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17 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

El sexo y el DNI

Lo del nombre propio, gracias a este proceso de demolición de nuestra sociedad, ya es bastante fácil y yo puedo ir al registro y decir que soy Ramona, la mujer barbuda que tanto éxito tenía en los circos

Actualizada 01:30

Es verdaderamente increíble el asalto que se está perpetrando desde el Gobierno a los elementos más básicos con los que se constituye una sociedad. Se trata de perder todas las señas de identidad y orientación, salvo las de la cuenta corriente en la que te cobran los impuestos. Impuestos que se emplean en destruir los rasgos más básicos de la sociedad en la que nacimos, crecimos y vivimos. Un entorno que a lo largo del último medio siglo había conseguido un progreso económico y unas libertades notables, bases imprescindibles para conseguir un bienestar amplio entre la ciudadanía.
Ahora vemos cómo se van demoliendo los pilares de esa sociedad y una de las cargas de profundidad que más van a contribuir a esa destrucción es la llamada «ley trans». Es en verdad una ley para que nada sea definible. Ya ni algo tan básico como qué es una mujer y qué es un hombre. Una de las últimas enmiendas presentadas al proyecto de ley propone permitir a los que así lo quieran no ser definidos en el DNI como hombre o mujer. Y no contentos con eso, podría aparecer en ese mismo documento la definición sexual que el titular de éste desee. Y yo me pregunto: si tengo por razones laborales que atender a alguien detrás de una ventanilla, por ejemplo, si soy un empleado de banca, y requiero su DNI ¿por qué me tengo que enterar yo de cuáles son los gustos sexuales de esa persona? ¿Por qué es legítimo que lo exhiba en un DNI? Y si algún día, en un rasgo de locura, esa persona decidiera cambiar de orientación sexual ¿vuelve a cambiar de DNI? Esto del sexo en el DNI va a ser como el domicilio: cambia cada cierto tiempo. Porque hasta ahora, lo único que podía cambiar en el documento era eso. Ni tu nombre, ni tu nacionalidad, ni tu sexo, ni tu fecha de nacimiento, ni el lugar de nacimiento, ni el nombre de los padres. Lo del nombre propio, gracias a este proceso de demolición de nuestra sociedad, ya es bastante fácil y yo puedo ir al registro y decir que soy Ramona, la mujer barbuda que tanto éxito tenía en los circos.
Y bien visto voy a exigir que se pueda cambiar también la fecha de nacimiento. ¿Por qué no tengo yo derecho a decir que tengo diez años menos de los que tengo? Cuando nos hablan de los muchos transexuales que hay en España, yo no tengo ni idea de cuántos pueden ser. De lo que sí estoy seguro es de que hay muchísimas más personas que desearían quitarse tres o cinco años en el DNI que las que desean cambiar de sexo. ¿Y a usted qué más le da, ministra? ¿Se da cuenta de a cuántos españoles podría hacer felices? ¿Cuántos votos potenciales tiene ahí? Y es una medida casi sin costes. Mi propia petición a este respecto sería modesta. Yo me conformaría con variar mi fecha de nacimiento en un día. Me da igual si es uno más o uno menos. Porque yo nací en la cifra del diablo: el 6-6-66. Que no hay derecho a que mi madre me hiciera esto. Todavía tengo el trauma infantil de cuando en mi colegio en Inglaterra emitieron un domingo la película The Omen, «La Profecía» en la que el niño protagonista nacía esa misma fecha que yo y era el hijo del diablo. Y durante días, mis compañeros de internado venían a mi cama a escarbarme en el pelo y ver si tenía grabado en el cogote el 6-6-66 como el protagonista de la película. Así que espero que Irene Montero apoye mi derecho a no ser identificado con el día del diablo y me ayude a superar mi trauma infantil.
En fin, no ocultaré que a mí ya me han cambiado una vez los datos de mi DNI para introducir una falsedad: mi lugar de nacimiento. En mi primer DNI que me emitieron en 1978 decía que yo había nacido en Santander, provincia de Santander. En alguna de las renovaciones la redacción pasó a ser «Lugar de nacimiento Santander Cantabria». Y obviamente eso no puede ser verdad porque no se puede haber nacido en un lugar que no existía. Pero es evidente que algunos sobrevaloramos mucho la Verdad.
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