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03 de mayo de 2024

Enrique García-Máiquez

Flores para Calvo

Si Pedro Sánchez aspira a poner a sus peones en todas partes no puede poner ni alfiles ni caballos ni torres ni reinas. Obedecerían mucho menos

Actualizada 01:30

A Carmen Calvo le han dado para el pelo. A estas alturas, seguro que han visto ustedes la intervención del diputado Carlos Flores Juberías, catedrático de Derecho Político, en la comisión constitucional del Congreso. Frente a una parapetada Carmen Calvo, el diputado se pregunta si está ante una «jurista de reconocida competencia». Que no, responde, pero lo hace con una batería de argumentos que parece una batería de costa disparando fuego a discreción.
He de confesar que hay un momento a partir del cual empecé a sentir lástima de Calvo Poyato. Mi querencia es no regodearme con las debilidades del prójimo. Pero esa lástima iba acompañada de un agradecimiento profundo a Flores Juberías, que hacía la ingrata y sangrienta labor del cirujano de campaña.
No le habían dejado otro remedio, si se piensa. Seguro que Carlos Flores jamás arremetería contra una Carmen Calvo que se retirase por fin de la carrera política. El problema es que Sánchez la ha colocado para presidir el Consejo de Estado, nada menos. La arremetida de Flores Juberías era legítima defensa.
La sistemática e implacable expropiación de las instituciones del Estado que está llevando a cabo Sánchez exige una resistencia encarnizada. La instrumentación política de las instituciones es el camino que convierte a un reino europeo con Estado de Derecho en una república bananera de desecho. Ese es el auténtico trasfondo político.
Hay un trasfondo social y cultural en el que Flores Juberías no quiso hacer sangre, aunque lo mentó: la progresiva degradación de nuestros dirigentes. Cuando comparó la carrera profesional e intelectual de los anteriores presidentes del Consejo de Estado, se te caía el alma a los pies. Pasa con los diputados, con los magistrados del Tribunal Constitucional, con los ministros, con el presidente de Gobierno…
La explicación es fácil. Si Pedro Sánchez aspira a poner a sus peones en todas partes no puede poner ni alfiles ni caballos ni torres ni reinas. Obedecerían mucho menos. El prestigio auténtico conlleva la conciencia del decoro. La capacitación profesional es libertad de acción y de dimisión. Algunos se preguntan por qué Sánchez, si cesó a Ábalos de ministro maliciándose su falta de honradez, lo recolocó de diputado. La primera respuesta es imaginarse lo que sabrá Ábalos, pero hay otra segunda más sutil: Sánchez necesita dominarlos a todos, y cuantos más débiles sean, por su pasado o por su formación, más dependencia del líder que los mantiene en el tablero.
La denuncia de Carlos Flores Juberías no fue más dura que la situación institucional, política y social a la que nos están arrastrando. Muchísimo menos cuando en su respuesta, Carmen Calvo se hizo fuerte en un balbuceante discurso feminista y antipatriarcal. Fue la más pasmosa manera de darle la razón a todo lo que le acaban de decir. Aquella salida no tenía ni pies ni cabeza. Y, por otro lado, era una obscena utilización del feminismo para un uso partidista y particular, que hace mucho daño al feminismo, como cualquier feminista sensata habrá visto a la primera o con alipori o con indignación.
Alguna pensará que, sin embargo, todo fue inútil, porque Carmen Calvo preside el Consejo de Estado y aquí paz y después gloria. Yo creo que no. Porque, aunque ella preside lo que Sánchez le ha dicho que presida, lo hace con un baño de ilegitimidad. Y eso resulta, si no suficiente, al menos ilustrativo. Todavía la autoridad intelectual puede hacer frente al abuso de poder. Todavía la verdad puede resonar en nuestras instituciones públicas y encuentra un eco –ha sido el caso– en la opinión pública y en las conciencias privadas.
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