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28 de marzo de 2024

Oscura claridadClara Zamora Meca

Pobre marqués

Ella no tiene la más mínima importancia en esta historia. Su sombra no llegará muy lejos en un futuro próximo. Él, en cambio, es uno de los escritores más importantes de la contemporaneidad

Actualizada 09:12

Es un aristócrata de título meritorio, conseguido a base de sudor y tinta. Ha llevado una carrera literaria impecable, apoyada en su buena intuición, su ambición y, por supuesto, en su talento. Su mujer (y prima) y sus hijos terminaron de formar ese círculo de estabilidad que todo creador necesita para poder triunfar. Tiene un carácter difícil, como todo artista que se precie, y un gusto especial por el lujo y la buena vida. Se ha movido como pez en el agua en la alta sociedad, a pesar de no haber nacido en su seno.
Tras conseguir todos los reconocimientos a su carrera, su vida avanzaba entre nietos y hastío. El declive personal acechaba sobre él, turbando sus ilusiones y capacidades. Corría el año 2015, cuando salía a la luz su ensayo titulado La civilización del espectáculo. Parecía un aviso de lo que, a continuación, iba a ser el devenir de su propia vida. En él, aludía a la población de Occidente –incluyéndose– como una víctima de la sociedad del bienestar, por la que el entretenimiento pasajero se había convertido en la aspiración suprema de nuestras vidas. Practicó entonces el marqués con su ejemplo.
En este mismo ensayo, definía don Mario el erotismo como un juego teatral que inflama el placer como un aderezo de desafío y libertad. Aquel mismo año se hizo público su romance con la oriental más sabia en estos asuntos de todo el país que él había escogido como residencia habitual. Una señora tan sibilina como artificial, que había sabido manipular a toda la prensa rosa durante más de medio siglo, de manera que había conseguido que su vida privada fuera el entretenimiento de todo el país. Era, efectivamente, una de las mujeres más populares de su época.
La dama en cuestión, que había dedicado toda su trayectoria a la conquista y manutención de la etiqueta de «mujer elegante», debió sentir como un halago inmenso que un señor tan culto, magnífico y prolífico seductor, pusiera sus ilustres ojos en ella. En su currículum vitae, estos eran sus únicos méritos: casada tres veces, hijos con todos sus maridos, contratos millonarios para poner su nombre junto al de azulejos, bombones, etc. A pesar de su avanzada edad, aunque bastante más joven que él, mantenía un espíritu fresco y vital, que iba acompañado de cientos de operaciones estéticas. Michael Jackson, Marujita Díaz y esta señora son tres claros ejemplos de los excesos del bisturí. Cualquier cosa, menos naturalidad.
El escritor mostró su debilidad humana, no era tan divino como él mismo podía pensar, cayendo en las redes de la gran seductora oriental. Desamparo, soledad y vulnerabilidad, de todo debió haber en aquellos ocho años de romance. La dama intentaba mantener a flote su dignidad, mientras pensaba en la siguiente conquista para dejar claro a todo el país que ella nunca pierde. A veces la búsqueda de belleza, libertad y placer sume al ser humano en anomia, parálisis y desesperación. Sin embargo, ella no tiene la más mínima importancia en esta historia. Su sombra no llegará muy lejos en un futuro próximo. Él, en cambio, es uno de los escritores más importantes de la contemporaneidad.
Don Mario: ya se nos ha olvidado este episodio. Pasemos página. Enciérrese a escribir, rodeado de naturaleza, de cosas reales y auténticas. Regálenos un último hito, para que la excelencia venza una vez más. El pequeño espectáculo de fin de semana ya pasó, ahora lo importante: su talento.
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