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25 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

España soviética

Nos hemos acostumbrado a aplaudir la ruina que generan los mismos que, como remedio, proponen ahora racionamiento, granjas colectivas y multas

Actualizada 01:28

Yolanda Díaz se ha propuesto «topar» el precio de los alimentos, su segunda proeza tras la subida del SMI y un nuevo indicio de esa pulsión infantil que caracteriza a los comunistas: se creen que la vida se puede regular por decreto y que, si a ellos les gusta más el verano que el invierno, basta con legislar que sea verano todo el año.
Sorprende, por cierto, que no regulen la esperanza de vida, con lo bonito que sería para un señor de Alcorcón durar lo mismo que Isabel II y acabar de paso con los privilegios monárquicos.
Ésa es la versión benévola de una nueva yolandada, que sigue en un proceso de escucha, como si estuviera embarazada y esperando el parto electoral: ¿será coalición o plataforma? ¿Lo criará con Podemos o como madre soltera? ¿Lo enviará al orfanato si le sale mustio o abortará sin permiso paternal si le dicen que no se comerá una rosca en las urnas?
La otra versión es que no solo le mueve la ignorancia, perfumada y bien peinada, pero ignorancia. También hay algo de perversión ideológica, de delirio colectivista, de intervencionismo orwelliano: nada más tentador para un comunista que hacerle ver al pueblo que su pan depende de él y que el racionamiento es un acto de generosidad del partido y no una consecuencia de su fracaso.
Nicolás Maduro subió el SMI venezolano un 1.700 por ciento el pasado mes de marzo y, once años antes, su padrino y Gran Timonel de Podemos, Hugo Chávez, impulsó una ley para fijar los precios máximos de los productos y alimentos esenciales.
El resultado de ambas decisiones, que tanto gustan ahora al Gobierno indigente que padece España, es conocido por todos: hambre, paro y miseria, completados por la represión liberticida que caracteriza a todos los regímenes socialistas. Porque puedes regularlo todo, menos lo único importante: no hay decreto capaz de obligar a nadie a crear un empleo, sembrar patatas, abrir un comercio o pescar un rodaballo si las cuentas no le salen.
Aquí no hemos llegado aún a eso del todo, pero estamos en camino: todos son ya planes quinquenales, granjas colectivas, koljoses, colas del hambre, cartillas de racionamiento voluntarias o impuestas y una variada colección de pagas, subsidios y ayudas para malvivir a cambio de entregar tu alma al Gobierno e hipotecar el futuro de tus hijos y de tus nietos.
La brutal subida de los tipos de interés, aplaudida por esas dos calamidades llamadas Lagarde y Von der Leyen que van de liberales y son el cénit del socialismo caviar con exceso de laca, es la última consecuencia de esa deriva kamikaze de Europa que en España se completa con otra ideológica de aromas neosoviéticos.
Primero regaron todo de un dinero artificial, tan falso como el del Monopoly, para que el Sánchez de cada país herido simulara su fracaso y pudiera retrasar las reformas adultas, y cuando esa política encalló en los acantilados de la realidad y provocó una inflación desmedida pero ajena al exceso de consumo propio de una economía sana, han optado por frenar su propio derroche haciéndoselo pagar al ciudadano inocente.
Que va a costear la inflación, el despilfarro, el coste de la crisis y los impuestos que comporta sin recibir a cambio nada: cuatro sablazos por el mismo producto, la nada, para quien todo este tiempo se ha dedicado a trabajar y a apoquinar mientras tantos se limitaban a poner el cazo.
Ahora Yolanda quiere topar, un verbo que significa chocar y no limitar, el precio del pan mientras su Gobierno no pone límites a la recaudación fiscal, y algunos le ríen la gracia y se emociona con el pedazo de corazón que tiene la dama, casi tan grande como el de Sánchez.
Y en el viaje a la ruina nos hemos acostumbrado a la peor de las miserias: darle las gracias a quien te daña, a ti y a tus herederos, sin preguntarnos cuándo demonios nos metieron en esa celda ideológica que además nos cobra, a precio del oro, el carcelero.
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