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01 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Qué sabe Marruecos de usted, presidente?

Sánchez no puede dirigir un país bajo la sospecha de que no cuenta toda la verdad ni la duda de si está siendo extorsionado desde Rabat

Actualizada 01:30

La propaganda oficial intenta contraponer la imagen nacional de Sánchez, que no puede salir a la calle sin ponerse la cara colorada, con su proyección internacional, supuestamente inmaculada y dotada de un prestigio sin fronteras que terminará por estallar cuando ejerza de presidente de turno de la Unión Europea y su álbum de selfies requiera de un nuevo tomo para recopilar sus gestas.
Ahí aparecerá su viaje en tren a Ucrania, que en realidad sirvió para desmontar la falacia de que su adicción al Falcon era por motivos de seguridad. O sus posados con Von der Leyen, una decepción que obliga a preguntarse por el buen juicio de Merkel cuando decidió dilapidar su legado promocionando a una incompetente con ínfulas. O sus performances con la OTAN de fondo, tan válidas para frenar la guerra como su ley del solo 'sí es sí' para perseguir a los violadores. O, por no extendernos, su reciente visita a China, saldada con un acuerdo para exportar almendras y la sensación de que allí le concedieron el dudoso título de pagafantas de Xi Jinping.
Pero lo que de verdad define la política internacional con Sánchez es su relación con Marruecos, resumida con la misma sensación que, en el plano doméstico, arroja su alianza insana con Podemos, Bildu y ERC: se desconoce el beneficio exacto para España, pero se conocen demasiado bien las concesiones que comporta para sus enemigos.
Sánchez inició su andadura desafiando a Rabat al aceptar la entrada clandestina en España de Brahim Ghali, líder del Frente Polisario considerado enemigo público número 1 por Mohamed VI. Y, desde entonces, algo se rompió para que se experimentara un volantazo sin precedentes y, lo que es peor, sin explicaciones creíbles.
Ni la presión de Estados Unidos, aliado de Marruecos junto a Israel, ni el temor a una crisis migratoria son razones suficientes para entender el extraño viraje personalísimo de Sánchez, iniciado casualmente poco después de que su teléfono personal fuera espiado por la Inteligencia marroquí, según la hipótesis más extendida, nunca confirmada pero tampoco desmentida oficialmente.
A partir de ese momento, todas las decisiones de Sánchez han venido marcadas por la opacidad y el individualismo, rematados por una misteriosa carta supuestamente remitida al Rey de Marruecos en la que el presidente del Gobierno, sin respaldo alguno del Congreso y sin despacho oficial con Felipe VI, regalaba la posición española en el Sáhara, mantenida durante medio siglo de manera firme por Gobiernos de todos los colores.
Del original de esa carta nunca se supo nada: se supone que salió de la Moncloa en una versión original en francés; pero supimos de su existencia por la extravagante difusión desde Marruecos y, a continuación, por su publicación en español en el diario El País, alineado siempre con los intereses del líder socialista desde que echaran a Antonio Caño de su dirección: sea para publicar el supuesto test antiplagio de la tesis del presidente, tan increíble como su propio trabajo doctoral; o para consolidar la estrategia marroquí del susodicho, envuelta en un marasmo de contradicciones, improvisaciones y oscuridades.
Ahora El Debate ha conseguido el respaldo legal para que esa misiva, sin adornos, le sea entregada al periódico, con detalles relevantes que deben permitir reconstruir la enigmática historia: cuándo y de dónde salió exactamente; cuál es su contenido original y qué procedimiento se siguió para filtrársela al periódico de su confianza.
Si el fondo es crucial, las formas son decisivas: solo así sabremos si de verdad la «rendición» ante Marruecos partió de España o, como algunos temieron entonces y temen ahora, la redacción partió de Rabat. ¿La escribió Sánchez o lo hizo Mohamed VI?
Que la duda sea legítima, incluso aunque no se cumplieran los peores presagios, es suficiente para repudiar la actitud de un presidente que, simplemente, tiene obligación institucional de despejarla de manera concluyente e incuestionable.
Especialmente cuando sigue sin responder a la pregunta cuya aclaración quizá despejaría definitivamente este insoportable asunto: ¿quién y qué le sacaron del teléfono, señor presidente? ¿Sabe Marruecos algo de usted que explicaría su sumisión a cambio de nada? Quien calla, en política, siempre otorga.
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