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27 de julio de 2024

El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

De camino a los Balcanes

¡Feliz República no-española, doctor Sánchez! Lo peor va de camino. Contra el muro. Balcánico.

Actualizada 01:30

Quien no ha visto estrellarse sus sueños contra el muro de la vida, es porque no los tuvo. O porque no ha vivido. Fracasar no es tan malo. Puede que fracasar y no ocultarlo sea lo único digno para este animal frágil que es un hombre: precaria condensación de deseos y fantasías a la que cualquier cruce de adversidades borra sin dejar huella. Cuando uno ha transitado ya la mayor parte del camino, sabe –y, si no, es que algo anda muy mal en su cabeza– que en sus errores estuvo lo más noble de su historia. Y en saberlos errores, lo más sabio: lo poco sabio que la vida concede a estos pobres hablantes que enmascaran sus frágiles anhelos bajo ficción de sólidas iluminaciones.

Cuando escribía mis memorias, En tierra de nadie, me desasosegaba eso: que los más emotivos de mis recuerdos, aquellos a los que por nada yo renunciaría, están hechos de errores que, cuando sucedieron, arrastraban la fuerza de las grandes epopeyas. Sé que habrá quienes se avergüencen de haberse equivocado. Yo amo aquellos yerros: todo lo que ahora sé fantasía y que entonces fue aventura. Sin el consuelo de sus mentidas promesas, la gris resignación hubiera hecho de mí uno más en ese ganado que todo lo acepta sonriente, que a todo se aviene, que ama a los amos –a todos– y nada les reprocha. Sin haber aprendido, a golpe de tiempo y libros, que tras las bucólicas fantasías acechan siempre espíritus malignos, yo sería un imbécil.

El republicanismo fue mi religión primera. Y digo «religión» deliberadamente. Una suplencia de todo lo que abandoné, tan pronto como mi cabeza soñó haberse construido una arquitectura autónoma. Era esa transcripción laica de la Providencia, a la cual llamamos «progreso histórico»: el confortable habitar ya en un futuro inexorable de hombres fraternalmente iguales, que deciden, libres, los óptimos proyectos comunitarios. Que un chaval de quince años crea en esa nadería, me conmueve. Aunque ese chaval sea aquel que llevaba mi nombre hace seis decenios. Pero, a esa conmoción amable de entonces, el septuagenario que ahora puede contemplarla debe añadir una sonrisa: desesperada o piadosa, es lo mismo.

¿Qué hubiera podido pensar aquel chico listo, a sus dieciocho en el sesenta y ocho, si un cínico genio maligno hubiera puesto ante sus ojos la escena que ahora hiere al de setenta y tantos? En 24 horas, se cruzan dos imágenes: en Madrid, la hija de un rey que formuló, en 2017, el único alegato constitucional en defensa de una nación por todos –por todos– abandonada, jura la constitución que ningún gobernante ya defiende; en Bruselas, el partido (socialista) gobernante bendice el golpe de Estado contra la constitución, dado, hace seis años, por un delincuente al que el primer ministro español (socialista) llama «president» de la ya consensuada República Catalana. ¿Qué hubiera debido hacer ante eso aquella criatura que, en el final de los años sesenta, soñaba republicanos futuros? Exiliarse. No tengo ninguna duda.

Los años me han ido dejando sólo un pegajoso sentimiento de vergüenza. Pienso en las tres condenas de mi padre, militar y socialista, republicano y español: una de muerte, no ejecutada, más dos perpetuas. Y sé que Sánchez escupe sobre su tumba. Sé que Hitler era republicano. Y Perón, y Castro. Y hasta el acéfalo Maduro, si es que un puré neuronal así puede ser algo. Sé que yo no soy ya nada, al contrario de aquel de hace ahora más de medio siglo. Pero sé que también él, a sus dieciocho, se hubiera avergonzado de esa foto belga, en la cual un partido español, que se dice socialista, reverencia a un reaccionario delincuente y suplica ser su cómplice. ¡Feliz República no-española, doctor Sánchez! Lo peor va de camino. Contra el muro. Balcánico.

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