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26 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Feijóo, ¿un PP anaranjado?

La entronización de Sevilla deja ver que probablemente se centrará en parchear la economía y no se atreverá a desmontar el imperio ideológico de la izquierda

Actualizada 10:33

Lo que marca la diferencia en política son los votos, ganar elecciones. Como salmodiaba el taimado e inteligente Andreotti, «el poder desgasta… a quien no lo tiene». Sin triunfos electorales, al final te quedas en un peso muerto, o en un futurible que puede ser o no ser, o en un pájaro cantor que revolotea y da atinadas voces de alerta, pero que al final no cuenta en lo decisivo: mandar. Por eso el PP da un paso adelante al cambiar a Casado por Feijóo, el único político en ejercicio al frente de una región o un país de la UE con cuatro mayorías absolutas consecutivas en su palmarés (aunque, sin restarle mérito, también es verdad que las mantuvo con un entorno mediático del que no disfrutará en la durísima liga nacional, pues en Galicia contaba con una televisión y una radio autonómicas de gran audiencia remando a su favor y con una prensa regional totalmente sumisa, al ser rehén de las subvenciones de la Xunta para pervivir).
Relegar a Feijóo al banquillo y salir a competir con briosos chavalillos sin experiencia, como Casado y Egea, era como poner a Isco teniendo a Benzema. Se ha notado en estas dos últimas semanas. Es como si de repente hubiese llegado un adulto, pues en la alborotada política española sobra adanismo, con mucho apparátchik de maneras tardoadolescentes y exiguo trabajo a sus espaldas. El PP tiene ahora más posibilidades de echar a Sánchez, lo cual es la prioridad absoluta, pues si continúa otra legislatura peligran nuestro bolsillo, la limpieza de las instituciones e incluso algunas de nuestras libertades.
El principal aval político del nuevo jefe del PP es su seriedad en la gestión y su conocimiento profundo de la maquinaria de la administración (empezó su carrera como un licenciado en Derecho que ganó una alta oposición en la Xunta, donde fue descubierto por Romay Beccaría, su padrino político). Es un administrador fiable, eso que los ingleses llaman en la jerga de Westminster «un par de manos seguras», como demostró en el Insalud, en Correos y en la propia Xunta. Pero no cabe esperar que invente la pólvora. En Galicia se dedicó a mantener y desarrollar con buen orden lo que ya había armado Fraga, pero no trajo ideas nuevas notables. A cambio, es responsable, serio y se esfuerza por estar en el detalle de las cosas. Sabe de lo que habla. Feijóo es ante todo un administrador, un político poco intelectual. Cuenta con las ventajas de que peina ya 60 años, lo que aporta templanza, y de que ha permanecido trece años en el poder, por lo que sabe cómo funciona y lo que hay que hacer en el frente mediático para mantenerlo.
Feijóo es el primer líder del PP fruto de la meritocracia, del ascensor social que tan bien funcionó en España durante el segundo tramo del franquismo y el arranque de la democracia. Se trata, y vuelvo a los ingleses, de lo que allí llamarían «un tory de cuello azul», un dirigente de un partido de derechas que salió de una villa minúscula y sabe lo que es tener a su padre en el paro. Nadie le ha regalado nada. Tampoco se le ha subido el pavo con los cargos (era normal verlo a su aire por La Coruña, paseando solo sin escolta alguna). Probablemente alberga en su interior un gran tímido que ha sabido sobreponerse a ese hándicap –como Isabel Díaz Ayuso, que también lo era– y a veces gasta un sentido del humor particular. Lo del tópico del gallego en su caso se cumple: es cauto, desconfiado y suavemente irónico.
Ideológicamente resulta evanescente. Las cosas no están claras del todo (o quizá él prefiere que no lo estén para ampliar el arco de votantes). Se trata de un centrista que pescará votos en el flanco derecho del PSOE, que se zampará entero lo que un día fue Ciudadanos y que perderá algunas papeletas en el lado diestro del PP. No cabe dudar sin embargo de su lealtad a España. De hecho su cuádruple mandato operó como el parapeto que evitó la crecida del nacionalismo separatista en Galicia. Sin la barrera que supusieron sus mayorías absolutas, sin duda hoy se estaría incubando allí una infección similar a la que padecen Cataluña, País Vasco (y Baleares).
