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29 de abril de 2024

El astrolabioBieito Rubido

Autocrítica para el fin de semana

Me gusta pegarme a san Agustín, porque disfruto de los sabios que concluyen que ni la ingenuidad ni la prepotencia nos hacen mejores

Actualizada 01:30

Aunque la garra del tiempo va dejando una huella más profunda en el cansancio vespertino, mientras leo o escribo procuro que mi mirada siga siendo activada por la curiosidad, la misma que hace que casi nada me resulte ajeno. Me gusta pegarme a san Agustín, porque disfruto de los sabios que concluyen que ni la ingenuidad ni la prepotencia nos hacen mejores; los mismos que saben que la envidia habita igualmente en los palacios que en las chozas de los marginales. He decidido, por tanto, comprender más que condenar. Sin embargo, los tiempos que vivimos no son aptos para los tibios, son tiempos para determinados y, sobre todo, para quienes no permiten que se imponga el paradigma del otro, cuando el otro está en las antípodas del entendimiento y la tolerancia. Ni siquiera esperan de ti una visión indulgente de sus ideas. Las quieren imponer y ya está. Seguro que el presente de intolerancia pasará, como han pasado tantas y tantas épocas. El mundo, la vida, tampoco comenzó con nosotros. Nos iremos y «se quedarán los pájaros cantando». Guardo la esperanza, sin embargo, de que los remolinos de tiempo que nos traerán el porvenir vuelvan a dulcificar las palabras entre los oponentes políticos; que el mundo sea un poco más justo, un poco más libre y que veranos como los que yo viví puedan disfrutarlos mis descendientes y que el crepúsculo me cace optimista, habiendo comprendido que es mejor el discernimiento del otro que la reprobación y el reproche. Ya solo quiero entender… y que me entiendan. Tiempos tristes donde la otredad se desprecia. Estos instantes que nosotros llamamos vida se han vuelto amargos y crueles: nos insultamos en las redes sociales, mantenemos en pie los prejuicios, el sectarismo campa a sus anchas, las miradas son torvas, la alegría no se comparte. Me gustaría comprender al otro y que él hiciese el mismo esfuerzo; pero me temo que lo malo de la autocrítica es que los demás dicen creer en ella pero no la practican.
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