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25 de abril de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La otra politización de la Universidad

No creo que el Rector deba ser elegido democráticamente por toda la comunidad universitaria. Sería preferible la propuesta, aceptada por él, de sus colegas. Y si hay que transigir con la elección, deberían votar sólo los profesores estables

Actualizada 01:32

La politización de la Universidad, su conversión en un lugar de agitación y reivindicación política, es uno de los peores males que puede padecer y que conduce a su degeneración y, en último término, a su extinción. En el homenaje que le tributó la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense en 1976, pronunció Claudio Sánchez-Albornoz estas palabras: «Vais a decir que soy un reaccionario, pero para mí la Universidad es sagrada. Gritad lo que queráis, alborotad, defended vuestros intereses, pero fuera de la Universidad; la Universidad es un templo». Y muchas veces profanado. Y en Mi testamento histórico político, insiste: «…si las Universidades dejan de ser lugares de estudio y meditación para mudarse, prostituyéndose, en ágoras de acción revolucionaria, como está sucediendo, no vacilo en profetizar la crisis total, irremediable, de la cultura occidental». Ningún universitario, profesor o alumno, debería nunca olvidar esto. Y cumplirlo. Vengo repitiendo estas citas desde hace años y nunca me parece suficiente.
Pero existe otra politización derivada de la entronización de los mecanismos democráticos en la vida universitaria. La Universidad no es una institución igualitaria ni, por lo tanto, democrática. Es un templo elevado al estudio y la meditación; en suma, a la jerarquía y la excelencia. Y ésta es, de suyo, cosa de pocos. Esta traslación a la Universidad de los procedimientos políticos democráticos constituye una politización acaso peor que la primera, pues conduce al partidismo, a las banderías y a la división entre amigos y enemigos. Y el universitario no ha de tener más enemigos que la pereza y la ignorancia. No creo que el Rector deba ser elegido democráticamente por toda la comunidad universitaria. Sería preferible la propuesta, aceptada por él, de sus colegas. Y si hay que transigir con la elección, deberían votar sólo los profesores estables. La existencia de candidaturas genera necesariamente intereses, pago de favores, castigo a los opositores y Rectorados partidistas y hemipléjicos. Luego, por supuesto, habrá cuestiones que podrán y deberán dirimirse democráticamente. Y algunas incluso ser decididas exclusivamente por los estudiantes o por el personal de administración y servicios. Es urgente distinguir entre lo que es democrático en la Universidad y lo que de ningún modo lo es.
El Rector no es un gestor ni alguien obligado a rendir beneficios económicos ni obtener altas posiciones en los arbitrarios medidores de calidad. No creo que sea rentable una cátedra de confucianismo o de arameo. ¿Hay, por ello, que expulsarlos de la Universidad? La Universidad no es una empresa; es un templo que debe ser sufragado y nunca profanado. Claro que tiene que haber buenos gestores y cuentas limpias, pero eso no significa que sea esa la misión del Rector ni de los profesores. El Rector dirige la vida académica y el modelo de Universidad por el que se ha optado. Todo lo no académico le es ajeno. Los profesores estudian, dan clase e investigan. Lo demás sobra. La politización de la Universidad conduce necesariamente a su burocratización. El profesor necesita disfrutar de los dos lemas de la Universidad de Humboldt, acaso la menos imperfecta que haya existido: soledad y libertad. Hay demasiado colectivismo y trabajo en equipo. Y algunos controles de calidad son más propios de las industrias alimentarias o automovilísticas que de la Universidad.
Por lo demás, los procedimientos democráticos no conducen por sí solos a la selección de los mejores. No es esa su principal ventaja. Pensemos, por ejemplo, en el Gobierno. Hubo tiempos en los que la supervivencia de la civilización se ponía en manos de la Universidad. Hoy no es fácil que la institución de la educación superior pueda salvarnos de la barbarie. Si existe vacuna contra ella, no se está administrando en dosis correctas. En gran medida, se han rebelado también las masas académicas, si bien no constituyen toda la Universidad sino sólo una parte, siempre excesiva y peligrosa, de ella. No hay que perder la esperanza, pues todavía queda algo de vida académica sana y excelente, pero está rodeada de enfermedad intelectual y moral (y mortal) que es urgente sanar.

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