Y ahora pasemos de las musas al teatro. ¿Qué hará Feijóo con el PP? Pues a tenor de lo que se ha escuchado en sus discursos de la entronización en Sevilla, lo fiará casi todo a la gestión: «Sabemos gobernar», repetía. Y si es así se equivocará. Es cierto que España se halla en una situación de emergencia económica y todo indica que en cuanto Sánchez salga por la puerta se descubrirá que el país está semiquebrado. Evidentemente los primeros esfuerzos deberán dedicarse a evitar que la casa se desplome, a apuntalarla. Pero eso solo será un parche si no se acometen reformas profundas de todo orden.
España no sufre tan solo un problema económico. Se precisa una reforma integral de la vivienda. Hay grietas enormes, que afectan a la propia existencia de la nación y al tipo de sociedad que queremos. Si Feijóo, acorde a lo que se desprende de sus discursos de estos días, opta por el rajoyismo y se centra solo en tunear la economía, su propuesta estará coja. La unidad de España está muy seriamente amenazada. ¿Cómo se puede aspirar a gobernar el país sin tener ese problema como una prioridad y sin ofrecer una batería de medidas concretas para revertir la situación? La educación ha sido devaluada, arrumbando el esfuerzo en favor del adoctrinamiento «progresista». Los católicos, la fe mayoritaria en España, han sufrido el acoso gubernamental. Desde el poder se ha instigado una subcultura de la muerte aberrante, que llega al extremo de legislar para encarcelar al que quiera rezar en la calle frente a un centro abortista. Se impone una lectura única y obligatoria de la historia, como en una distopía de Orwell. El español está perseguido en las aulas de Cataluña y País Vasco, siendo la lengua más hablada en sus calles. Las leyes del 25 % de castellano se incumplen impunemente en los colegios catalanes sin que nadie arquee una ceja. La calidad de nuestra democracia ha empeorado con Sánchez, empezando por el desprecio a la transparencia y siguiendo por la intromisión del Ejecutivo en el poder judicial, o el burdo uso partidista del CIS y RTVE. ¿Qué plan tiene Feijóo ante todos estos asuntos cruciales? ¿Figuran en su agenda de prioridades?
Su llamada a la moderación y mantener algunos puentes entre adversarios parece sensata y necesaria, porque la vida pública está demasiado caldeada y sobran cancelaciones de ida y vuelta. Pero si se confunde moderación con inhibición, si no hay un cierto rearme ideológico, este nuevo PP podría quedarse en una especie de Ciudadanos con Feijóo al frente (incluso con un menor énfasis en la lucha contra el nacionalismo que el que mostraban los naranjas con Rivera). Muchos replicarán: bueno, para lo que usted pide ya está Vox. Sí y no. Un PP bajo en calorías ideológicas, puramente rajoyista, dejará huérfanos a quienes creen que es posible combinar la moderación y una alta capacidad de gestión con un alma política clara, que apoye las libertades, la defensa de la vida, la libertad, la unidad de la nación y el valor de la historia, cultura y lengua españolas. Para entendernos, lo que están haciendo, por ejemplo, Ayuso (y Miguel Ángel Rodríguez) dentro del PP.
Feijóo todavía está a tiempo de entender que gobernar España no es solo cuadrar una hoja de Excel, respetar la Constitución y hablar de forma pausada y razonable en la tele. En esta hora del país se necesita un reformista valiente, no basta un buen administrador. Eso sería conformarse con un empate a cero. El tiempo dirá qué vía elige finalmente.
(PD: desde un afecto personal de años y como cofrade de los que sufrimos con nuestro alicaído Dépor, me voy a permitir la petulancia de recomendarle que lea –o relea– un libro que en su día le hizo llegar un amigo común: Cómo ser conservador, del filósofo Roger Scruton. Y es que arreglar un poco la economía para quedarse con toda la losa «progresista» encima sería un viaje incompleto, pan para hoy y hambre para mañana).
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