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19 de abril de 2024

Oscura claridadClara Zamora Meca

Con olor a pólvora

Un aula debe tener una jerarquía. En la universidad pública española, actualmente, está invertida; con lo que es insoportable subirse a un estrado

Actualizada 01:30

Hoy voy a tratar un tema que conozco bien, pues le he dedicado muchos años de estudio y reflexión: el arte contemporáneo. El fenómeno transgresor que lo define sigue sin terminar de comprenderse por la mayoría, tal como demuestran los tiritos que «regalo» a continuación. El cambio de la belleza por la libertad fue un proceso lento, que tuvo lugar a caballo entre los siglos XIX y XX. Esta transformación, como todas las cuestiones artísticas, no se comprende sin el contexto social, tecnológico, político y económico del momento. El arte cambió de función, de sentido y de objetivos. Todo lo que ha sucedido después es mera imitación, ejecutada y dirigida para el consumo anónimo: el mercado.
Valorar a los artistas de nuestra misma época es una labor complicadísima, infinitamente más confusa que la relativa al arte del pasado, que ya pasó la criba del tiempo, el más crudo censor. En este sentido, es una gratísima noticia el cambio en la dirección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Todos los asuntos turbios que están saliendo sobre la figura y labor del todavía director no hacen sino avalar la tesis que sobre él expuse en un artículo que publiqué el verano del 19, titulado Intrigas del Reina Sofía. Algunos –incluso amigos– tildaron ese texto de pataleta; ahora, queridos, el tiempo me ha dado la razón. Este oscuro pequeño ser, por fin, va a desaparecer de su cueva. La diosa Libertad que él adoraba no era la auténtica.
Siguiendo con el tono de este artículo, que es cualquier cosa menos amable, lamentaré públicamente mi último paseo para ver exposiciones de «arte contemporáneo». En el mundo de los ciegos, el tuerto es el rey. El CICUS es una institución pública vinculada a la Universidad de Sevilla, cuyo objetivo es «el desarrollo de una formación estética consistente y variada». ¡Agárrense los machos si lo que ofrece esta burda institución es lo que tiene que nutrir a las próximas generaciones! Todo lo que se expone bajo estas siglas es anacrónico (ya se hizo, como mínimo, hace medio siglo, con lo que nada de novedoso), carece de la más elemental calidad artística y está presidido por el mal gusto, de basto fondo y cero criterios.
Avanzando en la lógica de este vertedero artístico, tiraré un poquito más alto: ¿para qué sirve la carrera –o grado– de Historia del Arte? He impartido clases de esta disciplina en tres universidades distintas. Cuando veía el aforo, pensaba: «Pobrecitos, ¿qué hacen aquí? ¿vienen a divertirse o qué? No saben que lo que les espera es muy crudo: el paro». Estudié la carrera de Geografía e Historia, en paralelo a la de Periodismo, por una acertada imposición paterna. En los dos últimos años (de los cinco en que estaba estructurada) llegaba el premio de la especialización, tras la adquisición de una base sólida y general. El desastre ahora es que no saben nada de historia, perdiéndose los motivos por los que el arte es así en cada época. Sólo estudian estampitas, cuyos datos memorizan como robots. Es lamentable. El arte es sólo una consecuencia, quizás la consecuencia final.
En la larga historia de la Universidad de Sevilla, de muchos siglos, he sido la única profesora que ha abandonado voluntariamente su docencia en el Departamento de Historia del Arte, según me corroboró el sabio Prof. Cómez Ramos. Los motivos son los expuestos, junto al desbarajuste erótico y químico que corre por sus pasillos, demasiada hormona sensibloide, afeminada. Tanta falsa altivez para seres dominados por sus alumnos, que no dejan de ser víctimas de esta sociedad en la que los jóvenes se creen con derecho a todo.
Tuve que sufrir a un director de Departamento que medía sus triunfos por los metros cuadrados de su despacho y que se puso de perfil ante una grave y demostrada falsa acusación, poniendo de manifiesto su endeble fondo y su verdadero espíritu de deshonesta cortesana. Lejanos repiques de campanas y sordos cañones me anunciaron que ese lugar no era para mí. Me gusta la gente que es ágil caminando y tiene fuego en sus pupilas. Nada de eso veía yo por ahí, así que me largué, creo que muy acertadamente.
Animo al nuevo Gobierno que se forme en este año a considerar todas estas cuestiones. Un aula debe tener una jerarquía. En la universidad pública española, actualmente, está invertida; con lo que es insoportable subirse a un estrado. Asimismo, las instituciones públicas expositivas deben avanzar y no vivir estancadas con formatos anacrónicos, que fomentan salas vacías y desinterés cultural. Por lo demás, les deseo un feliz martes sosegado y reflexivo.
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