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04 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

La calle envía un mensaje a Sánchez y otro al Rey

Nadie puede defender ya que la amnistía es en favor de España. Y nadie puede dejar de posicionarse ya en este pulso a la democracia

Actualizada 23:23

Sólo quienes viven de Sánchez se obligan a creer que su rendición ante el separatismo, iniciada con estrépito en 2018 y a punto de culminar en nuestro tiempo, tiene algo que ver con la pacificación en Cataluña, secuestrada por una minoría que ni siquiera allí encarna una posición hegemónica: Junts logró, en las últimas elecciones generales, menos votos que el PP, por mucho que el prófugo Puigdemont se arrogue una representación que simplemente no tiene.
Para el resto, más allá del ecosistema sanchista remunerado y de los extorsionadores que ha aceptado como compañeros de viaje, está muy claro que la amnistía es el bochornoso pago de un rescate que convertirá al secuestrado en presidente y a los secuestradores les facilitará perpetrar su fechoría definitiva, la autodeterminación, un concepto expresamente prohibido por la Constitución, la Unión Europea y las Naciones Unidas, amén de por el sentido común, la igualdad social y la decencia histórica.
Una amnistía tiene algún sentido si de verdad entierra el conflicto de origen e incluye, por decirlo en términos metafóricos, la entrega de las armas de los insurgentes o el borrón y cuenta nueva entre un régimen totalitario y otro democrático, como sucedió en 1977 a instancias, sobre todo, de la izquierda española, merecedora de esa indulgencia que tuvo por contrapartida la aceptación de la Monarquía Parlamentaria y su decisiva contribución a asentar la Transición.
Por eso ni hasta los más conspicuos edecanes de Sánchez, a título de subordinado político, tertuliano de guardia o seudojurista emérito, pueden sostener sin bajar la mirada con cierto rubor que la amnistía preparada por el PSOE tendrá ese efecto disuasorio en las filas separatistas: se trata de un vulgar cambalache en el que, a cambio de indultar a los delincuentes, legalizar sus delitos y animar a repetirlos con impunidad; se logra un premio personal que comporta la demolición de todas las barreras democráticas que les frenaban y se carga de culpas y pecados al Estado que se defendió.
No hay más que escuchar a Puigdemont, Junqueras, Otegi o hasta Ortúzar para concluir que la respuesta a la indulgencia sanchista no es una aceptación de la legalidad, sino un incentivo para prosperar en el intento con la certeza de que se contará con la complicidad del Gobierno y la respuesta del Estado de Derecho, maniatado, será más débil.
Aprobar una amnistía para que el amnistiado reincida con mayor facilidad, con la certeza de que su mayor obstáculo, el Gobierno, ha sido su mayor instigador; equivale a soltar leones hambrientos en el parque, llenarlo de niños, retirar las jaulas y apartar a los guardianes: nadie se extrañará de que, en esas circunstancias, el león proceda como se espera de un león.
Madrid se llenó ayer de voces que, más que apoyar a Feijóo para lograr una investidura a todas luces ya inviable, bramaron contra el nefando negocio que Sánchez está dispuesto a hacer para indultarse a sí mismo y esquivar la categoría de expolítico que se ha ganado a pulso.
Porque esto ya no va de si gobierna el PP o lo hace el PSOE, sino de cómo puede gobernarse un país intervenido por quienes necesitan, y no lo esconden, la demolición del país en cuestión para culminar sus siniestros planes, más propios de un traidor que de un presidente presentable si se acepta ese marco.
Y la respuesta masiva de la calle, la incipiente disidencia en el PSOE clásico, el poder municipal y autonómico que ostenta la oposición o la crítica decente que algunos medios asumimos demuestra que no le será tan fácil a Sánchez culminar su fechoría.
Lo intentará, salvo que alguien en los laboratorios monclovitas le haga ver que puede interesarle más una repetición electoral si rompe ahora con la pinza nacionalpopulista que le chupa la sangre; pero tendrá la respuesta que merece y colocará incluso al Rey en una tesitura histórica: si a Felipe VI le preocupaba hasta ahora desairar a los inductores de esta operación contra España, quizá ahora deba empezar a ocuparle la indignación que sentirán quienes, tras defenderle a él más que él mismo, se sientan un poco abandonados.
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