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28 de abril de 2024

Oscura claridadClara Zamora Meca

'As Bestas' (basado en hechos reales)

Ella, disfrazada ya de primera dama, se paseó por todas las universidades, demostrando que era la perfecta trolera que su marido merecía

Actualizada 01:30

Irene era una niña activa, alegre, con una elevada autoestima, arraigada en un precoz y desconcertante deseo de venganza. De noche, cerraba los ojos prometiéndose a sí misma que haría del hombre un ser despreciable, y que pasaría a la historia por haber conseguido invertir los poderes sexuales. Sus ambiciones crecían al mismo tiempo que sus curvas. Comenzó a ser popular entre su círculo de amigos, tenía capacidad de liderazgo. Lo comprobó también en su trabajo. Detrás de una caja registradora, si decía que un producto de limpieza era eficaz, se agotaba al momento.
Conoció en un bar de madrugada a un chico encorvado, de larga y pegajosa melena, y se enamoró perdidamente. Él quedó fascinado por su manera de exponer sus ideas, siempre con el dedo levantado y las venas a punto de explotar; le excitaban sobremanera la incongruencia de sus análisis, tan afines a los suyos. El seductor dejó al ligue que tenía entonces, tras quemarle en un microondas todos los archivos que podían implicarles. Prometió amor eterno a la princesa invertida. «Yo haré de ti una gran señora. Te llenaré de hijos y vivirás como una reina. A cambio, solo tienes que hacer todo lo que te diga». El cerebro de Irene se humedeció de forma irreversible.
Coincidieron en tiempo y forma con otro individuo de similares valores blandengues. Un maniquí de centro comercial, con un ansia de poder indescriptible y peligroso, dispuesto a demostrar que todo él era una creación superior. Tenía adiestrada a su mujer para que soltara vocablos, aunque no significaran nada, «lo importante es decirlo con seguridad y rapidez sorprendentes, rubita mía, mírame a mí». Ella, disfrazada ya de primera dama, se paseó por todas las universidades, demostrando que era la perfecta trolera que su marido merecía. Dos parejas de enamorados que compartían una vida humillante de charlatanería y de engaño.
Llegó el año 2023. La sombra de una tercera guerra mundial se asomaba con una insólita parsimonia. Los desastres naturales seguían asolando el planeta, ensañándose con los más desprotegidos y desafortunados. El poderoso árbol de la ciencia del bien y el mal se tambaleaba de nuevo. La prosperidad y la fortuna no cambiaban de bando. Todo aquello importaba poco a los gobernantes de lo pequeño. Irene seguía con sus obsesiones infantiles, persistiendo por conseguir que las mujeres dejaran de tener el período, que los hombres sufrieran dolores menstruales, que el sexo fuera siempre yermo, que nacieran solo niñas, con ganas de gritar y de emborracharse para disfrutar entre ellas: un auténtico paraíso.
En el salón de su casa, lucen dos tarros de porcelana del siglo XVIII, con las inscripciones de las drogas en latín. Un par de enormes frascos de vidrio con una serpiente y un feto conservados en alcohol adornan su alacena. Delante de una estatuilla de San Nicolás, arde una calavera. Un retrato de proporciones inmensas preside todo lo demás: la Madonna della Buona Morte. La iconografía respeta la original, pero la cara es la de aquel joven de pelo largo que la conquistó.
Cada vez que una menor de edad aborta en este país, ella le enciende una vela negra; cada vez que un violador sale de la cárcel, enciende una roja; cada vez que una mujer llega sola y borracha a su casa, sin sujetador ni dignidad, hace una muesca en este altar. En sus ratos libres, se pinta afanosamente los labios con carmín, preguntándose si ya es la hora de que le lleven a su cuarto la botella de champán. Ella es la salvadora, y no cesará hasta demostrarlo.
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