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01 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Desenterrar a José Antonio

La pasión exhumadora de Sánchez tiene el indigno objetivo de abrir todas las heridas que pueda lo más rápido que sepa

Actualizada 01:30

El Gobierno ha procedido a exhumar a Primo de Rivera, fusilado hace 86 años, lo que ya pone en duda la prioridad sepulturera: digamos que, en un país que ha descendido a la posición 18 de Europa en renta per cápita, coquetear con el guerracivilismo añejo no parece responder a un clamor precisamente popular.
La filtración de la noticia por Félix Bolaños, en contra de la petición de discreción reclamada por la familia del muerto, otorga al episodio la misma intención ya presente en la exhumación de Franco y en la Ley de Memoria Democrática, redactada a medias con Bildu para envilecer aún más el engendro legislativo de Zapatero, hermano mayor de Sánchez, igual de frívolo y sectario que él, pero algo menos dependiente de la pinza nacionalpopulista que asfixia a su sucesor.
No se trata de culminar el espléndido proceso de reconciliación nacional que fue la Transición. Ni tampoco de cerrar las últimas heridas desde el mismo afán de preservar la convivencia presente en aquellos años de consensos, amnistías y esfuerzos. Y mucho menos de restituir la honra de las víctimas anónimas, que dejan de tener bandos al morir y se convierten en patrimonio colectivo en un país decente.
Todos esos objetivos, como epílogo definitivo de la formidable historia de superación que escribió España desde 1978, hubieran tenido el unánime aplauso de la ciudadanía, convencida de que con ello remataba el esfuerzo de sus padres y abuelos, a quienes ahora se humilla con un revisionismo vengativo indigno de su memoria.
No es el qué, pues, sino el cómo: recuperar a los muertos de las cunetas y de las fosas, en la medida que sea ello viable, es un afán humano intachable, perfectamente legítimo para republicanos y nacionales, sin distinción de bando, credo y origen geográfico. Y hacer del Valle de los Caídos un centro de recuerdo decente, y no en un parque temático del antifranquismo vintage, gozaría del mismo respaldo y daría a cada parte, cualitativa y cuantitativamente, la honra que merece.
La pérfida ingeniería social que caracteriza a la izquierda española desde Zapatero, perfeccionada en todos los órdenes por Sánchez y sus aliados, desprecia pues todo afán de superación definitiva, sin olvido, del drama nacional que supuso la Guerra Civil; y opta por recrudecer falsamente la España de los dos bandos con un indecente objetivo movilizador en el que las víctimas, tan manoseadas en unos casos y despreciadas en otros, son una excusa trilera para cimentar el mensaje frentepopulista.
Porque el ímpetu desenterrador de Sánchez nace de la misma venenosa sentina que el afán republicano de sus secuaces, tan alejado del sistema que da orden y unidad en Alemania, Francia o los Estados Unidos y tan inspirado en el ímpetu revolucionario que arrasó a la propia República.
Sánchez, en fin, no exhuma cadáveres para cerrar del todo las cicatrices de un país, sino para jugar el partido de vuelta de la Guerra Civil y excavar trincheras donde todos construyeron puentes.
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