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20 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Cómo Greenpeace se cargó el medioambiente

La razón por la que traigo aquí la tragedia Chernobyl es porque, desde que se produjo el 26 de abril de 1986, la izquierda mundial se ha dedicado a apoyar las campañas de desprestigio de la energía nuclear. Su incompetencia al gestionarla ha llevado a sus compañeros de ruta a ser activistas contra la energía más limpia

Actualizada 04:09

Recuerdo cómo la primera vez que fui enviado a Inglaterra en el verano de 1978 vi una gran proliferación de unas pegatinas amarillas, redondas, en las que había un sol rojo sonriendo con el lema Nuclear power? No thanks. Me hicieron gracia y recuerdo haberme traído alguna de vuelta antes de que empezara a proliferar en España la versión traducida de las mismas.
La izquierda respaldada desde Moscú siempre hizo campañas contra lo nuclear en Occidente porque sabían que nuestra tecnología era muy superior a la que se empleaba en las centrales nucleares de la órbita soviética. La única ventaja que tenían el Imperio Soviético y sus colonias era que si en Occidente había algún incidente menor, como ocurrió un par de veces en Estados Unidos, la movilización era espectacular y hasta Jane Fonda hacía películas denunciando la energía nuclear. Pero cuando esos incidentes, un poco mayores, sucedían en la Unión Soviética, no se movía una mosca. Tan es así que, cuando finalmente el apocalipsis acaeció en Chernobyl, se guardó un silencio sepulcral hasta que la radiactividad fue detectada en Suecia. Lo que sucedió en la central nuclear de ese nombre ha quedado perfectamente reflejado en una serie televisiva de igual denominación, emitida por HBO y basada en el libro Chernóbil. Crónica del futuro, de la premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexievich. Los panegiristas de la Rusia Imperial, de la Rusia soviética y la de Rusia putinista –y de la del Diablo si llegara– como Juan Manuel de Prada niegan valor al minucioso testimonio del pueblo ucraniano recogido por Alexievich. Pero la razón por la que traigo aquí esa tragedia es porque desde que se produjo el 26 de abril de 1986, la izquierda mundial se ha dedicado a apoyar las campañas de desprestigio de la energía nuclear. Su incompetencia al gestionarla ha llevado a sus compañeros de ruta, como Greenpeace, a ser activistas contra la energía más limpia y a impedir su proliferación en la mayor parte de Occidente. España es un perfecto ejemplo. Ya antes de Chernobyl la ETA plantó cara al progreso que podía representar la energía nuclear al asesinar al ingeniero de la Central Nuclear de Lemóniz, José María Ryan, el 6 de febrero de 1981. Como todos los que se beneficiaban del apoyo soviético, estaban en contra del desarrollo que traería la energía nuclear.
A estas alturas del partido resulta que los que creen a pies juntillas la teoría sobre el cambio climático provocado por la acción del hombre –entre los que no me cuento porque tampoco creo que la acción del ser humano jugase un papel relevante en las anteriores glaciaciones– llevan décadas defendiendo las energías fósiles frente a las nucleares. Y ahora resulta que esas energías fósiles son las que están afectando al carbono al que nadie cree que la energía nuclear perjudique de ninguna manera. Así que la propia Comisión Europea defiende ahora la energía nuclear como una energía «verde». Y la mayoría de Occidente lleva medio siglo desperdiciando esta fuente de energía limpia. Desde luego no Francia, más lista que ninguna de sus vecinos. Pero sí la Alemania de Merkel, que cuando vio cómo un maremoto en el pacífico se llevó por delante la central nuclear de Fukushima –evidentemente mal ubicada por error humano– decidió cerrar todas las nucleares germanas no fuera a producirse otro maremoto en el Wannsee berlinés.
Si la izquierda ecologista que empezó a liderar Greenpeace en la década de 1970 no hubiera vertido tantas infamias sobre la energía nuclear, hoy no estaríamos necesitados de desdecirnos de tantas mentiras. Pero el Gobierno de Sánchez, impasible el ademán, sigue férreamente abrazado a ellas. Que Santa Lucía les preserve la vista. 
Y la luz, por los cielos. Un 40 por ciento más cara que en la Francia «nuclear».
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