El agobio de una desaparición
Nadie quiere hacerse cargo de su desaparición. Su móvil «está apagado o fuera de cobertura», lo que amplía mi preocupación, porque su móvil siempre estaba abierto y a disposición de centenares de empresarios españoles que no daban un paso sin contar con ella y sus hábiles artimañas
Ha desaparecido una mujer a la que estimo y admiro en demasía. He llegado hasta el extremo de llamar en tres ocasiones al ministro del Interior, pero siempre está reunido y no se puede poner. En su casa ignoran su paradero y responden malhumorados cuando se pregunta por ella. La Guardia Civil y la Policía Nacional reconocen su desconcierto. Tampoco saben nada en Marina D'Or Ciudad de Vacaciones, ni en «Air Europa» ni en ningún establecimiento dedicado al crowdfunding. En la Universidad Complutense, de la que es catedrática, ni puñetera idea. Y estoy desolado.
Nadie quiere hacerse cargo de su desaparición. Su móvil «está apagado o fuera de cobertura», lo que amplía mi preocupación, porque su móvil siempre estaba abierto y a disposición de centenares de empresarios españoles que no daban un paso sin contar con ella y sus hábiles artimañas.
No aparece en las cabeceras de las manifestaciones reivindicativas, cuando su presencia dotaba a la pancarta la luz de su mirada, sus gestos y sus mensajes pegadizos. Bolaños me ha dicho que deje de dar la lata. Y en el «África Center», que lleva meses sin hacer acto de presencia ni ocupar su modesto despacho. El enigma de su desaparición les vendría grande al mismísino Hércules Poirot y Sherlock Holmes. Mi amigo Eduardo Escalada, gran espía, me ha negado su participación en el caso con una frase chocante: «Estará descansando».
Y España se ha acostumbrado a vivir sin ella. Desgraciado país desagradecido. He conseguido contactar con los tres alumnos de su cátedra, y me han correspondido en la preocupación. «Nos ha dejado tirados y sin aviso previo. ¿Qué haremos ahora?». Su tío, acusado y condenado por explotar a trece mujeres sin darlas de alta y con menos papeles que el ex ministro Bermejo, me ha soltado una barbaridad: «No entiendo de desapariciones, lo mío son las putas». Y la ministra portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, me ha tranquilizado un poco: «Compañero, está a buen recaudo, y aparecerá en el momento que creamos oportuno». Por fin, una respuesta que abre las esperanzas.
Se dice que el juez Peinado la ha tomado con ella, y ha procedido a imputarla de tres o cuatro delitos. En la Judicatura se estima que si es culpable de uno sólo de ellos, el más perjudicado puede ser su marido, que está pasando una temporada de vacaciones en Paiporta, donde ha adquirido un chalé, modestísimo, pero chalé al fin y al cabo. En Santo Domingo no se tienen noticias de ellas, y en Marruecos, tampoco. Pero Pilar Alegría ha asegurado que está bien, bien guardada, bien tratada e inmejorablemente protegida. No obstante, y con todo el respeto que siento por la ministra portavoz, hasta que no la vea no me quedo tranquilo.
No entiendo de qué se le acusa. Querer apasionadamente a su marido no es delito. Conseguir que una empresa de aviación comercial reciba 500 millones de euros, no puede considerarse delito en un país que vive del turismo. Ganar una cátedra en la Complutense con tres alumnos, no lo consigue cualquiera. Usar de su privilegiada posición para ganarse unas perrillas es tan humano como previsible.
Pero está desaparecida. Y mi agobio aumenta y crece. La necesitamos.