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28 de marzo de 2024

El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Pam y el sexo matemático

¿Para qué ilustración, cuando de lo que se trata es de percibir un sueldo de viceministra con cargo al presupuesto público, o sea, a nuestros insignificantes impuestos?

Actualizada 01:30

Una señora con graso sueldo público formulaba el otro día este lúcido elogio del descerebramiento: «Aprendemos a hacer raíces cuadradas... No sé si a ti te sirven las raíces cuadradas, a día de hoy, para algo. A mí no. Pero, sin embargo, no aprendimos que el consentimiento es fundamental en las relaciones sexuales. Y este es un elemento clave en nuestras vidas». O de las matemáticas como enemigas del sexo. Grandiosa, esta señora Rodríguez, a la cual las de su pandi llaman «Pam». Grandiosa, sí. No demasiado ilustrada, pero… ¿para qué ilustración, cuando de lo que se trata es de percibir un sueldo de viceministra con cargo al presupuesto público, o sea, a nuestros insignificantes impuestos?
Las páginas de Maldoror se pusieron a resonar, al instante, en mi memoria. Coléricas. Rastreo en la biblioteca el pasaje. Es un clásico. Texto bello y maldito, que sobrevivió a los embates de todas las censuras a lo largo de un siglo y medio. Le haría mucho bien una ojeadilla, aunque fuera rápida, por sus páginas a esta señora, a la cual las matemáticas sirvieron, dice, sólo para taponarle «relaciones sexuales» con o sin sentido.
Ante la gran asamblea de los necios, invoquemos, pues, aquí los Cantos de Maldoror: «Oh, matemáticas severas, no os he olvidado, desde que vuestras sabias lecciones, más dulces que la miel, se infiltraron en mi corazón como una onda refrescante… Vosotras, sólo vosotras, permanecéis siempre idénticas… La consumación de los siglos seguirá viendo, sobre las ruinas de los templos, vuestras cifras cabalísticas, vuestras ecuaciones lacónicas y vuestras líneas esculturales, sentadas a la diestra del Todopoderoso, mientras las estrellas naufragan con desesperación, como ciclones, en la eternidad de una noche horrible y universal». Todo puede desaparecer. Hombre incluido. Todo, menos las matemáticas.
Un tipo raro, ciertamente, el que escribió eso. Tan raro que a punto estuvo de no llegar a tener existencia literaria reconocible. Tan raro como para acabar, sin embargo, por ser, contra toda previsión y lógica, el padre póstumo de las vanguardias. La historia de su descubrimiento es casi tan poética como el libro mismo. Demasiado, para una secretaria de Estado. Que ésa sí vive en la «noche horrible y universal» de Maldoror.
En 1919, André Breton, armado de papel y lápiz, se atrinchera durante unos días en la Biblioteca Nacional de Francia, para hacer copia manuscrita del único ejemplar entonces conocido de un libro extraño que jamás salió de los depósitos de los editores belgas Lacroix, Verbroeckhoven & Cie, que lo habían hecho imprimir en 1869. El de la Nacional Francesa debía ser uno de los diez ejemplares que, como bien pudo, sustrajo el jovencísimo autor a la vigilancia del impresor impagado. No se puede decir que Isidore Ducasse –que firmaba esos Cantos de Maldoror como apócrifo «Conde de Lautréamont»– fuera, cuando deslumbra a los surrealistas, medio siglo después de su muerte, un autor olvidado. Sencillamente, no había sido leído por nadie. Nunca. Ducasse murió en 1870, a los 24 años y sin haber podido pagar el rescate de sus volúmenes, que en la bodega del burlado tipógrafo debieron de pudrirse o ser quemados. Sin el casi milagro de su hallazgo surrealista, el antecesor más unánime de las vanguardias se habría perdido. Para siempre. Puede que él hubiera preferido eso. Y, con él, se habría perdido la más bella declaración de amor a las «severas matemáticas», esas rudas castradoras que arruinan hoy la vida sexual de toda una secretaria de Estado.
«Nadie», anunciaba Platón a la entrada de su Academia, «nadie entre aquí sin haber estudiado geometría», que es el campo específicamente griego de lo que hoy llamamos matemática. Pero es que Platón enseñaba a pensar. Como a pensar incitará, veintiún siglos más tarde, cierta Ética que un judío español de Ámsterdam se empeña en demostrar «a la manera de los geómetras». Hoy y en la España de Doctor y Coleguis, S. A., pensar y cobrar graso sueldo público se excluyen. Mutuamente. Porque pensar, nos revela la pandi igualitaria, mata el sexo. Y el consenso.
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