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01 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

El «filoetarra» es Sánchez

Tenemos un presidente batasuno que expulsa a diputados constitucionalistas y homenajea al jefe de la banda, Arnaldo Otegi

Actualizada 01:30

Nadie se ha escandalizado por ver a un vicepresidente del Congreso socialista mandar callar a una diputada de Vox, Patricia Cuesta, por llamar «filoetarras» a los «filoetarras», en perfecta descripción de lo que es Bildu, una Batasuna sin capucha.
Huelga perder mucho tiempo en argumentar la cercanía de ese partido a ETA: su máximo dirigente es Arnaldo Otegi, condenado varias veces por delitos terroristas, exaltador de terroristas y encargado, en estos momentos, de sacarles de la cárcel gracias al impuesto revolucionario que le pide a Sánchez. Y Sánchez le paga.
Que Bildu es filoetarra es bastante menos discutible que la acusación habitual a Vox de ser un partido «fascista», pronunciada en sede parlamentaria por los mismos que consideran «anticonstitucional» pedir democráticamente la desaparición de las autonomías pero, con esa hipocresía engolada que les caracteriza, derogan hasta el delito de sedición para que los golpes de Estado separatistas quepan en la Carta Magna.
La cuestión no es, pues, si Bildu siente orgullo por el pasado de ETA, aunque alguno de sus miembros no proceda de Batasuna y, con la boquita pequeña, alguno más diga que siente el «dolor causado», como si pegarle un tiro en la nuca a un político, ametrallar a un periodista o ponerle un coche bomba a un guardia civil fueran un fenómeno meteorológico.
Los que ni siquiera habían nacido con Franco tienen que demostrar que no son franquistas cada cinco minutos, pero a los que eran etarras les sobra con decir, entre risas y homenajes a sus colegas, que algo de daño hicieron, aunque no mucho mayor del que padecieron.
El problema no es, pues, que los filoetarras de toda la vida sigan siendo todavía filoetarras, sino que también lo sea Pedro Sánchez, que lo es: comprendo que al leer esta definición la Brunete que rodea a Pedro el Histórico monte en cólera y añore no tener en los medios, aún, la misma capacidad silenciadora que en el Congreso.
Pero es lo que hay, y podemos glosar un listado inmenso de pruebas que lo atestiguan. Sánchez ha negociado, aceptado y recompensado el respaldo de Bildu a sus investiduras, por acción u omisión, y a sus Presupuestos: una cosa es aceptar que participen en la democracia, si es que hay que aceptarlo, y otra aliarse con esa chusma.
Sánchez ha dado el pésame a Bildu, en el Senado, por el suicidio de un etarra, diciendo compungido que lamentaba «profundamente» su muerte, algo que sin ir muy lejos no hizo, hace apenas un mes, con la niña asesinada por su madre en Gijón.
Sánchez ha aceptado impulsar la Ley de Memoria Democrática con Bildu, para que el terrorismo y la respuesta del Estado se equiparen y desaparezca la frontera moral entre víctimas, verdugos y entre defensores de las primeras y cómplices de los segundos.
Sánchez, con una cacicada indigna nacida de la misma sentina predemocrática que le llevó a indultar a golpistas y ahora a asaltar el Tribunal Constitucional, ha trasladado a decenas de terroristas a cárceles vascas, en contra del criterio de sus prisiones de origen, para que allí les concedan la libertad física y la impunidad política.
Y Sánchez, por último, le ha dado a Batasuna el peor de los regalos, a costa de la memoria, la sangre, el martirio y el dolor de quienes, mientras él ya tenía una edad y se dedicaba a buscar enchufe en el PSOE, ellos sufrían: permitirles escribir el relato del horror, reescribir la historia, diluir la frontera entre los buenos y los malos, legitimar sus medios y sus fines y conseguir que hoy, en el País Vasco, los nietos de los asesinos estén orgullosos de sus abuelos, en lugar de avergonzados, y quién sabe si dispuestos a emularles algún día cuando la barra libre sanchista al separatismo se acabe.
Bildu y Otegi son filoetarras, claro. Pero la gran novedad es que Sánchez también.
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