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03 de mayo de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Política para chabacanos

Habría que analizar en profundidad si sus señorías, las que insultan, niegan el saludo y soban la cara del adversario, son el origen de la crispación ciudadana

Actualizada 09:14

Esta semana la política española nos ha ofrecido su peor imagen en tres instantáneas, que son fruto de la degradación acelerada de la convivencia, y no anécdotas aisladas. Ha sido un texto de Valle-Inclán, adaptado a la pantalla por Berlanga y llevado a todos los públicos por Chicho Ibáñez Serrador: Historias para no convivir. La vida pública sufre la erosión de la peor clase política de nuestra historia democrática, política en zapatillas, como las que usa el bocachancla de Óscar Puente para dirigirse a los españoles desde la tribuna de la sede de la soberanía popular.
Podría ser un asunto menor que un diputado en Cortes elija unas deportivas para, con toda seguridad, protagonizar el momento más trascendente -no el mejor- de su carrera política. Pero no lo es. Cuando uno rebaja las exigencias formales, los asuntos de fondo corren pareja suerte. Sin duda, se puede ser soez y maleducado vestido de domingo (Luis Rubiales es un ejemplo de ello), pero los soeces y maleducados suelen no conceder demasiada importancia a su aspecto, a la imagen que proyectan, que se convierte en un escaparate de su zafio comportamiento y consecuencia de su falta de respeto a los demás. Ahí tenemos a Merche Aizpurúa, Óscar Matute, los zarrapastrosos de la Cup (afortunadamente fuera del Parlamento ahora) o las chicas de la tarta, con Pam a la cabeza, que acuden a los actos institucionales vestidos como si fueran a una manifa en favor de los presos de ETA o a desatascar una cañería en una casa okupa.
Decía que había tres escenas para enmarcar. La primera la del ínclito Puente ejerciendo de matón del sanchismo tanto en la tribuna de oradores como dos días después, en una AVE de Valladolid a Madrid, donde probablemente nunca debió ser interpelado por ningún viajero sobre cosa alguna, pero tan inapropiado era eso como montar una película de acosadores y acosado, hiperventilando, para victimizarse. Es tanto cómo si Jack el Destripador pusiera una demanda a la familia de sus víctimas por atentar contra su derecho a la intimidad por denunciarle.
La segunda de esas imágenes nos la proporcionó Irene Montero en su visita a Aragón. La ministra de Igualdad, que pasa por ser la política más sectaria que ha vomitado el actual momento político, aprovechó un recibimiento protocolario hiperbólico (sigo sin entender por qué formaron las autoridades locales en un besamanos, como si el que llegara fuera el mismísimo Rey o incluso el presidente del Gobierno), para pasar factura a la presidenta de las Cortes aragonesas, de Vox, que no traga con su demencial Ministerio. Que no se saludaran fue un acto pésimo que demuestra que ni la más mínima educación existe ya en la vida pública, pero que la heroína del «sí es sí», provocara con una arenga feminista a Marta Fernández, rozó el esperpento.
Y finalmente, esa tercera fotografía con Jorge Viondi dando tres cachetazos al alcalde Martínez Almeida en medio de un pleno del Ayuntamiento de Madrid, no es más que el colofón de un clima de violencia política y tensión insostenible. Menos mal que el líder madrileño del PSOE, Juan Lobato, actuó rápido y bien ante la pasividad de la portavoz en el Ayuntamiento, Reyes Maroto, cuña de la madera de Sánchez. Todavía hay esperanza en algunos dirigentes socialistas.
Todo esto pasa, como no podía ser de otra manera, durante el mandato de un presidente como el actual, que llegó al poder con el «no es no» a sus rivales políticos, se sustenta en el «sí es sí» de sus secuaces y usa los más bajos instintos de sus esbirros para humillar a once millones de españoles y a sus representantes institucionales. Habría que analizar en profundidad si sus señorías, las que insultan, niegan el saludo y soban la cara del adversario, son el origen de la crispación ciudadana o simplemente son las almas oscuras de algunos votantes, el germen de tanta chabacanería en la política.
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