteca de pura sangre es gafe. Gafe, supergafe, sotanilla y manzanoide simultáneamente.

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