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25 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Sánchez, en defensa del golpe de Estado

Ya está bien de hablar del advenimiento de la II República Española como si hubiera sido la labor de los ángeles celestiales enviados por el Altísimo para salvarnos a todos. No. Eso es mentira

Actualizada 01:30

Anticipo que voy a ser muy políticamente incorrecto. Pero ya no puedo más de esta gran mentira en la que estamos imbuidos y de consentir que Pedro Sánchez y sus adláteres se estén llevando por delante nuestra democracia. Quizá tengamos la culpa por no haber reclamado la verdad desde hace casi medio siglo.
Pedro Sánchez ha tenido este lunes los bemoles de decir que pasará a la historia por exhumar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos. Ahora resulta que profanar tumbas es una causa para pasar a la historia. Hasta ahora era un motivo para ir a la cárcel, pero como todo en nuestra sociedad contemporánea, depende de quien lo haga. A algunos se les premia por lo mismo por lo que a otros se les castiga.
Lo ha dicho durante un homenaje a Almudena Grandes en el Ateneo de Madrid. Es impresionante la cantidad de homenajes a Almudena Grandes desde que falleció. Desde el que aquí menciono hasta el cambio de nombre de la estación de tren de Atocha, pasando por el diario El Mundo que el domingo reprodujo un artículo suyo de hace más de tres décadas. Debe de ser que hogaño no ocurre nada que amerite comentario.
La frase de Sánchez en el Ateneo tiene bemoles. Transcribo la cita: «Lo que me motivó a tomar esa decisión [la de exhumar a Franco] no fue tanto eso, [pasar a la historia] que también. No fue, por supuesto, la deuda pendiente que tenemos con los familiares que aún buscan los restos de sus seres queridos. Sino también reivindicar un pasado luminoso que quedó oscurecido, ensombrecido, del republicanismo que fue segado por el golpe de Estado y por la dictadura franquista». Hasta ahí podíamos llegar.
Una república que acabó en una horrible guerra civil no puede tener un pasado luminoso. Nadie va a la guerra por aburrimiento o porque no tenga nada mejor que hacer. Uno generalmente se subleva cuando ve que están muriendo los suyos, cuando te están saqueando, cuando ves que tus rivales dan golpes y no respetan los resultados electorales. Y todo eso ocurrió y mucho más en esa «luminosa» república.
Y si quieren hablar del «golpe de Estado de 18 de julio de 1936», hablemos primero del golpe de Estado del 14 de abril de 1931. Ya está bien de hablar del advenimiento de la II República Española como si hubiera sido la labor de los ángeles celestiales enviados por el Altísimo para salvarnos a todos. No. Eso es mentira.
Por más que la corrección política cuasi dictatorial que vivimos nos impida decirlo, el 14 de abril de 1931 vivimos un golpe de Estado de libro. El 12 de abril se celebraron unas elecciones municipales que nada tenían que ver con el modelo de Estado. Y se empleó esas elecciones para proclamar la república. No obstante, en esos comicios ganaron claramente los candidatos monárquicos a los candidatos declaradamente republicanos. Pero entonces se violó doblemente los principios democráticos diciendo que los votos urbanos eran de mayor valor que los rurales y como en las ciudades se impusieron los candidatos partidarios de la República, se les declaró ganadores del supuesto plebiscito a ellos, aún con menos votos de los de su alternativa.
Y con todos estos elementos, el 14 de abril mi tío Miguel Maura Gamazo tomó la Dirección General de Seguridad, hoy sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid, abriéndose paso a la voz de «¡Dejen paso al Gobierno de la República!» que no existía y del que él mismo anunciaba su constitución. No existe un ejemplo más de libro de lo que es dar un golpe de Estado y Sánchez lo reivindica sin pudor. Porque Sánchez es un golpista como apuntan sus actuaciones políticas a diario y porque, como siempre, cuando la izquierda viola la ley hay que aplaudirles y jalearles más de lo que ya se exaltan ellos mismos. Pero cuando alguien lo hace en el otro lado del espectro político te caen las de Caín. Y no defenderé yo que nadie viole la ley.
Yo sólo pido que todos seamos iguales ante esa ley y que se nos juzgue con criterios iguales o, cuando menos, parejos.
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