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27 de abril de 2024

Oscura claridadClara Zamora Meca

Amar divinamente sin consentimiento

Los puntos de vista pueden ser tan dispares como salvajes. El problema es cuando una caravana de malas decisiones, con puntos de vista enfrentados, exhausta de tantas salvajadas, arrastra a su paso a otras personas

Actualizada 01:30

El año pasado por estas fechas, decidí cerrar de sopetón las puertas a la decadencia, operándome la vista para mantener una visión perfecta el resto de mi vida. Una certera determinación de comprar juventud de manera digna y útil; sobre todo, útil. Tumbada en la camilla del quirófano, con unos nervios medianamente sobrellevados, apareció el cirujano con gorrito, bata, mascarilla y guantes. Me dijo: «Para que veas que no hay motivo de nervios, no te operaré con música clásica, como es habitual, lo haré con reggaetón». Tras darle al play, demostrando que no hablaba en broma, continuó diciendo: «Y, ahora, que pase el Gin Tonic». Un fornido anestesista entró en la sala, con una jeringuilla reluciente. La operación duró apenas diez minutos, con unos resultados excelentes. Este oculista es un profesional enorme, al que le estaré eternamente agradecida por devolverme una visión impecable de una manera tan divertida.
Ahora puedo analizar la realidad con muchísimo menos esfuerzo mental. Mi cerebro se centra en lo que veo, no en intentar verlo, como estaba empezando a pasar, complicándome muchísimo la vida. Mi instrumento principal de trabajo es la vista. Es ella la que me permite leer, escribir y analizar lo que me rodea para poder juzgarlo. Si trabajara con mi cuerpo, lo cuidaría a él; afortunadamente, no es el caso, así que no pienso tocar ni una sola de mis deliciosas arrugas de –aún– cuarentañera, ni elevar nada que vaya cayendo. Expongo todo esto para que vean mi punto de vista; seguramente usted tendrá otro, y mi aventura ocular le parecerá ridícula, innecesaria o elitista; sin embargo, igual se pasea por las noches viendo mujeres con labios hinchados y pechos que parecen que van a ahogarlas, haciéndolas aún más viejas, y le parecerá incluso atractivo. Los puntos de vista pueden ser tan dispares como salvajes.
El problema es cuando una caravana de malas decisiones, con puntos de vista enfrentados, exhausta de tantas salvajadas, arrastra a su paso a otras personas. Intuyo que el problema deviene de cierta pereza intelectual. Un estado generalizado, y ahora sí me refiero al tema que imaginan –la gestión relativa a la dichosa ley del falso sí–, que se podría definir con una palabra: idiotez. No sé si es del todo acertada, porque esta definición dejaría en la sombra las relaciones de responsabilidad. Los excesos y abusos de algunos individuos no pueden achacarse al conjunto, evidentemente; pero aquí se está mezclando de una manera torpísima el lucero vespertino y el lucero del alba. Está anocheciendo, la sala se va quedando completamente a oscuras. Aparece alguien y nos pregunta, como si fuéramos niños, que qué hacemos allí. Contestamos: «Avisamos al hada de que ya puede empezar». Ella acude a bañarse en la fuente, mientras un coro de duendes interpreta un canto fúnebre.
Todavía hay lugares en el mundo en el que las tripas del matadero se reparten entre los vecinos. Yo no las aceptaría ni por cortesía, las arcadas no me dejarían hablar. Otros, en cambio, las agradecen, entendiendo el gesto como una muestra de cariño y de integración en el grupo social. En algún lugar, humearán las tripas, dentro de un té. La verdad es que toda la vida puede ser descrita como una broma relativa. Este punto de vista nos salva de la profunda desazón que nos podría causar el estado en que se encuentra el feminismo en la actualidad. A mí me ayudó la broma del anestesista, y la operación pasó en un plis plas. Nadie me ha preguntado nunca: «¿Quieres, quieres divinamente amar?». El hada aparece y alcanza la suprema expresión de la belleza, así, sin avisar.
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